Apuntes de liderazgo
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El verano de lo inútil
El verano de lo inútil es el que dedicamos a aquellas otras cosas que nos sacan de lo cotidiano, las que nos recuerdan que somos mucho más que generadores de utilidades
La muerte le sorprendió pocas semanas después de haber recibido una de sus grandes alegrías, paradojas de la vida. "Es un honor demasiado grande, muy superior a mí", dijo Nuccio Ordine tras saberse ganador del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Le escuché referirse al galardón con una humildad auténtica, en una estupenda entrevista en la radio, y leí algunos artículos alusivos. El intelectual italiano transmitía sus ideas con pasión. Sus críticas iban directas a la conciencia colectiva de nuestras sociedades occidentales y, particularmente, de sus sistemas educativos. Tras conocer su fallecimiento, busqué entre mis libros su famoso manifiesto
Ordine dedicó su vida a la cultura y a la educación, amante de las letras y las ideas, profesor y pensador reconocido como uno de los grandes intelectuales italianos de nuestra época, todo un experto en el Renacimiento. Libró una de sus batallas —estupendamente argumentada en su manifiesto—, contra la tendencia a menospreciar las disciplinas consideradas tradicionalmente como inútiles, las que no aportan un beneficio material e inmediato.
El calabrés se rebelaba contra esta injusta apreciación, en tiempos de exacerbado valor de lo material, donde lo práctico es lo valioso y casi nada de lo que no pueda ser monetizado importa demasiado. Su manifiesto está cargado de reflexiones tan valientes como inusuales. Firme defensor de la educación y de la cultura como fin en sí mismas, como sustento del desarrollo integral de las personas, sin más propósito que la propia dignitas hominis, como dice Fernando Savater en su referencia a la obra. Contra el paradigma dominante del beneficio, el libro cita una frase simple pero significativa escrita en el tablón de anuncios de una biblioteca perdida en el Sáhara: “El conocimiento es una riqueza que se puede transmitir sin empobrecerse”. Es más, el saber enriquece tanto a quien lo transmite como a quien lo recibe.
Nuestra sociedad promueve lo útil por encima de todo. Perseguimos objetivos prácticos, que sirvan para algo, que tengan un valor por el que alguien esté dispuesto a pagar. Lo tenemos interiorizado en nuestra cultura y en nuestro lenguaje. Desde niños nos preparamos para trabajar y ser útiles a la sociedad. La decisión de qué estudiar, que tanto preocupa a los jóvenes y a sus familias, suele basarse en criterios prácticos, aquello que tenga salidas profesionales abundantes y lucrativas, a ser posible. En nuestro país, con un paro juvenil del 30%, parece algo bastante lógico.
No seré yo quien reste un ápice de valor a todo lo que realmente lo tiene. Los avances científicos y tecnológicos que hacen nuestra vida más fácil, cómoda e incluso larga. El emprendimiento que genera riqueza, la economía que la mueve y el empleo que la distribuye. Nuestras sociedades occidentales avanzan gracias a la innovación, al valor de quienes se atreven a asumir riesgos. El progreso tiene un coste y casi todo se mide en forma de contraprestación. La adecuación entre la oferta y la demanda del mercado de trabajo requiere que los jóvenes se formen en aquello que las empresas, que la sociedad, necesita. Todos trabajamos —o al menos lo intentamos— para ganarnos la vida lo mejor posible, y el esfuerzo, la actitud y la preparación son requisitos fundamentales para conseguir éxito en forma de sustento.
¿Qué presencia y qué valor tiene en nuestra vida lo teóricamente "inútil"?
Dicho lo anterior, en esta época veraniega propicia para la reflexión, no estaría de más darle una pensada a los postulados de Ordine. ¿Qué presencia y qué valor tiene en nuestra vida lo teóricamente “inútil”? Qué espacio dejamos a la filosofía o la historia, la literatura o la poesía, la música, el arte o la naturaleza; a esas disciplinas, materias o aficiones que sirven al entendimiento de nuestro origen, de nuestro entorno, que alimentan el espíritu, la conciencia cívica o el desarrollo integral como seres humanos. A todo ese conglomerado que llamamos genéricamente como la “cultura”.
El verano de lo inútil es el que dedicamos a aquellas otras cosas que nos sacan de lo cotidiano, las que nos recuerdan que somos mucho más que generadores de utilidades. Leer, pasear, visitar museos, hacer deporte, viajar, montar en moto, descubrir pueblos, cocinar, navegar o surfear las olas. Caminar hasta cansarnos, escribir un relato, hacer voluntariado, bajar el hándicap de golf o contemplar la naturaleza; la lista es infinita.
Y pensar, reflexionar a ratos sobre lo que hacemos, somos o tenemos, valorarlo como merece. Tratar de identificar lo que realmente nos falta, lo que echamos de verdad de menos, y hacerlo con realismo, sin compararnos con nadie más que con nosotros mismos, con nuestras inquietudes o ambiciones.
Desentendernos, poner la mente en blanco, mirar al infinito o cerrar los ojos en una tumbona; todo está permitido. Y fijarnos propósitos de aprendizaje, de nuevos proyectos, de nuevas vivencias que estimulen nuestra motivación. Ilusionarnos, vivir y celebrarlo. Todo eso, y mucho más, les deseo en el verano de lo inútil.
La muerte le sorprendió pocas semanas después de haber recibido una de sus grandes alegrías, paradojas de la vida. "Es un honor demasiado grande, muy superior a mí", dijo Nuccio Ordine tras saberse ganador del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Le escuché referirse al galardón con una humildad auténtica, en una estupenda entrevista en la radio, y leí algunos artículos alusivos. El intelectual italiano transmitía sus ideas con pasión. Sus críticas iban directas a la conciencia colectiva de nuestras sociedades occidentales y, particularmente, de sus sistemas educativos. Tras conocer su fallecimiento, busqué entre mis libros su famoso manifiesto
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