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Plácido Fajardo

Apuntes de liderazgo

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Nuestro mejor líder

Hoy me gustaría traer a colación otro ejemplo de líder doméstico muy citado entre los periodistas, pero poco referido entre los expertos en materia de liderazgo: Felipe VI

Foto: El rey Felipe. (EFE/J. Casares)
El rey Felipe. (EFE/J. Casares)

Reconozco que el titular de esta columna es bastante arriesgado. En este complejo y controvertido asunto del liderazgo, con tantas aristas, calificar a un líder como 'el mejor' siempre resultará más que discutible. Dependerá de los criterios que utilice quien lo afirme, de sus valores y creencias. Hay casos muy notorios en los que la coincidencia es generalizada. Nadie discute el liderazgo de nuestro Rafa Nadal, ejemplo de valores encomiables, como el esfuerzo, la superación, la nobleza, el respeto, la humanidad, etc. Es fácil coincidir en un caso tan paradigmático, admirado en los cinco continentes y utilizado como modelo de referencia hasta por las escuelas de negocio.

Pero hoy me gustaría traer a colación —con el debido respeto— otro ejemplo de líder doméstico muy citado entre los periodistas, pero poco referido entre los expertos en materia de liderazgo. A nuestro Rey, Felipe VI, se le presuponen capacidades de liderazgo implícitas para ejercer su alta misión, por el simple hecho de serlo. Si alguna posición tiene asociada la condición de líder en nuestra jerarquía social, es la jefatura del Estado que, "símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales", como dice el artículo 56 de nuestra Constitución.

Foto: Foto: Unsplash. Opinión
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Pero una cosa son los formalismos legales, el protocolo y el respeto institucional, y otra es la ejecutoria concreta de la persona que ejerce tan elevado cargo, así como la percepción o valoración que generan sus actos. Aceptando a pies juntillas lo primero, quisiera abordar lo segundo, o sea, las capacidades de liderazgo que considero presentes en nuestro monarca. Y lo haré como observador de la realidad, sin más información que la de sus actuaciones públicas y el haberle estrechado la mano en alguna ocasión.

Representatividad institucional. El primer líder de cualquier organización es su primer representante ante el mundo exterior. Cuando miran hacia arriba quienes la componen, quieren ver a alguien en quien se sientan representados, que transmita valores, les genere orgullo de pertenencia y les suscite admiración. Esta es una de las primeras fortalezas de nuestro Rey. Sin entrar en preferencias políticas, monárquicas o republicanas, la figura de Felipe VI, en sus todavía escasos años de reinado, ha proyectado una excelente imagen de España. La reciente cumbre de la OTAN en Madrid ha sido un ejemplo rotundo de ello. Su intervención en la cena de gala del Palacio Real, tanto en la recepción de los casi 40 jefes de Estado y de Gobierno como en el excelente discurso que pronunció —merece la pena ver el vídeo completo del evento—, elevó el tono del histórico acontecimiento a un altísimo nivel, como atestiguaron los más importantes líderes mundiales.

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Visión estratégica. Es otra de las capacidades más importantes de la alta dirección. Entender el entorno, ver más allá de lo evidente, definir el futuro deseable y el camino para alcanzarlo, son algunas características que adornan esta capacidad. Las decisiones de Felipe VI en cuanto al papel presente de la monarquía y la Casa Real —dentro de nuestra Constitución— y su preparación para el futuro son destacables. Algunas han sido tan duras y difíciles de adoptar como necesarias para asegurar ese futuro, que ha sabido ver anticipándose a los acontecimientos.

Cercanía. El líder cercano, afable y humano conecta mucho mejor. Los tiempos de poner distancia o barreras para diferenciar el sitio que corresponde a cada uno han quedado muy atrás. Queremos líderes que sean, ante todo, personas y, por tanto, vulnerables, imperfectos, emocionales, como lo somos todos. Que tengan un lenguaje próximo y comprensible, que hablen claro, con los que podamos entendernos y entenderles. También en las distancias cortas destaca nuestro Rey, más allá del protocolo.

Foto: Angela Merkel. (EFE/EPA/Michael Hanschke) Opinión
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Determinación. Afrontar los conflictos, tomar decisiones duras con valentía y decisión son una parte sustancial del liderazgo. Hay que ser flexibles sin perder la firmeza, como los juncos del río, nos decían en un curso de liderazgo que hice hace años. Son múltiples los ejemplos que atribuyen esta capacidad al primero de los españoles. Son bien conocidas sus actuaciones en momentos críticos para defender la Constitución y las leyes, para condenar las acciones contrarias a los valores o para tomar decisiones, con pulso firme, aunque afectaran a personas muy queridas.

Impulso al cambio. En la era de los mayores y más acelerados cambios de la humanidad, el rol del líder como impulsor de la transformación es crítico. No se trata de adaptarse a los cambios del entorno, sino de promoverlos e impulsarlos con energía. Sin duda es otro de los atributos a incluir en el haber de Felipe VI, algo que queda patente al comprobar los cambios relevantes en las formas de hacer de la Casa Real. Eso sí, dentro del ámbito de sus competencias constitucionales, que limitan su papel político al ejercicio de la influencia.

Foto: Imagen de Mario Aranda en Pixabay. Opinión
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Casi ningún español vivo ha conocido otras etapas monárquicas de nuestra historia que la que nos trajo la transición a la democracia y la Constitución del 78. Seguramente nos influyen los 500 años de historia de nuestro país —mal que les pese a algunos— a la hora de sentir afinidad por la tradición monárquica. A la impagable contribución de Juan Carlos I —seguida de errores reconocidos— le ha sucedido un rey que está superando todas nuestras expectativas.

Sin entrar a considerar la mayor o menor afinidad ideológica que pueda tenerse con la institución, las capacidades de liderazgo de nuestro monarca me parecen excelentes y merecen ser reconocidas y valoradas. Y, además, brillan con luz propia y destacan con mucho en el escenario de nuestra vida pública.

Reconozco que el titular de esta columna es bastante arriesgado. En este complejo y controvertido asunto del liderazgo, con tantas aristas, calificar a un líder como 'el mejor' siempre resultará más que discutible. Dependerá de los criterios que utilice quien lo afirme, de sus valores y creencias. Hay casos muy notorios en los que la coincidencia es generalizada. Nadie discute el liderazgo de nuestro Rafa Nadal, ejemplo de valores encomiables, como el esfuerzo, la superación, la nobleza, el respeto, la humanidad, etc. Es fácil coincidir en un caso tan paradigmático, admirado en los cinco continentes y utilizado como modelo de referencia hasta por las escuelas de negocio.

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