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España en la encrucijada: las dos Españas de 2024
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España en la encrucijada: las dos Españas de 2024

En la España actual conviven dos visiones del mundo, dos identidades que pugnan por alcanzar la hegemonía en todos y cada uno de los ámbitos en los que está en liza la definición de nuestro futuro político, económico y cultural

Foto: Bandera de España. (Pixabay/M W)
Bandera de España. (Pixabay/M W)

Hace ahora un siglo aquel extraordinario observador de la realidad de su tiempo que fue Ortega y Gasset sintetizó en una obra por lo demás hoy ya icónica, La España invertebrada, la trágica dualidad que nos ha acompañado en el dilatado proceso de construcción de nuestra identidad nacional: “Una España muerta, hueca y carcomida y una nueva España, afanosa y que tiende hacia la vida”.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces y, naturalmente, han variado el escenario, el guion y los protagonistas, pero aquel dilema tan agudamente enunciado por Ortega mantiene, desafortunadamente, su vigencia porque la tensión entre las dos dinámicas que definen nuestra identidad como nación no ha sido definitivamente resuelta.

Como si de un zigzagueante vaivén se tratara, hemos accedido a la modernidad ilustrada a trompicones, avanzando con pasos vacilantes siempre temerosos de que las numerosas huestes de la “eterna tradición” detuvieran la marcha o buscaran un atajo alternativo. Y así ha sido en ocasiones.

A estas alturas del siglo XXI los viejos fantasmas de Ortega han abandonado sus antiguos ropajes. Hoy ya no lucen la púrpura de sus túnicas ni exhiben ostentosamente la ociosidad de la aristocracia terrateniente. Finalmente, aunque tarde, aquí también nos hemos enterado de lo que sucedió en 1789.

Foto: José Ortega y Gasset

Hoy, la España hueca y carcomida de Ortega comparece revestida de un maquillaje que enmascara el rostro feo y desteñido del pasado. Pero siguen mirando hacia atrás, refractando en el espejo de la historia la nostalgia de la ventaja y el privilegio.

En la España actual conviven dos visiones del mundo, dos identidades que pugnan por alcanzar la hegemonía en todos y cada uno de los ámbitos en los que está en liza la definición de nuestro futuro político, económico y cultural.

Este antagonismo penetra las instituciones, se extiende por los ramificados intersticios de la sociedad civil y alcanza a las familias y a los individuos. No se trata de la clásica división ideológica que define la actividad política; más al contrario se nutre de ambos lados del espectro ideológico.

Hay dos Españas, pero no son las del mundo de ayer.

Hay una España moderna, ilustrada, una sociedad abierta al mundo, heredera de nuestra mejor tradición intelectual, de jóvenes emprendedores que hablan inglés y estudian matemáticas. Son ciudadanos del mundo, su patria no tiene fronteras.

Hay una España moderna, abierta al mundo. Pero hay también otra sindicalizada que vive instalada cómodamente en los privilegios y subvenciones

Son las mujeres y los hombres que están construyendo lo mejor de este país. Se desenvuelven con soltura en un escenario de incertidumbre porque no necesitan la seguridad del futuro, saben que su valor radica precisamente en eso, en su antifragilidad, en su flexibilidad y adaptación al cambio.

Viven con esperanza y sin miedo y no recelan ni desconfían del diferente porque se han educado en un entorno multicultural. Aceptan y promueven la diversidad porque son conscientes que solo así puede emerger la creatividad. Su lenguaje es el código digital de la modernidad, y la competencia y el mercado son el oxígeno con el que alimentan su extraordinaria fuerza vital.

Pero hay también otra España. Es esa España hermética, oscura y siniestra que evocaba Ortega, la España sindicalizada que vive cómodamente instalada en los privilegios y las subvenciones. Sus componentes configuran una tribu variopinta, desde el ultranacionalismo xenófobo hasta la izquierda paleolítica, pasando por la derecha más conservadora y reaccionaria con sus retóricas de la intransigencia.

Foto: Nuevos Ministerios, Madrid. (iStock)

Tan heterogénea coalición comparte un mismo universo axiológico: la desconfianza hacia la iniciativa privada y el escepticismo frente al mercado, una sospecha metodológica que interpreta el mundo como una amenaza, el temor frente a toda competencia, la sacralización de lo público como un coto privativo de grupos funcionarizados.

Desde la principesca atalaya de los presupuestos públicos y las subvenciones administrativas no se cansan de advertir a quienes todavía tienen la paciencia de escucharlos de los ineludibles peligros y las graves amenazas del capitalismo depredador. Son los profetas del inminente apocalipsis que se cierne sobre la humanidad, los catastrofistas de toda laya, esa estirpe de agoreros y fracasados que han convertido su miseria personal en una visión del mundo.

Todos ellos comparten el síndrome de “la piel de elefante”, una acusada insensibilidad frente al conocimiento científico y la evidencia empírica que acreditan lo errático de sus pronósticos. Son lo que Steven Pinker califica como "los profesionales de la catástrofe ". Imbuidos de un pesimismo irracional que dice mucho más de sus propias vidas que del mundo en el que viven maldicen el desarrollo y demonizan el mercado, la iniciativa privada y el esfuerzo individual desde las cómodas poltronas de los presupuestos públicos.

España se encuentra dividida entre quienes abogan por incorporarnos a un mundo global y aquellos que se aferran a los viejos privilegios

Una vez más, este país se encuentra en la encrucijada de un alma dividida entre quienes abogan por incorporarnos a un mundo global, en una aventura interminable hacia el futuro, dejando atrás definitivamente esos viejos demonios castizos que tradicionalmente han lastrado nuestro desarrollo, y aquellos otros que se aferran a los viejos privilegios, a las reglamentaciones y los proteccionismos que preservan su cómodo estatus.

Esta vez nos jugamos mucho en este envite. Tenemos que decidir si queremos tener un país de funcionarios y liberados sindicales, de ultramontanos reaccionarios o de jóvenes emprendedores que son ciudadanos del mundo.

A pesar de todos los portavoces del apocalipsis que añoran con nostalgia una España aldeana y funcionarizada hay muchas razones para la esperanza.

Foto: Concentración de funcionarios en Madrid ante el Ministerio de Economía. (EFE) Opinión
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Vivimos en la mejor sociedad que ha existido nunca. Cualquier trabajador tiene a su disposición hoy más comodidades que Luis XIV en la corte de Versalles. Disfrutamos más que nunca del enorme privilegio y de las ventajas del conocimiento científico y del prestigio de la razón.

Conservar y potenciar los valores de la Ilustración es una gran tarea, una tarea que da sentido a una vida. Y por encima de cualquier otra consideración, todos aquellos que miran al futuro con ilusión y se esfuerzan día a día por mejorar su condición, tienen que saber, cómo sucedía con los intelectuales alemanes exiliados en el París de los años treinta, que no solo son más, es que también son los mejores. Y para mí es un gran honor dar voz, por humilde que sea, a todos ellos.

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*Álvaro Lobato Lavín. Magistrado del Juzgado de lo Mercantil 2 de Barcelona. Patrono de Fide.

Hace ahora un siglo aquel extraordinario observador de la realidad de su tiempo que fue Ortega y Gasset sintetizó en una obra por lo demás hoy ya icónica, La España invertebrada, la trágica dualidad que nos ha acompañado en el dilatado proceso de construcción de nuestra identidad nacional: “Una España muerta, hueca y carcomida y una nueva España, afanosa y que tiende hacia la vida”.

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