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Son los nuestros aunque nos sodomicen en plaza Catalunya
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Juan Soto Ivars

Crónicas desde la República cuántica

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Son los nuestros aunque nos sodomicen en plaza Catalunya

Cámbiese Bruselas por Valencia y Ginebra por Génova para que la estupidez de la soflama alcance las cinco estrellas en cualquier reseña de Amazon

Foto: La secretaria general de ERC, Marta Rovira, a su salida del Tribunal Supremo este lunes. (EFE)
La secretaria general de ERC, Marta Rovira, a su salida del Tribunal Supremo este lunes. (EFE)

El domingo, una de las tuiteras más influyentes de la órbita independentista dijo que nos iba a contar un pequeño secretillo. Aprovechó a tope los 280 caracteres para soltar esta diatriba deprimente: “Nos parece genial que vayan a declarar y se retracten. Que vayan a declarar y se reafirmen. Que antes de ser citados se vayan a Bruselas. Que después de ser citados se vayan a Ginebra. Son los nuestros. Hagan lo que hagan”. Tal cual.

Cámbiese Bruselas por Valencia y Ginebra por Génova para que la estupidez de la soflama alcance las cinco estrellas en cualquier reseña de Amazon. Una locura, ¿verdad? Pues no. Parece que no. Parece que aquí los locos somos los que ponemos cara de vergüenza ajena ante semejantes exhibiciones de autismo tribal. La autora del mensaje tiene más de 60.000 seguidores y el tuit fue celebrado con 2.500 retuits y 7.500 'likes', convirtiéndose en secreto a voces. O más bien a coces, hablando con propiedad.

Pero lo peor es que no se trata de un simple tuit, sino que la tuitera nos está diciendo exactamente lo mismo que vimos en las últimas elecciones. El tribalismo acrítico e irracional y su difusión son un reflejo de lo ocurrido después del 1 de octubre. Recojo la imagen acertadísima que usó David Torres para Rajoy y su corrupción: sería necesario que Puigdemont y Anna Gabriel hicieran una misa negra y degollasen bebés en plaza Catalunya para que su tribu se disolviera espeluznada. Y esto, siempre que los bebés no fueran españolistas, porque entonces todavía balarían los borregos y nos dirían que el degüello está justificado.

En fin. Las últimas elecciones y lo que ha pasado después son la demostración empírica de que la política de confrontación identitaria parte en dos la sociedad, y punto. Con el Parlament paralizado y el 155 en marcha, es más urgente que nunca el repliegue de las posiciones sentimentales y el uso de la mano izquierda, pero los talibanes de los dos lados no paran de ganar terreno. Hay quien se tatúa en el culo la cara de Puigdemont y quien se adorna el pecho con la bandera de Tabarnia. Con semejantes bueyes tenemos que arar.

Sería necesario que Puigdemont y Anna Gabriel hicieran una misa negra y degollasen bebés en plaza Catalunya para que su tribu se disolviera

En su libro magistral sobre el Berlín de los años treinta, el periodista Sebastian Haffner señala el ingrediente secreto de la catástrofe europea: según él, es la camaradería. Leed ahora sus palabras y decidme si no están de absoluta actualidad: “La camaradería forma parte de la guerra. Corrompe y deprava al ser humano. El camarada hace lo que hagan los demás. No le queda alternativa. No hay tiempo para reflexionar. La voz de la conciencia es la de los camaradas y lo absolverá de todo siempre y cuando haga lo que hace el resto. Cualquier debate vertido en una solución química de camaradería adquiere rápidamente tintes de refunfuño y maquinación, es pecado mortal. Sobre la base de la camaradería no prospera la reflexión, sino el pensamiento colectivo de naturaleza más primitiva. Si alguien desea escapar, se le sitúa automáticamente fuera del concepto de camaradería”.

Una ciudadanía irresponsable

Lo que nos estaba diciendo esta tuitera tan influyente es que no le importa lo más mínimo que los suyos sean unos falsos y unos hijos de perra, porque los seguirá votando. Por desgracia, es lo mismo que expresaron las urnas en las últimas elecciones catalanas y posiblemente en las próximas generales. Me gustaría decir que este frentismo irracional va a acabar algún día con la democracia, pero sospecho que ya lo ha hecho. No puede llamarse democracia a un sistema donde el votante no vigila a sus gobernantes. No es democracia lo que sale de unas urnas en las que no se castigan delitos tan manifiestos como la corrupción estructural o las mentiras desvergonzadas de un puñado de vendepatrias manipuladores.

Por desgracia, es lo mismo que expresaron las urnas en las últimas elecciones catalanas y posiblemente en las próximas generales

Los medios manipulan, los políticos mienten, siempre estamos con la misma historia, pero ¿qué hay de la ciudadanía? ¿No es irresponsable la ciudadanía cuando se comporta de esta forma? La camaradería transforma los parlamentos en campos de batalla inútiles a la sociedad. Las identidades colectivas dinamitan las nociones de igualdad entre los ciudadanos. Me pregunto cuánto tiempo aguantará el sistema. Ya se están desobedeciendo leyes fundamentales, ya se están reformando otras leyes para corroer lo que entendíamos por Estado de derecho. ¿Cuándo habremos traspasado el umbral que separa la democracia de otra cosa que no lo es? ¿Nos daremos cuenta con tiempo suficiente para reaccionar? ¿Querremos reaccionar?

El domingo, una de las tuiteras más influyentes de la órbita independentista dijo que nos iba a contar un pequeño secretillo. Aprovechó a tope los 280 caracteres para soltar esta diatriba deprimente: “Nos parece genial que vayan a declarar y se retracten. Que vayan a declarar y se reafirmen. Que antes de ser citados se vayan a Bruselas. Que después de ser citados se vayan a Ginebra. Son los nuestros. Hagan lo que hagan”. Tal cual.

Carles Puigdemont Parlamento de Cataluña