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Plácido Fajardo

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'Memento mori' en las posiciones directivas

Para muchas personas, la pérdida de trabajo merece todo un duelo, particularmente para los directivos que han puesto cuerpo y alma al servicio de unas responsabilidades que han ocupado

Foto: Un hombre sale de una oficina de empleo en Madrid. (Europa Press/Gustavo Valiente)
Un hombre sale de una oficina de empleo en Madrid. (Europa Press/Gustavo Valiente)

Cuando los emperadores desfilaban triunfantes por las calles de Roma aclamados por la multitud que celebraba sus gestas, alguien cercano, de baja jerarquía, les recordaba aquello de memento mori o “recuerda que has de morir”. No se trataba de aguarles la fiesta, sino de hacerles conscientes de lo efímero de la vida y de su vulnerabilidad como seres humanos, toda una sabia receta contra la arrogancia y la vanidad.

Después de referirnos a Séneca en un apunte anterior, otro estoico, Marco Aurelio, quizás el mejor emperador romano, insiste en esta idea en sus Meditaciones cuando dice aquello de que “podrás dejar la vida ahora mismo, deja que eso determine lo que haces, dices o piensas”. El mensaje último no es derrotista, sino positivo y estimulante: aprovechar el tiempo de la vida al máximo y disfrutar lo que se tiene.

Con el día de los difuntos aún reciente, traigo de nuevo a los clásicos para referirme a otro tipo de muerte, no al final de la existencia biológica, sino al de una etapa de la vida profesional: la pérdida del empleo. Para muchas personas, esta pérdida —cuando es inesperada y no deseada— merece todo un duelo, particularmente para los directivos que han puesto cuerpo y alma al servicio de unas responsabilidades que han ocupado un espacio muy considerable en sus vidas y en su propia identidad.

No estaría de más tener también presente el memento mori corporativo, si se me permite la licencia, o sea, “recuerda que has de dejar tu puesto” en algún momento. La diferencia de este final respecto al biológico es evidente. El segundo depende de la madre naturaleza o de la voluntad divina, para los creyentes. Pero el primero depende de la voluntad humana, de una decisión personal en la que, a menudo, hay una de las dos partes menos conforme que la otra, por mucho que se revista de amistosa y consensuada la decisión.

Traigo de nuevo a los clásicos para referirme a otro tipo de muerte, el de una etapa de la vida profesional: la pérdida del empleo

En conversaciones con mujeres y hombres directivos que han perdido sus puestos de forma no deseada, algunos tras muchos años en la misma empresa, me contaban su trayectoria feliz y exitosa, en la que habían hecho crecer el vínculo emocional con ella, sintiéndose confortables dentro. Mas de pronto, zas, aparecen un nuevo jefe, una reorganización o restructuración, una fusión o adquisición o qué sé yo, una repentina pérdida de confianza. El caso es que se caen de repente los palos del sombrajo, se derrumba el universo asociado a la posición directiva con todo lo que conlleva, no solo en lo profesional, sino también en lo personal. Y aparecen consecuencias como la crisis de autoestima, el cuestionamiento identitario, la incertidumbre de futuro, entre otras cosas.

Cuando esto sucede por sorpresa, sin previo aviso, es aún más doloroso. Normalmente, no hay un plan B, pues el compromiso y la entrega del directivo le habían absorbido todas sus energías, puestas al servicio de aquello que le llenaba y daba sentido a gran parte de su vida. Así es que hay que inventar ese plan a marchas forzadas, como justamente comentaba con uno de mis interlocutores en las conversaciones a las que antes me refería.

Cuando esto sucede sin previo aviso, es aún más doloroso. Normalmente, no hay un plan B

Es muy difícil evitar este tipo de situaciones sobrevenidas que nos superan y escapan a nuestro control. Quien aprieta el botón rojo suele ser, habitualmente, la otra parte. ¿Qué hacer, entonces? Refugiarse en el estoicismo y aceptar del mejor grado posible aquello que nos viene inevitablemente dado, fórmula balsámica para afrontar tal adversidad, puede ser una opción. Pero creo que hay que hacer mucho más.

Lo primero es ser consciente de lo efímero de cualquier responsabilidad en el mundo de las organizaciones, por grande que esta sea. Recuerda que vas a tener que dejarla en algún momento y puede ser mucho antes de lo que pensabas. Ello no significa en absoluto disminuir el apego profesional, el compromiso y la dedicación, pero sí es recomendable tenerlo en mente.

Foto: Un empleador da la mano a un aspirante después de una entrevista de trabajo. (iStock) Opinión
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Lo segundo es tratar de estimar el riesgo de que esto ocurra, prepararse mínimamente para ello y esbozar, aunque sea a trazos gruesos, un posible plan B, más o menos realista. Idealmente, sentir que uno tiene la capacidad de decidir sobre su futuro, como dueño de este, proporciona una tranquilidad y una confianza valiosas, que suelen traducirse en un mejor rendimiento en el trabajo, una mayor lucidez y libertad para actuar y tomar decisiones.

Y lo tercero, por qué no, ver también las consecuencias positivas de una desvinculación no deseada a priori, que puede abrir un panorama de posibilidades que, mientras se está concentrado en una responsabilidad, ni siquiera se consideran. El ofrecimiento de planes de salida por parte de las empresas, por ejemplo, puede ser una oportunidad de oro para dar un giro a la carrera, para hacer otras cosas e impulsar hacia arriba la curva de aprendizaje. Muchas veces, hace falta ese empujón para plantearse alternativas y cambiar de entorno, de actividad, de sector o hasta de ciudad, como me decía uno de mis interlocutores, que está en pleno proceso para ello.

'Memento mori' aplicado a la carrera profesional puede suponer una muerte que sea conveniente, cuando una relación se ha prolongado demasiado

Por último, memento mori aplicado a la carrera profesional puede suponer una muerte que sea conveniente, cuando una relación se ha prolongado demasiado en el tiempo, un ciclo excesivamente largo, que ya aporta poco, en el que la curva de aprendizaje se aplana, cuando no desciende. Y es también la oportunidad de alumbrar una nueva etapa, de crecer, de renovarse e ilusionarse con nuevos proyectos, de descubrir que no siempre, necesariamente, hace más frío fuera.

Cuando los emperadores desfilaban triunfantes por las calles de Roma aclamados por la multitud que celebraba sus gestas, alguien cercano, de baja jerarquía, les recordaba aquello de memento mori o “recuerda que has de morir”. No se trataba de aguarles la fiesta, sino de hacerles conscientes de lo efímero de la vida y de su vulnerabilidad como seres humanos, toda una sabia receta contra la arrogancia y la vanidad.

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