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Estudiar, tratar y gobernar 'nuestro' coronavirus
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Ignasi Guardans

Atando cabos

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Estudiar, tratar y gobernar 'nuestro' coronavirus

Pero ninguna respuesta ni frío modelo algorítmico, ningún modelo de gestión recibido "de fuera", podrá explicar nuestra realidad completa, ni ofrecer soluciones efectivas

Foto: Foto: EFE
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Hace unos años asistí a un curso intensivo de lengua alemana organizado por el Goethe Institut en la maravillosa ciudad de Dresde. Una tarde, terminadas las agotadoras clases, junto a dos compañeros italianos (todos los alumnos estábamos vinculados a las instituciones europeas) optamos por seguir descubriendo las virtudes del país a través de sus cervezas. Pero respetamos la regla que se nos había impuesto: debíamos seguir hablando alemán entre nosotros. Así íbamos por la calle, entre risas sonoras y comentando la jornada, cuando la profesora, que nos había seguido y filmado a distancia, nos paró: "Mirad, aunque vuestro alemán llegue a ser excelente, nunca os confundirán con alguien del país. No os dais cuenta de cómo movéis vuestras manos. Un alemán jamás hablaría así: se os reconoce de lejos. Para vosotros, italianos y españoles, esos gestos son necesarios, son la mitad de vuestro lenguaje".

Esa escena y su mensaje, más serio de lo que parece, me viene a la cabeza constantemente estos días. Hemos oído todos que el Covid-19 nos afecta sin distinción de raza, religión, orientación sexual o capacidad económica. Y cómo eso nos debe obligar a una reacción solidaria y conjunta. Todo lo cual es perfectamente verdad. En términos estrictamente biológicos y médicos, el impacto del virus en un anciano de Madrid va a ser absolutamente idéntico al efecto de una infección en Wuhan o en el Bronx de Nueva York. Eso es verdad. Pero no es toda la verdad. Porque los seres humanos somos algo un poco más complejo que una combinación organizada de células con capacidad de desplazarse. Yo no sé si tenemos alma, al menos en el sentido cristiano del término. Pero no tengo ninguna duda que el anciano de Wuhan y el anciano de Chamberí mueven las manos de manera distinta cuando hablan, por repetir la imagen de aquel verano. Durante toda su vida habrán acariciado y abrazado de manera distinta a sus seres amados. Como tampoco reciben de la misma forma la información, ni perciben igual el cariño ajeno (o su ausencia), ni se relacionan por igual con las autoridades o "el poder", o tantísimas otras variables subjetivas que ningún algoritmo es capaz de medir. A las que se añaden, por supuesto, variables específicas de nuestro entorno educativo, nuestra estructura demográfica, nuestras formas urbanas de vivir y convivir...

En este tiempo grave de crisis global, mientras andamos cerrando fronteras y aeropuertos, estamos todos mirándonos unos a otros para ver quién es o ha sido el mejor o peor alumno en la gestión de la pandemia. Creo que jamás había dedicado tanto tiempo a estudiar gráficas comparativas, tablas y ejes con toda clase de fórmulas e índices en las ordenadas y las abscisas, que permiten relacionar números de muertos, de infectados, de curados; tablas que comparan "nuestro coronavirus" con el de Wuhan, de China entera, de Alemania, de Italia. Tablas que miran a la evolución de la infección en el pasado inmediato, que comparan los datos de la realidad presente o que proyectan y anticipan nuestro futuro, más o menos sombrío según la fuente que decidamos consultar. Son datos y proyecciones esenciales para quien debe tomar decisiones o hacer análisis con una base objetiva y científica. Y que no se me entienda mal: por supuesto, es tiempo de respeto necesario a la ciencia, al cálculo y a la estadística. La lectura de informes como los del Imperial College of London o de matemáticos de la Universidad de Valencia es importante, y sería idiota si cuestionar su seriedad y su utilidad.

Me cansa leer algunas de esas comparaciones entre lo que se hace o se ha hecho en España

Pero… esos modelos y esas excelentes tablas algorítmicas no contienen toda la verdad. Y no pueden hacerlo, porque en esos cuadros, especialmente cuando se hacen de forma casi planetaria, se está contando y comparando a todos los seres humanos poco menos que como si fuéramos coches o aspiradoras salidas de una misma cadena de producción. Pero no lo somos. ¡Gracias a Dios! Y no solo no lo somos individualmente: tampoco lo somos cuando nos organizamos colectivamente como grupos sociales, en esas estructuras que hemos venido en llamar ciudades, naciones o Estados. Y a nadie se le escapa que esas variables tan humanas de las que hablaba, por difíciles que resulten de medir, han influido de un modo u otro en la velocidad y formas de difusión del virus, en las condiciones personales y familiares en que se ha recibido, en la reacción personal y colectiva ante las autoridades… Son variables que distinguen cómo hemos llegado hasta aquí, que diferencian nuestro presente, y que nos diferenciarán también en las consecuencias psicológicas, anímicas y relacionales de las medidas impuestas cuando esto termine.

Personalmente, me cansa leer algunas de esas comparaciones entre lo que se hace o se ha hecho en España y en tal o cual otro país, cuando se sacan de su prudente y necesario contexto científico y se pretenden tomar de forma aislada como armas de crítica política. ¡Mira los datos!, gritan algunos estos días. ¡Había que haber hecho como en Corea! ¡Hay que hacer como Alemania! ¡El modelo que vale es el del Gobernador de Nueva York! Me parece bastante absurdo entrar en ese juego, más allá de la serena exploración de referentes, y de lo que puedan aportar para construir las únicas decisiones válidas, aquí y ahora, sobre nuestra propia sociedad y, como suele decirse de forma castiza, nuestra gente.

Intuyo que se han podido cometer errores en la gestión de la epidemia, aunque todavía no tengo nada claro qué clase de error ha sido

Como otros, también intuyo que se han podido cometer errores en la gestión española de la epidemia, aunque todavía no tengo nada claro si han sido errores en la decisión (política) o errores en el análisis y cálculo (científico) que ha precedido a esas decisiones. Y estoy convencido de que habrá otros, porque tanto los gobernantes como la comunidad científica en la que se apoyan tienen muchas más incertezas de las que están dispuestos a admitir. También es evidente que en muchos planos necesitaremos respuestas globales, y aprender de las experiencias ajenas, vengan de donde vengan. Pero ninguna respuesta ni frío modelo algorítmico, ningún modelo de gestión recibido "de fuera", podrá explicar nuestra realidad completa, ni ofrecer soluciones efectivas a nuestra propia y específica realidad. Que solo nuestro Gobierno podrá y deberá gestionar, con o sin el apoyo de la oposición.

Hace unos años asistí a un curso intensivo de lengua alemana organizado por el Goethe Institut en la maravillosa ciudad de Dresde. Una tarde, terminadas las agotadoras clases, junto a dos compañeros italianos (todos los alumnos estábamos vinculados a las instituciones europeas) optamos por seguir descubriendo las virtudes del país a través de sus cervezas. Pero respetamos la regla que se nos había impuesto: debíamos seguir hablando alemán entre nosotros. Así íbamos por la calle, entre risas sonoras y comentando la jornada, cuando la profesora, que nos había seguido y filmado a distancia, nos paró: "Mirad, aunque vuestro alemán llegue a ser excelente, nunca os confundirán con alguien del país. No os dais cuenta de cómo movéis vuestras manos. Un alemán jamás hablaría así: se os reconoce de lejos. Para vosotros, italianos y españoles, esos gestos son necesarios, son la mitad de vuestro lenguaje".