Antítesis
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Los malabarismos de Pedro Sánchez y su manual de resistencia
Pedro Sánchez hace malabares para sostenerse en el poder desde junio de 2018, cuando ganó la moción de censura. Trata de que giren —y no paren— sobre sus varillas los platillos de sus resbaladizos socios políticos
Uno de los números circenses más celebrados suele ser el de los conocidos como platillos chinos: el malabarista agarra por un extremo cuatro o cinco delgadas varillas en cada mano, y en el extremo contario de cada varilla hay un plato que gira al ritmo que marca la habilidosa muñeca del artista, con la intención de que ninguno caiga al suelo gracias a una cadenciosa rotación. Es extraordinariamente difícil y requiere de un notable virtuosismo.
Pedro Sánchez hace malabares para sostenerse en el poder desde junio de 2018, cuando ganó la moción de censura. Trata de que giren —y no paren— sobre sus varillas los platillos de sus resbaladizos socios políticos. Pero en estas últimas semanas parece haber perdido el control: algún platillo ya no atiende a la cadencia de rotación que marca el presidente y amenaza con caer. La tendencia natural de Sánchez a vivir la política peligrosa y temerariamente le ha llevado a pisar el límite a partir del cual se ve el precipicio de la legislatura un poco más cerca.
Sánchez solo ha aparecido en público fugazmente, mientras en su Gobierno se desarrollaba una intensa batalla de todos contra todos
En medio de esta crisis, Sánchez solo ha aparecido en público fugazmente, mientras en el seno de su Gobierno y en su mayoría parlamentaria se desarrollaba una intensa batalla de todos contra todos: sector Podemos contra sector PSOE, Yolanda Díaz marcando distancias con Podemos, Esquerra contra Sánchez y Margarita Robles, Félix Bolaños contra Robles y viceversa, Moncloa contra el CNI, y Moncloa contra sí misma.
La coalición PSOE-Podemos ha inaugurado en España —y, probablemente, en el mundo Occidental— un modelo de gobierno con particularidades inéditas. Una de ellas consiste en que el menor de los dos socios ose exigir sin miramientos la destitución de una ministra del socio mayor —Margarita Robles—, mientras el presidente del Gobierno no se ha atrevido a cambiar a uno solo de los ministros del socio menor (y motivos había, varios centenares) cuando acometió una profunda remodelación de su gabinete. Y aquellos ministros del socio menor que han salido, lo han hecho por su propio pie y sustituidos por su partido, sin intervención alguna de Moncloa. El PSOE acepta que los ministros de Podemos son intocables, pero Podemos se concede a sí mismo la envalentonada capacidad de exigir la cabeza de ministros del PSOE.
Feijóo se ha precipitado a pedir elecciones anticipadas, precisamente para que Sánchez no las convoque
En estos días, Podemos se ha transfigurado en lo que realmente le gusta ser: el principal partido de la oposición al Gobierno del que forma parte. Y los socios independentistas de Pedro Sánchez han reencontrado, por fin, su más genuina forma de comportamiento político: hacer de sí mismos. Como bien dijo en su día Pedro Sánchez, no es fácil dormir tranquilo con amigos como estos. Frankenstein tiene mal aspecto, y ahora el presidente ya solo espera que la eliminatoria se resuelva por un golpe de suerte, por un arreón en el último minuto, o por una ayudita del árbitro. Otra vez.
Feijóo se ha precipitado a pedir elecciones anticipadas, precisamente para que Sánchez no las convoque. Lo que realmente desea el líder del PP es que el presidente del Gobierno se siga cociendo a fuego lento en la salsa picante que le preparan cada día sus aliados parlamentarios, sus socios de coalición, los ministros socialistas y su equipo de asesores monclovitas. La oposición quiere ver en este momento una simetría con la España felipista de los primeros años 90, cuando la descomposición del PSOE —entre escándalos, crisis económica y agotamiento de su modelo— derivó en la llegada al poder de José María Aznar en 1996. Feijóo esperará con paciencia gallega. Sabe que los cambios políticos en España se suelen producir no por los aciertos de la oposición, sino por la tendencia al suicidio de quienes ocupan el Palacio de la Moncloa. Y, como poco, Moncloa ha entrado en proceso de autolesión cotidiana.
Superado ya el ecuador de la legislatura, asistimos a un acelerado deterioro del Gobierno, después de —o en paralelo a— un acusado deterioro de otras instituciones y organismos del Estado: el CIS, el Parlamento —manejado sin contemplaciones por el ejecutivo—, el abuso —probablemente inconstitucional— del decreto como herramienta legislativa, la comisión de secretos oficiales… Y, ahora, el CNI. Anunciando a voz en grito que el presidente fue espiado, el Gobierno ha conseguido dañar la imagen del servicio español de inteligencia a menos de dos meses de la cumbre de la OTAN en Madrid. La rueda de prensa convocada el pasado lunes es un ejemplo de cómo no se debe gestionar una crisis política. Un ejemplo de cómo algo que va mal tiende a empeorar de la mano de quien pretendía corregir la situación.
¿Estamos ante los rasgos propios de un final de ciclo? Quizá. Pero hay finales de ciclo que se eternizan. Especialmente, cuando quien gobierna y quien da soporte a ese gobierno tienen la férrea voluntad de sostenerse en el poder, aplicando su exitoso manual de resistencia.
Uno de los números circenses más celebrados suele ser el de los conocidos como platillos chinos: el malabarista agarra por un extremo cuatro o cinco delgadas varillas en cada mano, y en el extremo contario de cada varilla hay un plato que gira al ritmo que marca la habilidosa muñeca del artista, con la intención de que ninguno caiga al suelo gracias a una cadenciosa rotación. Es extraordinariamente difícil y requiere de un notable virtuosismo.
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