Atando cabos
Por
Demasiadas notas
Existen hoy demasiadas personas que se comportan en su vida con una actitud no muy distinta a la de José II. Y destacan algunos, desde sus posiciones de poder o de representación política
Entre las numerosas escenas inolvidables de la película 'Amadeus', recuerdo una que se supone reproduce un hecho real. El joven Mozart ha presentado ante el Emperador —que es realmente quien le da de comer— un fragmento de su recién compuesta ópera 'Las bodas de Fígaro'. Numerosos cortesanos asisten expectantes al momento. También está presente Salieri (que, por cierto, nunca fue ese malvado que retrata Milos Forman, pero no perdamos el hilo). Todos ansiosos por escuchar el dictamen del Emperador. Terminada la interpretación de la pieza, José II se toma un poco de tiempo para encontrar la forma de decir lo que piensa, hasta que suelta esa frase memorable que ha quedado en la memoria como juicio tan idiota como insensible: "¡Hay demasiadas notas!". Mozart, entre pasmado e indignado, intenta replicar: "¡Majestad, las notas son exactamente las necesarias!". Pero la sentencia es inapelable: demasiadas notas, porque —según el Emperador— hay un límite a las notas que el oído puede escuchar en un momento preciso.
Y según se mire, José II tenía razón. El músico de Salzburgo estaba entonces liderando sin saberlo un cambio de época musical que incluía composiciones mucho más cromáticas, con orquestaciones mucho más sofisticadas que las escuchadas hasta entonces por el oído del Emperador y su corte.
Existen hoy demasiadas personas que se comportan en su vida con una actitud no muy distinta a la de José II. Y destacan algunos, desde sus posiciones de poder o de representación política. Son gente a la que le molesta nuestro país y nuestro entorno tal como es, con su enorme complejidad y con la riqueza que de ahí se deriva. Demasiadas notas, piensan en el fondo, cuando la realidad contradice su corta visión. Probablemente, a veces no es cuestión de mala fe: es atrofia en sus oídos. Pero lo cierto es que están más cómodos reduciendo la melodía que quieren escuchar a unas pocas notas. Es un ejercicio de simplificación fantasiosa que hoy comparten, por ejemplo, gente como el 'president' de la Generalitat, el inquilino de Downing Street y el de la Casa Blanca, o tipos como Salvini. Y, por supuesto, también esos cortesanos que rodean de forma acrítica a estos líderes en sus burbujas. Igualmente, en un marco ya ciertamente mucho más autoritario, el líder bolivariano de Venezuela… o algunos inspirados por él más cercanos a nosotros…
Todos ellos son gente que se acerca a sus respectivas sociedades y al mundo en general con una adaptación del burdo "¡demasiadas notas!"
Existen por supuesto grandísimas diferencias entre las distintas realidades políticas y sociales que cada uno de esos personajes pretenden gobernar, transformar o liderar. Pero todos ellos son gente que se acerca a sus respectivas sociedades y al mundo en general con una adaptación del burdo "¡demasiadas notas!". En sus oídos, quizá incluso en su cerebro, no existen mecanismos para percibir e interpretar una realidad mucho más sofisticada. Creo que los que hoy llamamos líderes populistas tienen ese clarísimo elemento en común.
Pongamos a Torra, por ejemplo. Para él, lo que llega desde la sociedad catalana tiene sin duda demasiadas notas. Y como tal, es una realidad fea, profundamente incómoda en la medida en que Cataluña en su conjunto produce armonías muchísimo más ricas y diversas que los que sonidos de la única melodía mono-tono que ese hombre sabe interpretar o es capaz de escuchar. De hecho, la novedad está ahora en que incluso el propio coro independentista lleva tiempo incorporando nuevas notas y acordes, en algunos casos con un muy notable cambio de escala y de ritmo. Y ahí están algunos de sus intérpretes intentando que la ejecución simultánea de tantas notas y ritmos dispares no se convierta en un guirigay insoportable. No les será fácil, no solo porque ya se ha demostrado que la partitura original estaba mal escrita, sino también por la ausencia de un director al que respeten todos los músicos. Con el agravante de un Puigdemont desnortado al que nadie sabe ya qué papel adjudicar en la orquesta o en el coro.
