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Pulso entre un barman 'indepe' y un traidor a la causa
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Un murciano en la corte del rey Artur

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Pulso entre un barman 'indepe' y un traidor a la causa

Planas era independentista y dejó de serlo. El cambio de mentalidad no le salió barato. Recorrió España, de bar en bar, y descubrió que España no le odiaba por ser catalán como creía

Foto: Adrià Alsina y Joan Planas. (Foto: Edgar Melo)
Adrià Alsina y Joan Planas. (Foto: Edgar Melo)

Joan Planas es un artista catalán y, que sepamos, el único ciudadano en el que se ha producido ese milagro que espera Rajoy en su aparente amaro far niente: era independentista y dejó de serlo. Hay que decir que el cambio de mentalidad no le salió barato. Del mismo modo que algunos gays católicos se someten a terapias carísimas en centros en Minnesota para ver si así se empalman delante de una mulata, Planas tuvo que pulirse sus ahorros en un viaje costoso. Recorrió toda España entrevistando de bar en bar a los espanyolets y preguntándoles por los asuntos cruciales del nacionalismo, y descubrió que España no le odiaba por ser catalán, como él había creído.

Se quitó muchos prejuicios de la cabeza, como les debió ocurrir a muchos parroquianos españoles, porque las rondas las pagaba el catalán.

Podrá imaginarse mi apreciada lectora la dimensión del caramelo que representaba la historia de Planas para los periodistas de Madrid. Cuando se conoció su periplo ideológico, auténticas bandadas de grabadoras se cernieron sobre él. Pensaron los jefes de los periódicos:

-Hay que sacarle tinta rápido no sea que se le gire la veleta de nuevo y se nos descuajaringue el titular.

placeholder En la conversación, Soto Ivars, Planas y Alsina. (Foto: Edgar Melo)

Y a toda prisa corrieron a llamar a su puerta. Claro, a los indepes les pasó como a mí cuando veo un cuadro de Tàpies, que dijeron “no m'agrada aquest artista”. Pero es que además no daban crédito a la traición. Le hicieron a Joan una zapatada en Twitter y encontraron lo que según ellos eran pruebas irrefutables de que mentía: no sólo no había sido indepe en su puta vida, sino que además se relacionaba con la extrema derecha española (ya se sabe que en la mentalidad de algunos indepes hay poco término medio, y si uno cree en España posiblemente también crea en Cristo Rey).

A mí, por lo que leí en la prensa, Planas me dio la impresión de ser un tío sensible, cuidadoso, lleno de buenos sentimientos, de manera que inmediatamente quise darle un epílogo draconiano a su viaje y le propuse una charla con un barman indepe más duro que un cenicero de cristal, mi amigo Adrià Alsina. Éste regenta un bar pero también es politólogo, economista y tertuliano habitual en varios medios catalanes.

Conversador voraz, enjuto, rapado y nervioso, a Adrià le pasó lo contrario que a Planas: se terminó de convertir al independentismo viviendo en Madrid y tratando con la administración. Está totalmente enterado de los vericuetos internos del Procés y tiene cara y estómago para defender la independencia ante quien se le ponga delante. L'Industrial, su bar, es un hervidero de murgas políticas donde la parroquia sigue los debates de la tele con el griterío y las algaradas propias de una tarde de cañas y fútbol.

El reto sedujo a Sant Jordi, que fue a reunirse con el dragón que le esperaba detrás del surtidor de cerveza. La charla fue un pulso. Alsina desgranaba sobre la barra toda clase de denuncias políticas y económicas concretas. Denunciaba abusos cometidos por España desde los tiempos del Tano, e hizo tantas y tales concreciones que Planas sólo pudo contraatacar con las experiencias positivas que había extraído de sus charlas con los habitantes de España.

Pero Alsina no es ni ingenuo ni antiespañol. Dejó claro que él sabe que la gente es buena y simpática en todas partes, pero se centró en los problemas de la política. Su problema con España, dijo, no es de índole sentimental, y añadió que sentimental habría sido en todo caso la conversión de su contrincante. Hostia, aquello dolió a Planas. Respondió que la gente que entrevistó no le había parecido simpática, que incluso se había encontrado con un tipo que consideraba a los catalanes escoria infrahumana, y que había soportado estos discursos xenófobos sin pestañear, pues este no era el sentimiento general.

Pero a Adrià no le interesan los sentimientos. Desafió a Planas a negarle la mayor: ¿Consideras que el estado no es injusto con Cataluña, que no hemos intentado negociar ya demasiado tiempo? ¿Consideras, dejando aparte los sentimientos, que existe una solución política? Planas respondió que entendía las reivindicaciones políticas y económicas de Cataluña, pero que todas las comunidades autónomas tienen quejas de Madrid. Que en todas partes cuecen habas, como quien dice. Pero Alsina poseía otra batería de argumentos históricos, políticos, técnicos y económicos con la que desintegrar la reticencia.

placeholder Planas y Aslina en el bar del segundo. (Edgar Melo)

Planas pintó España como una comunidad de vecinos donde cada uno tiene sus quebraderos en casa, y anunció que la solución está en que unos vecinos se interesen por las preocupaciones de los demás. Su viaje por España seguía dando de sí, y conminó a Cataluña a hacer lo mismo, a adoptar una actitud más informadora y constructiva, a compartir su malestar. Alsina no sólo le afeó la metáfora sino que llegó a decirle que el AVE es una prueba de las ansias centralistas de Madrit, y volvió a recriminar a su contrincante que mezclase a la gente con las instituciones.

Por esos derroteros fue la charla, y al final llegué a una conclusión. Le ruego indulgencia al lector. Yo prefiero que Cataluña siga siendo parte de España, pero Alsina fue mucho más convincente que Planas.

El debate me recordó al que se produce entre los partidos políticos. El bloque independentista acribilla a la población con argumentos, que serán válidos o no lo serán, pero los partidos españoles aluden a los sentimientos y, en el mejor de los casos, pronostican que Cataluña irá al desastre si decide independizarse. Argumentos positivos para mantenernos unidos, se leen muy pocos. Y cuando pienso en el discurso de Cameron sobre Escocia me entran ganas de hacerme inglés.

Joan Planas es un artista catalán y, que sepamos, el único ciudadano en el que se ha producido ese milagro que espera Rajoy en su aparente amaro far niente: era independentista y dejó de serlo. Hay que decir que el cambio de mentalidad no le salió barato. Del mismo modo que algunos gays católicos se someten a terapias carísimas en centros en Minnesota para ver si así se empalman delante de una mulata, Planas tuvo que pulirse sus ahorros en un viaje costoso. Recorrió toda España entrevistando de bar en bar a los espanyolets y preguntándoles por los asuntos cruciales del nacionalismo, y descubrió que España no le odiaba por ser catalán, como él había creído.

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