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Las prematuras profecías sobre Pedro Sánchez
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Vicente Vallés

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Las prematuras profecías sobre Pedro Sánchez

El Observatorio Electoral publicado esta semana por El Confidencial resulta revelador: sí, el PSOE pierde fuerza; pero no, el PP aún no puede dar por seguro que conseguirá la mayoría

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters)
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Cuentan que un ilustre italiano, ya metido en años, leyó una mañana en el periódico la noticia de su propia muerte. Primero se preocupó, pero después se tranquilizó al confirmar consigo mismo que su corazón ofrecía un latido acompasado. Considerándose la mejor fuente informativa posible sobre su estado de salud, decidió llamar al director del diario para aclararle la situación: "La notizia della mia norte è vera, ma prematura" (la noticia de mi muerte es cierta, pero prematura).

La historia, real o apócrifa, podría aplicarse —siempre en términos políticos— al presidente Pedro Sánchez. ¿No habrá demasiados augurios apresurados sobre el fin de los días de Sánchez en el Palacio de la Moncloa? Que Pedro Sánchez dejará algún día el poder es algo que podemos suponer y, por tanto, dar por cierto; que tal cosa vaya a ocurrir a corto o medio plazo es una profecía apresurada. 'Vera, ma prematura'.

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El Observatorio Electoral publicado esta semana por El Confidencial resulta revelador: sí, el PSOE pierde fuerza; pero no, el PP aún no puede dar por seguro que conseguirá la mayoría que necesita para gobernar. Y quien aún deposite su fe ciega en el CIS de Tezanos asumirá este criterio con mayor motivo.

El día en que el presidente formalizó la mesa de negociación con los independentistas en Barcelona dijo que ese diálogo se realizará "sin prisa, sin pausa y sin plazos". Ese criterio se puede aplicar de igual manera a su gestión general: no hay prisa, pero tampoco pausa, en su estilo de gobierno. Y, sin duda, no se pone plazos porque lleva tres años y tres meses en Moncloa. Que ese tiempo se le haga largo o corto a cada cual es una apreciación subjetiva y personal.

Pedro Sánchez ha demostrado en su periodo como líder del PSOE y, después como presidente del Gobierno, ser el más hábil —y con escrúpulos menos rígidos— de la actual generación de políticos. Su instinto de poder es extraordinariamente fino. Ganó las primarias del PSOE contra el aparato del partido, el aparato le echó, volvió a ganar contra el aparato a pesar de sus dos primeras derrotas electorales, llegó a la Moncloa mediante una moción de censura temeraria con solo 84 de 350 diputados, se asentó pactando con Podemos y se solidificó llegando a acuerdos con Esquerra y hasta con Bildu. Por el camino, desmontó el "viejo PSOE" —como lo califican los sanchistas—, sacó de la ecuación a Rajoy, vio salir de la política a Albert Rivera y a Pablo Iglesias —que un día se creyeron predestinados a alcanzar el puesto que ocupa Sánchez— y ahora aspira a que, en un par de años, Pablo Casado también se convierta en comentarista de la actualidad en alguna tertulia radiofónica. Este currículum del presidente es una seria advertencia para quienes suspiran por un cambio inmediato.

Pedro Sánchez ha demostrado ser el más hábil —y con escrúpulos menos rígidos— de la actual generación de políticos

Yolanda Díaz, ungida por el dedo todopoderoso de su predecesor como cabeza de lista de Podemos, fantasea ahora con "levantar un proyecto de país para los próximos 10 años". Pero el sector PSOE del Gobierno hace tiempo que considera que "Podemos ya no es nada", en palabras de un responsable de la fontanería monclovita. Y, además, sirve al presidente como parapeto frente a la indignación social: con Podemos en el Gobierno, las calles no echarán humo.

El PP se mecía en la hamaca de los sondeos posteriores a la victoria de Isabel Díaz Ayuso en Madrid. Pero, siguiendo una suicida tradición ancestral en los partidos madrileños —tanto monta en esto el PSOE como el PP— los populares han salido al rescate de Sánchez guerreando consigo mismos por dirimir si Ayuso debe presidir el PP regional y, en su caso, si tal cosa sería una amenaza para el liderazgo —siempre escrutado con lupa— de Pablo Casado. "En el PP nos va la marcha", se ha sincerado Ayuso, con ese deje cheli que le es propio y que deleita a los suyos.

Y el independentismo, tan vigoroso y dispuesto a asaltar los caminos cuando gobierna el PP, se licúa —y hasta se gasifica— cuando manda el PSOE. Y solo con la vuelta de los populares al poder recuperará ínfulas y regurgitará los bajos instintos, ahora hibernados, de sus bases más trabucaires. Parafraseando lo que decían algunos izquierdistas melancólicos sobre el franquismo en los años de la Transición —contra Franco vivíamos mejor—, los independentistas vivían mejor contra el PP. Pedro Sánchez los ha amaestrado a cambio de sentarse en una mesa a hablar —'sit and talk', según exigía el soberanismo— sin prisa ni pausa ni plazos ni nada que ofrecer, porque ya ha recordado Sánchez que, de los 45 puntos con reivindicaciones de los independentistas, "44 tienen una respuesta afirmativa y solo uno negativa, que es el referéndum". Es lo mismo que Rajoy le dijo a Puigdemont en 2017, y a Artur Mas en 2014. Pero a Rajoy le organizaron un referéndum ilegal cada uno de esos años y a Sánchez, no. No, de momento.

Cuentan que un ilustre italiano, ya metido en años, leyó una mañana en el periódico la noticia de su propia muerte. Primero se preocupó, pero después se tranquilizó al confirmar consigo mismo que su corazón ofrecía un latido acompasado. Considerándose la mejor fuente informativa posible sobre su estado de salud, decidió llamar al director del diario para aclararle la situación: "La notizia della mia norte è vera, ma prematura" (la noticia de mi muerte es cierta, pero prematura).

Pedro Sánchez Pablo Casado