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Apuntes de liderazgo
Por
Traicionar la verdad con el relato
Ahora, la mentira es compañera frecuente de nuestra realidad cotidiana y la vemos casi con normalidad, acostumbrados a vivir con ella
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Aquella carpeta de cartón que heredé de mi hermano tenía adhesivos pegados, de esos que nos encantaban a los adolescentes de mi época. Junto a fotos de Fleetwood Mac -mi grupo favorito- o la famosa lengua de los Rolling Stones, una sentencia en grandes letras sobre un fondo anaranjado decía: “Hacer todo el bien posible, amar la libertad sobre todas las cosas y, aunque fuera por un trono, nunca traicionar a la verdad”. La carpeta me acompañó al colegio durante un tiempo, pero la frase, que al parecer fue de Beethoven, ha seguido conmigo desde entonces, como esas letanías que recitábamos de carrerilla y terminaron por incrustarse en nuestra memoria.
Traicionar a la verdad debía ser algo muy grave en tiempos del genial músico alemán. Sus biógrafos lo describen como alguien íntegro y con valores, lo que explicaría tamaña exaltación de lo veraz. Dos siglos más tarde, la cotización de la verdad ha perdido muchos enteros. Ahora, la mentira es compañera frecuente de nuestra realidad cotidiana y la vemos casi con normalidad, acostumbrados a vivir con ella. La delgada línea que separa lo real de lo ficticio nos lleva a desconfiar de fuentes que solían ser fiables, incluso las oficiales. Se crean bulos tan gratuitamente como se desacreditan verdades probadas, todo ello, al servicio de una causa superior: el relato.
En su recién publicado Nexus, cuya lectura me está interesando, el famoso Noah Harari dedica precisamente un capítulo a este asunto, en el que desgrana célebres relatos elaborados a lo largo de la historia. Así, los movimientos sociales, políticos o religiosos los han usado como fórmulas artificiales para transmitir valores y creencias, o para ganar adeptos para sus causas. Las empresas y sus marcas también utilizan el relato como estrategia de comunicación para influir en la sociedad y los consumidores. Hoy se cuenta, además, con las redes sociales como un canal perfecto para la divulgación rápida y universal.
La construcción de un buen relato no tiene que ver, necesariamente, con su veracidad, que es una cuestión secundaria y subordinada. Lo que importa son las bases que lo sustentan, los argumentos que lo estructuran, la pasión con que se transmiten y la intensidad de su reiteración para colocarlo. Los consumidores de relatos evitan el pensamiento crítico. En su auto impuesta ceguera, simplemente, quieren creerlos, ya sea por afinidad ideológica, por idealismo, ilusión o dogmas de fe. La retórica y los sofistas, a los que dedicamos un apunte anterior, son un buen antecedente y probable fuente de inspiración para muchos de los constructores de relatos interesados para consumo masivo.
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El mundo corporativo debería actuar de otra manera y, en su mayor parte, lo está haciendo. De hecho, la credibilidad que genera está por encima de la del entorno político. En España, los datos más recientes del Edelman Trust Barometer 2024 muestran que las empresas son la institución en la que más confían los ciudadanos, alcanzando un nivel del 56%, mientras que el Gobierno genera confianza en solo el 36% de los encuestados. Esto refuerza una tendencia observada a nivel global, donde las empresas son percibidas como más competentes y éticas en comparación con otras instituciones.
El relato debería estar supeditado al propósito, que es lo verdaderamente importante. El propósito es la razón de ser última de una organización empresarial, más allá del mero beneficio económico. Refleja su contribución positiva a la sociedad, sus verdaderos valores que la diferencian y singularizan. Que les hace ser atractivas para el talento y la inversión. Que debería marcar su rumbo estratégico de manera estable, que trascienda a las coyunturas del corto plazo.
Podemos votar a un mentiroso probado -porque es “el nuestro”-, pero huimos de comprar o de contratar a quien nos engaña
El relato, en las empresas, es el vehículo más adecuado para transmitir el propósito, para hacerlo elocuente y comprensible. Es una herramienta de comunicación de amplio alcance, que transmite la historia, los logros, la identidad, de forma sugerente, en una narrativa bien expresada, argumentada y coherente. Que puede adecuarse a los ciclos y las vicisitudes, siempre que sea fiel al propósito. Y que, por encima de todo, debería ser veraz.
Mientras que la mentira en el relato político se tolera con anchas tragaderas, la mentira en el relato corporativo tiene consecuencias fatales. Podemos votar a un mentiroso probado -porque es “el nuestro”-, pero huimos de comprar o de contratar a quien nos engaña. Traicionar a la verdad sale muy caro en el mundo profesional de las empresas y ojalá algún día pudiéramos decir lo mismo en otros entornos.
Aquella carpeta de cartón que heredé de mi hermano tenía adhesivos pegados, de esos que nos encantaban a los adolescentes de mi época. Junto a fotos de Fleetwood Mac -mi grupo favorito- o la famosa lengua de los Rolling Stones, una sentencia en grandes letras sobre un fondo anaranjado decía: “Hacer todo el bien posible, amar la libertad sobre todas las cosas y, aunque fuera por un trono, nunca traicionar a la verdad”. La carpeta me acompañó al colegio durante un tiempo, pero la frase, que al parecer fue de Beethoven, ha seguido conmigo desde entonces, como esas letanías que recitábamos de carrerilla y terminaron por incrustarse en nuestra memoria.