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Plácido Fajardo

Apuntes de liderazgo

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Jaulas de oro que frenan tu carrera

Poner el foco exclusivamente en lo económico a la hora de valorar una oportunidad profesional es un gran error. La felicidad por una subida de sueldo acaba al tercer mes de verla en la nómina

Foto: Foto: Pixabay/G.C.
Foto: Pixabay/G.C.

Toda carrera profesional tiene sus itinerarios, etapas y ciclos. A veces el camino está expedito, libre de obstáculos con los que tropezar. Son épocas de progresión rápida, de avance decidido, de crecer y desarrollarse bajo el impulso de un viento favorable. Otras veces la cosa se tuerce, el camino es un vericueto plagado de dificultades que obligan a replantearse la ruta. En fin, hay ciclos propicios, en los que ascendemos, como sobre ruedas, por la curva de aprendizaje, y otros neutros o desfavorables, en los que esa curva se aplana o se desliza hacia abajo y nos hace caer como un tobogán. La mayoría de los profesionales han experimentado una y otra situación a lo largo de sus trayectorias.

Es importante ser conscientes del momento del ciclo en que se encuentra nuestra curva de aprendizaje, si es ascendente, plana o descendente, con mayor o menor inclinación. Quienes aspiran a progresar en sus carreras, con la sana ambición de crecer y mejorar, tienen al aprendizaje como su principal aliado. Qué he aprendido en mi trabajo actual, qué estoy aprendiendo y qué esperaría aprender en el futuro si continúo haciendo lo que hago.

Un informe reciente de la consultora McKinsey indica que los mejores CEO son los más versátiles en tres aspectos: han tenido diversas experiencias en sus carreras, tienen una curiosidad constante por aprender cosas nuevas y han dominado la dinámica de interactuar con una variedad de partes interesadas -stakeholders-.

Sin embargo, las carreras más prometedoras pueden verse frenadas -cuando no descarriladas-, por uno de los mayores riesgos que las amenazan, que se produce cuando confluyen dos circunstancias. Por un lado, disfrutar de unas muy buenas condiciones retributivas. Por otro, estar acomodado, sentir estancamiento y falta de reto. Es comprensible que hay lugares de los cuales es difícil querer salir cuando te atrapan con el atractivo irresistible de lo material. Si estás bien pagado y dominas lo que haces, relájate y disfruta, para qué complicarte la vida pensando en aprender otras cosas o enfrentarte a retos que te pongan a prueba. Uno se mantiene confortablemente anestesiado, con la conciencia adormecida y un cierto desahogo, viendo pasar los años desde la jaula de oro. Hasta que llega ese día en el que alguien aprieta el botón rojo y ese alguien no eres tú -que esa es otra-.

Foto: Imagen de TitusStaunton en Pixabay. Opinión

Quienes eligen esta opción prefieren renunciar a alternativas profesionales, por retadoras y atractivas que sean, si están peor remuneradas. Entienden que el salario ha de ser necesariamente creciente ante cualquier cambio y priorizan las condiciones económicas sobre todo lo demás. Es una opción tan respetable como cualquier otra, pero incompatible con una estrategia de carrera que mire el largo plazo, la progresión y la plenitud.

El área de Recursos Humanos de una de las empresas para la que trabajé definía su misión de una manera clara y certera: “Liberar el potencial de las personas para conseguir su mayor rendimiento y resultados superiores”. Justamente esa es la mejor manera de crecer profesionalmente, liberando el potencial, ese gran desconocido que todos llevamos dentro. Para liberar el potencial, nuestros retos han de estar un poquito por encima de nuestras capacidades ya afloradas. La mejor manera de crecer es enfrentarse a situaciones para las que uno no está seguro al cien por cien de estar preparado para superarlas (obviamente, dentro de un límite, no se trata de ser un kamikaze). Lo he visto con mis ojos un puñado de veces, como directivo y como consultor headhunter, y también lo he experimentado en carne propia.

Foto: Fotografía de archivo de un jefe. (iStock) Opinión

En cambio, trabajar de manera continuada con retos por debajo de nuestras capacidades, por muy bien pagado que se esté, además de aburrirnos, raramente va a provocar que aflore el potencial interior. La vida profesional pasa en un suspiro y es una pena reducirla, simplemente, a lo que pudo ser y no fue.

Una mujer inteligente me argumentaba hace poco su decisión consciente -y encomiable- de salir de su jaula de oro. A sus casi 40 años, su trabajo era más de lo mismo. Infrautilizadas sus capacidades, sentía que su puesto, muy especializado y rutinario, le cerraba puertas y constreñía su desarrollo. Su empresa, de gran “sex appeal”, le pagaba por encima del mercado. Pero decidió cambiar, ampliar sus horizontes y aumentar su valor, aun reduciendo más de un 20% su remuneración.

Es la diferencia entre mirar la carrera profesional con luces cortas o largas. No hay nada más de corto plazo que el salario y nada más de largo que el crecimiento y desarrollo. Poner el foco exclusivamente en lo económico a la hora de valorar una oportunidad profesional es un gran error. La felicidad por una subida de sueldo acaba al tercer mes de verla en la nómina.

Y, además, ya lo dijeron los estoicos en su teoría de la adaptación hedónica. En nuestra búsqueda del placer continuo, deseamos permanentemente cosas materiales superiores a las que tenemos. Tras conseguirlas, la satisfacción es efímera, pues nos adaptamos rápidamente a ellas y nuestra felicidad vuelve al punto de inicio. La adaptación hedónica nos lleva a perder interés por lo ya conseguido, acostumbrarnos a ello y reemplazar el anterior deseo por otro superior. Mejor dejarnos guiar por nuestra motivación expansiva y desarrollo profesional que vivir con la sensación de que perseguimos una zanahoria en una cinta de correr.

Toda carrera profesional tiene sus itinerarios, etapas y ciclos. A veces el camino está expedito, libre de obstáculos con los que tropezar. Son épocas de progresión rápida, de avance decidido, de crecer y desarrollarse bajo el impulso de un viento favorable. Otras veces la cosa se tuerce, el camino es un vericueto plagado de dificultades que obligan a replantearse la ruta. En fin, hay ciclos propicios, en los que ascendemos, como sobre ruedas, por la curva de aprendizaje, y otros neutros o desfavorables, en los que esa curva se aplana o se desliza hacia abajo y nos hace caer como un tobogán. La mayoría de los profesionales han experimentado una y otra situación a lo largo de sus trayectorias.

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