Antítesis
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¿Y si la culpa fuera de Frankenstein?
Desde que se conformó el autodenominado "gobierno más progresista de la historia" en enero de 2020, se han celebrado elecciones en seis comunidades autónomas. En Galicia, la suma de PSOE y Podemos perdió la mitad de sus escaños
El pasado miércoles, cuando las brigadas de bomberos de Moncloa y Ferraz trataban todavía de apagar las llamas del incendio electoral de Andalucía con una sobreexposición pública del presidente y el anuncio hiperactivo de medidas económicas y legislativas (además del intento de establecer un férreo control sobre el Tribunal Constitucional, Indra o el INE), el ministro Félix Bolaños se hacía fotografiar con una consejera del gobierno catalán. Tres días después del desencuentro del PSOE con su electorado del sur, Pedro Sánchez hacía un gesto más para reflotar la 'agenda del reencuentro' —como la ha bautizado el presidente— con los independentistas catalanes. ¿Con quién debía reencontrarse Sánchez después de su colapso andaluz?
Desde que se conformó el autodenominado "gobierno más progresista de la historia" en enero de 2020, se han celebrado elecciones en seis comunidades autónomas. En Galicia, la suma de PSOE y Podemos perdió la mitad de sus escaños (en Marea, la fuerza política de Yolanda Díaz, pasó de 14 a cero). En el País Vasco, tenían 20 escaños y perdieron 4. En Madrid, pasaron de 44 a 34. En Castilla y León, de 37 a 29. Y en Andalucía, de 50 a 35 (37, si se les adjudican —siendo generosos— los dos diputados de la lista encabezada por Teresa Rodríguez). La única excepción a esta norma tan pertinaz es la de Cataluña, donde En Comú Podem se estancó en 8 diputados (perdiendo votos), pero el PSC se disparó de 17 a 33. Solo en el muy privativo hábitat político catalán, los socialistas han conseguido atraer a los votantes que huyen despavoridos y consternados del naufragio de Ciudadanos. Además, los últimos sondeos en el ámbito nacional, salvo el del CIS, advierten de una deriva poco favorable para los dos partidos de la coalición. Ambos pierden apoyos y, como consecuencia, los votos que escapan del PSOE no van a Podemos, ni los desencantados de Podemos se refugian en el PSOE. Y algo especialmente preocupante para los socialistas: tanto en Madrid como en Andalucía se ha observado, por primera vez desde que el multipartidismo se enseñorea entre nosotros, un todavía limitado pero significativo tránsito de votantes del PSOE al PP.
Por tanto, resulta pertinente repetir la pregunta inicial: ¿con quién debería reencontrarse Sánchez?
La doctrina del PSOE desde la Transición fue que solo pactaría con los partidos a su izquierda en ayuntamientos y comunidades autónomas, pero no en el gobierno central. Zapatero habría cambiado ese criterio de haberlo necesitado, porque fue el primero que teorizó que el socialismo podía ganar elecciones apartándose del centro y esquinándose hacia la izquierda. Pero disponía de los diputados suficientes para gobernar sin ataduras: 164 en 2004, y 169 en 2008.
Fue Pedro Sánchez quien se encontró con la atomización política provocada por la irrupción de Podemos y Ciudadanos (y después Vox). En 2016 hizo un tímido y fracasado intento con Albert Rivera, para contentar a los históricos del PSOE que le vigilaban con recelo. Pero, liberado de esos grilletes con su victoria en las primarias, Sánchez se dejó llevar por su instinto de poder y decidió pactar con cualquiera: extrema izquierda e independentistas. Frankenstein. Así alcanzó el despacho de Moncloa, y así lo mantiene. La duda ahora es si las amistades que le llevaron al poder serán las que le hagan perderlo. Y la siguiente duda es si Sánchez puede hacer lo contrario de lo que hace. Quizá no.
Y, a la vista de las decisiones que ha adoptado esta semana después del estacazo andaluz, la impresión es que el presidente ha decidido huir hacia delante. Frente a la sucesión de derrotas de Frankenstein, la decisión es más Frankenstein. Y, en su caso, rezar para que la caída del PSOE y de Podemos sea compensada por una fuga de supervivencia protagonizada por votantes de Esquerra, Compromís o Bildu que, para salvar a Sánchez y evitar un gobierno del PP, estén dispuestos a votar al PSOE. Con la salvedad de que, si esos socios pierden suelo electoral, el propio Sánchez se quedaría sin aliados. No hay círculo virtuoso.
La última demostración de que sus socios son un lastre es que le intentan boicotear su gran 'performance' internacional: la cumbre de la OTAN. Mientras una parte del gobierno trata de ocupar una posición de predominio en la Alianza, otra parte del gobierno se manifiesta en las calles contra la existencia de la propia OTAN (aún está pendiente la manifestación que la extrema izquierda convocará, se supone, contra Putin por invadir Ucrania, ¿no?).
Quizá resulte que el problema de Sánchez no sea solo el efecto de la crisis, o de la persecución de "los poderes económicos y sus terminales mediáticas" (como dijo ayer el presidente). ¿Y si el problema fuera la coalición con Podemos? ¿Y si aliarse con independentistas cuyo objetivo último es deconstruir España no fuera bien asumido en todo el país? ¿Y si fuera importante la cuestión nacional? Los monaguillos (definición que el presidente castellano-manchego hace de los barones autonómicos del PSOE) están asustados, porque ellos se enfrentarán a los votantes antes que Pedro Sánchez.
El pasado miércoles, cuando las brigadas de bomberos de Moncloa y Ferraz trataban todavía de apagar las llamas del incendio electoral de Andalucía con una sobreexposición pública del presidente y el anuncio hiperactivo de medidas económicas y legislativas (además del intento de establecer un férreo control sobre el Tribunal Constitucional, Indra o el INE), el ministro Félix Bolaños se hacía fotografiar con una consejera del gobierno catalán. Tres días después del desencuentro del PSOE con su electorado del sur, Pedro Sánchez hacía un gesto más para reflotar la 'agenda del reencuentro' —como la ha bautizado el presidente— con los independentistas catalanes. ¿Con quién debía reencontrarse Sánchez después de su colapso andaluz?