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Inteligencia política y carrera profesional

La inteligencia política es determinante para moverse en las organizaciones y progresar en la carrera, sobre todo para quienes ejercen, o pretenden ejercer, las mayores responsabilidades

Foto: Foto: Pixabay/Gerd Altmann.
Foto: Pixabay/Gerd Altmann.

Ahora que la inteligencia artificial va ocupando cada vez más esferas de nuestra vida y nuestro trabajo, me gustaría volver la mirada hacia nuestra inteligencia natural, privativa del homo sapiens y, más concretamente, hacia una de sus manifestaciones, de gran valor en el entorno socio-profesional. Me refiero a la inteligencia política, un atributo que no abunda fuera del ámbito de la actividad puramente política, aunque es determinante para moverse en las organizaciones y progresar en la carrera, sobre todo para quienes ejercen, o pretenden ejercer, las mayores responsabilidades. Veamos algunas de sus características, que medimos habitualmente quienes nos dedicamos a esto del talento y el liderazgo.

La primera consiste en entender dónde está el poder y quiénes lo detentan, algo que no siempre sea evidente. Hace falta una fina capacidad de observación para visualizar por dónde discurren los flujos de poder y autoridad, no ya los formales, sino los informales, que son más sutiles, aunque a menudo más eficaces. En las organizaciones, la jerarquía no es la única que consigue que las cosas progresen y se acepten, o se paren o denieguen. La influencia puede ser más determinante que el poder. Y hay quien tiene talento natural para detectarlo, para tocar los palos adecuados, para canalizar con astucia la influencia y persuadir a los influyentes acerca de sus postulados.

Ligado a lo anterior, es útil conocer el mapa de afinidades entre los agentes clave de la organización, saber quiénes tienen más credibilidad inicial ante determinados interlocutores. Decidir adecuadamente con quién aliarse para defender una causa, idea o propuesta. Un ejemplo de ello es el famoso “precocinado”, o sea, buscar los apoyos y consensos necesarios en petit comité, previamente a someter los temas -sobre todo los más espinosos- al debate formal y plenario.

Las personas políticamente inteligentes saben leer entre líneas e interpretar adecuadamente aquellos mensajes que no son directos ni claros. Son capaces de captar con precisión las reacciones ajenas -a menudo no explícitas- a lo que hacen y dicen y, lo que es más importante, lo tienen en cuenta para variar el rumbo en lo necesario. Eligen bien las batallas en las que merece la pena desgastarse, gestionan los conflictos y saben contenerse sin lanzarse a tumba abierta -por mucho que lo pida el cuerpo-, y juegan bien sus cartas.

Foto: Imagen: Pixabay/Alexa. Opinión
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También saben escoger bien el momento y las circunstancias para proponer ciertas cosas, evitando la terrible inoportunidad, que puede hacer fracasar cualquier buena propuesta. Si ven que no es momento, evitan quemarse a lo bonzo persistiendo, sino que se retiran con presteza y seleccionan con tacto la próxima ocasión en la que volver a la carga.

Otra demostración de lo que hablamos es la anticipación. Lo que se dice coloquialmente como “verlas venir”. Personas valiosas reconocen con pesar su torpeza al lamentar cómo no vieron venir determinados acontecimientos, que “a toro pasado” parecieron tan evidentes. Hay quienes, en cambio, poseen esa capacidad de percepción, olfato o intuición, que les permite anticipar cómo viene la cosa y actuar en consecuencia, adelantándose hábilmente.

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La capacidad de adaptación también es clave en esta materia, un rasgo de personalidad que, si ya es un tesoro en la vida en general, en el entorno profesional, plagado de cambios vertiginosos y enormes incertidumbres, resulta crítico. Ser capaz de adaptarse a las circunstancias, de soportar la falta de certezas y la presión sin descomponerse, manteniendo la eficacia, encajando lo que viene y reaccionando con la flexibilidad de una gacela, es todo un don admirable.

Por supuesto que no basta todo lo anterior para triunfar en el mundo de las organizaciones. Se necesitan otras capacidades importantes, como las de planificación y gestión, el liderazgo de equipos, la orientación a resultados o el esfuerzo y compromiso. Pero, aun teniéndolas, la ausencia de inteligencia política -más aún la torpeza-puede frustrar, cuando no descarrilar, prometedoras carreras.

No me olvido de la ética, porque no entiendo esta inteligencia si no está guiada por valores. Al final no es sino un medio para conseguir un fin ético, un bien mayor, un beneficio conjunto para la organización y sus comunidades de interés. No es una capacidad dirigida a manipular en beneficio propio y perjuicio ajeno, ni para alcanzar o mantener el poder a toda costa de forma egoísta e interesada.

Progresar en la carrera profesional y alcanzar el prestigio requiere entender muy bien el entorno y saber manejar hábilmente las relaciones. La diplomacia, el tacto y todo lo que acabamos de destacar son cualidades muy valiosas para ello. Y hacerlo desde un planteamiento ético es condición irrenunciable sine qua non. Al fin y al cabo, como alguien dijo, la ética es el único patrimonio que los seres humanos podemos llevarnos a la tumba.

Ahora que la inteligencia artificial va ocupando cada vez más esferas de nuestra vida y nuestro trabajo, me gustaría volver la mirada hacia nuestra inteligencia natural, privativa del homo sapiens y, más concretamente, hacia una de sus manifestaciones, de gran valor en el entorno socio-profesional. Me refiero a la inteligencia política, un atributo que no abunda fuera del ámbito de la actividad puramente política, aunque es determinante para moverse en las organizaciones y progresar en la carrera, sobre todo para quienes ejercen, o pretenden ejercer, las mayores responsabilidades. Veamos algunas de sus características, que medimos habitualmente quienes nos dedicamos a esto del talento y el liderazgo.

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