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Ignasi Guardans

Atando cabos

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El 'impeachment' es también cosa nuestra

Lo que se está examinando en ese procedimiento es nada menos que los límites del poder en democracia

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (EFE)
El presidente de EEUU, Donald Trump. (EFE)

Apasionado por la historia, y por la información, en ocasiones me he preguntado cómo vivieron en su momento hechos hoy consideramos históricos aquéllos que fueron sus contemporáneos. Lo habitual es que no tuvieran consciencia de su trascendencia futura, incluso viviéndolos como protagonistas. En un ejercicio intelectualmente algo más complejo, pienso en cómo, cuando pasa el tiempo y los historiadores echan la vista atrás, no solo otorgan peso y medida a toda clase de acontecimientos del pasado. También crean relaciones, enlaces, correspondencias entre sucesos contemporáneos pero geográfica y socialmente muy distantes entre sí. Sucesos grandes y pequeños que con el tiempo aparecen como evidentemente conectados, incluso a veces en estricta dependencia de causa efecto.

Así ocurrió con las guerras napoleónicas, la llegada del ferrocarril, el final del colonialismo, los precedentes de ambas Guerras mundiales e incluso su mismo desarrollo… y por supuesto, con la realidad en este preciso momento, por más que hoy estemos más y mejor informados que nadie en el pasado. Desde nuestro tiempo y lugar es difícil tener perspectiva.

Foto: El presidente de EEUU lee sus notas sobre el 'impeachment'. (Reuters)

Viene a cuento esta introducción para llamar la atención del lector sobre lo que está ocurriendo estos días bajo la cúpula del Capitolio de los Estados Unidos. Es posible que muchos en España consideren la investigación preliminar para un posible 'impeachment' o juicio de destitución del presidente de los Estados Unidos como un interesante episodio de política exterior, que poco o nada tiene que ver con su propia realidad política. A veces, eso mismo se percibe en los medios: bastante lío tenemos aquí montado para saber qué ocurre en la Carrera de San Jerónimo como para ocuparnos de lo que ocurre entre la Avenida de la Constitución y la Avenida de la Independencia de la capital norteamericana.

Y, sin embargo, creo que, cualquiera que sea el resultado de este proceso, el día que se narre en los libros de historia aparecerá muy cercano y directamente conectado a otras realidades que nos son más cercanas en España y en Europa. Porque lo que se está examinando en ese procedimiento es nada menos que los límites del poder en democracia. De forma similar a cómo el sistema de la Constitución de EEUU tuvo un impacto fenomenal en los sistemas de gobierno de medio mundo, su posible final también lo tendría, aunque no sea fácil detallar cómo.

Donald Trump llegó a la Casa Blanca contra toda expectativa, empujado por una ola de millones de votos que esperaban de él no tanto un cambio de tal o cual medida política, sino la demolición de un sistema y de una forma de hacer y gobernar. Algunos ingenuos pensaron que ese sistema de poder ya le impondría su corsé y le fijaría sus límites, pero la realidad tozuda no ha hecho más que contradecir esas tesis, al menos hasta ahora. Trump —cree él, creen los que le apoyan— representa al pueblo. Al pueblo de verdad. A la auténtica esencia de su patria. No solo lo representa: es su intérprete principal. Y todos los demás (medios de comunicación, por supuesto; pero también el control legislativo, o los jueces que le contradicen, o los funcionarios que se resisten a obedecer sus órdenes) no son enemigos de Trump. Son enemigos de América.

Trump, creen sus apoyos y él, representa al pueblo. Al de verdad. A la auténtica esencia de su patria. No solo lo representa: es su intérprete principal

Desgraciadamente, hay algo en este “relato” que ha sido asumido también por los demócratas, cuando sienten la necesidad del juicio del “pueblo”, fuera de las instituciones. En otros tiempos, las órdenes y mandatos directamente dirigidos desde el Congreso a la Casa Blanca y a cargos de todo tipo en petición de documentos (esas famosas 'subpoena' que conocemos bien los amantes de películas de juicios) habrían hecho temblar a sus destinatarios. Igualmente las peticiones de comparecencia. Pero ya no: obedecerlas, acatarlas, ha pasado a ser una decisión de la conciencia individual de cada cual. Con ello, lo que está en cuestión es la eficacia misma de las normas democráticas para imponer su propio cumplimiento cuando quien las cuestiona, frontal y conscientemente, lo hace desde el poder democráticamente logrado, en nombre del pueblo y de su propia legitimidad política.

Por esa razón, los demócratas, conscientes de los límites reales de su poder jurídico, han acudido al tribunal de la televisión, buscando exponer las miserias de Trump en su propio ecosistema. A juzgar por las audiencias (unos trece millones de espectadores en directo en televisión emitida en horario laboral, casi el doble de lo habitual), el pueblo sí parece estar atento a los acontecimientos. Por el momento, el sentimiento mayoritario es que los testigos (y en particular, algunas mujeres comparecientes) han exhibido una altísima categoría personal y profesional; y han devuelto la voz a quienes intentan servir a su país con seriedad, lealtad y rigor, lejos de payasadas y arbitrariedades. Pero nada de eso es suficiente para sentenciar al Investigado.

Como se sabe, la Cámara de Representantes tiene aquí un papel equivalente al del Juez de instrucción. Por el momento está acumulando indicios, principalmente por vía de testimonio, para plantear formalmente una acusación que daría inicio al juicio de 'impeachment' propiamente dicho, a celebrar en el Senado hacia enero o febrero. Trump cree que en ese juicio televisado, de resultado incierto pero encauzado por amigos, va a conseguir demostrar que solo es un patriota y que todo es una maniobra contra él. Y mientras unos piensan que en el peor de los casos quedará gravemente debilitado ante la opinión pública, otros temen (tememos) que puede convertir el Senado en plató gratuito para su campaña electoral.

placeholder El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)
El presidente de EEUU, Donald Trump. (Reuters)

No soy profeta ni hijo de profeta, como le dijo Amós a Amasías. ¿Dónde estaremos en noviembre de 2020? Quizá recordando a Trump expulsado del poder en nombre de la integridad democrática. O viendo a Trump derrotado en las urnas. O con Trump reelegido, el Congreso profundamente debilitado como institución de control, y la Constitución americana reducida en a objeto de museo. No lo sé. Pero si estoy convencido de que cuando se escriba la historia de estos años, este episodio tendrá un lugar principal en el análisis de una época política de la que nosotros también formamos parte. Y no he escrito la palabra populismo hasta este final.

Apasionado por la historia, y por la información, en ocasiones me he preguntado cómo vivieron en su momento hechos hoy consideramos históricos aquéllos que fueron sus contemporáneos. Lo habitual es que no tuvieran consciencia de su trascendencia futura, incluso viviéndolos como protagonistas. En un ejercicio intelectualmente algo más complejo, pienso en cómo, cuando pasa el tiempo y los historiadores echan la vista atrás, no solo otorgan peso y medida a toda clase de acontecimientos del pasado. También crean relaciones, enlaces, correspondencias entre sucesos contemporáneos pero geográfica y socialmente muy distantes entre sí. Sucesos grandes y pequeños que con el tiempo aparecen como evidentemente conectados, incluso a veces en estricta dependencia de causa efecto.

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