Tampoco se encuentra cómodo ante su realidad un tipo como Boris Johnson, empeñado en imponer en su país —desde una posición de minoría e incluso con tics autoritarios que parecían difíciles de imaginar en esa isla— un nuevo marco político, económico y social encerrado en sí mismo, destinado a empobrecer a los británicos, que dañará gravemente las perspectivas de los más jóvenes. Pero para ello necesita reducir todo su discurso a una melodía falsamente sencilla, de la que se suprimen todas las cadencias y timbres (en su caso, básicamente la procedentes de la dura realidad del comercio y la economía internacional) que harán imposible sus sueños y obsesiones.
Ese rechazo a melodías complejas con gran diversidad o la incapacidad de captarlas se refleja a veces también en el mensaje que difunden algunos medios de comunicación en determinados asuntos. En tiempos de mensajes de 240 caracteres, o incluso de blogs de 6.000 caracteres como el que está Ud. leyendo; en tiempos de mensajes políticos reducidos a una frase brillante y ensayada para el canutazo ante la cámara, no siempre se logra articular posiciones matizadas, complejas; composiciones que incluyan acordes con muchas notas o añadan contrapuntos, aun a riesgo de caer en disonancias que resulten incómodas para los oídos de la audiencia.
En tiempos de mensajes políticos reducidos a una frase ensayada para el canutazo ante la cámara, no siempre se logra articular posiciones matizadas
Y no se trata de ir añadiendo perspectivas para protegerse en una especie de cómoda equidistancia, tan criticada, a veces con razón. Comparto la opinión de que no todo admite una total neutralidad, o la misma cantidad de argumentos a favor y en contra. Hay afirmaciones que son verdad, y otras que son mentira, y como tales deben denunciarse. Hay asuntos, valores, que afectan a la dignidad de las personas, al bienestar general o a los derechos individuales, y ahí un discurso simple y directo puede ser en ocasiones el único legítimo: en ciertos temas, quien necesita matizar mucho es probable que carezca de principios. Pero sí me parece un error llamar equidistancia al esfuerzo de intentar profundizar o al menos identificar la necesidad de hacerlo; a la exploración de las razones que expliquen —aunque quizá no justifiquen— incluso las posiciones políticas o sociales más alejadas de la propia. Y todo ello, también en esos temas y debates que a muchos nos hacen 'hervir la sangre', e incluso si ello comporta el riesgo de reconocer algo de verdad en lo que dice 'el otro'.
Hoy me estreno en este respetado medio con este primer artículo, invitado a compartir periódicamente opiniones sobre el entorno social y político que nos afecta en España y en Europa. Será un honor. Aunque temo que para algunos las piezas sonarán quizá con demasiadas notas.
Entre las numerosas escenas inolvidables de la película 'Amadeus', recuerdo una que se supone reproduce un hecho real. El joven Mozart ha presentado ante el Emperador —que es realmente quien le da de comer— un fragmento de su recién compuesta ópera 'Las bodas de Fígaro'. Numerosos cortesanos asisten expectantes al momento. También está presente Salieri (que, por cierto, nunca fue ese malvado que retrata Milos Forman, pero no perdamos el hilo). Todos ansiosos por escuchar el dictamen del Emperador. Terminada la interpretación de la pieza, José II se toma un poco de tiempo para encontrar la forma de decir lo que piensa, hasta que suelta esa frase memorable que ha quedado en la memoria como juicio tan idiota como insensible: "¡Hay demasiadas notas!". Mozart, entre pasmado e indignado, intenta replicar: "¡Majestad, las notas son exactamente las necesarias!". Pero la sentencia es inapelable: demasiadas notas, porque —según el Emperador— hay un límite a las notas que el oído puede escuchar en un momento preciso.