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'Junts pel ni sí ni no': catalanes que no piensan lo que tú creías
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Juan Soto Ivars

Un murciano en la corte del rey Artur

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'Junts pel ni sí ni no': catalanes que no piensan lo que tú creías

La próxima vez que usted diga “los catalanes son...” tenga en cuenta los testimonios que va a leer antes de rellenar la línea de puntos

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Los políticos sueñan con ellos pero no les dirigen la palabra, por si acaso. Son El Dorado de las encuestas, más imprevisibles que indecisos, y a veces tienen sólo una cosa clara: “Ni tú, ni tu enemigo; podéis ir ambos a tomar por saco”. Aunque en la prensa de los dos lados parezca imposible encontrar los grises, los catalanes con los que yo he hablado destrozan todos los tópicos de este debate para fanáticos del sí o del no. Son independientes, es decir: ni indepedentistas ni españolistas. La próxima vez que usted diga “los catalanes son...” tenga en cuenta los testimonios que va a leer antes de rellenar la línea de puntos.

Porque estos catalanes no llevan el carné de ningún partido delante de los ojos. Mientras las masas corren hacia su enemigo con la daga entre los dientes, estos denuncian el ridículo de la situación. La carta de Felipe González a los catalanes no les parece menos abominable que la de Artur Mas a los españoles. Por eso, porque pasan de mesianismos, los llamaré Junts pel ni sí ni no.

Les presento a Paco Almanzor, técnico de cooperación internacional. Dice que ha perdido alguna amistad que se había vuelto demasiado indepe, pero no por indepe, sino por pesada. Como no le gusta discutir, en estos tiempos polarizados procura autocensurarse y decir algo parecido a lo que el otro quiere oír. Le pregunto si ve estas elecciones como un plebiscito:

“Quiero explicarte que no soporto los nacionalismos. Dicho esto, no veo el problema en hacer un referéndum de autodeterminación en Cataluña. No tengo ni idea de lo que votaría. Dependería de muchas cosas, entre otras de cómo se contemplara la función pública en la hipotética República Catalana (no olvidemos que soy funcionario )”. En el referéndum votó no, y con ello quiso mandar dos mensajes: “Fui a votar, y por tanto quería decirle al señor Rajoy que quiero votar en un referéndum vinculante negociado entre las dos partes (ver Escocia ) y voté NO, pues quería enviarle un mensaje al señor Mas: no me parece bien que dé por hecho que todos los catalanes estamos por la independencia”.

Anna María Iglesia se desenvuelve en la crítica literaria. Cuando le pregunto qué opciones de voto se plantea, hace un regate: “La pregunta tiene trampa. Dependiendo de lo que responda se me va a poner la etiqueta de independentista o de centralista. Huyo de ambas. Lo único que te puedo decir es ni el unionismo ni el independentismo me parecen motivo suficiente para cerrar los ojos ante partidos podridos por la corrupción, ya sean de Madrid o de Cataluña”. Lo que más le fastidia es que unos y otros estén recortando en educación y sanidad y jugando al despiste con banderas. Ella no soporta la politización de TV3, pero tampoco la de TVE. Cuando le pregunto si el 27-S es un momento histórico, dice: “Creo que la cuestión catalana, como ya la llamaba Unamuno, es algo menor. Ante la tragedia de los refugiados no me atrevo a decir que el 27-S y estos días previos representen un momento central para la humanidad”.

Joan Villaplana es ingeniero civil y le gusta derribar mitos: “El pueblo catalán es menos serio y laborioso de los que hemos hecho creer. La Cataluña europea, avanzada y cosmopolita es sólo eso, un mito. Y ahora lo estamos viendo. Me siento aterrado por el bajo nivel de ilustración de muchos de mis conciudadanos y por cómo el nacionalismo se sirve de esto y de la democracia para sus fines. Uno llega a la conclusión que la democracia es inviable cuando el nivel cultural de los ciudadanos es bajo y la responsabilidad individual se diluye en la masa, ya que los ciudadanos están indefensos ante la mentira de los dirigentes. Ojo, por nivel cultural no me refiero a haber leído una extensa cantidad de libros, sino a ser capaz de realizar un análisis simple de la realidad política, de informarse por varios medios de comunicación, etc”.

No cree que las elecciones sean un plebiscito: “Para empezar, esto no es una república bananera ni España es una dictadura. En un plebiscito todos los votos valen lo mismo, cosa que no ocurre en las elecciones autonómicas. En el entorno rural un voto vale más que en Barcelona”. No se cree la España Tétrica en su versión indepe ni en la de Podemos: “España, es cierto, tiene una historia terrible en algunos de sus pasajes pero a pesar de lo que digan los nacionalistas o los de Podemos, los últimos 40 años han sido los de más esplendor de este país”.

Sergi Carbonell es desarrollador de software. Sus palabras me parece un buen ejemplo de la tensión interna de muchos ciudadanos en esta batalla de trapo: “Siento confusión y presión, sobre todo porque soy catalán de familia y muchos de mis amigos están convencidos del sí. A mi padre le habían abofeteado por hablar catalán durante el franquismo, ¿debo ser del sí? Cuando hablo castellano se me nota mi acento catalán. ¿Debo ser del sí? Creo que gran parte del discurso del sí está basado en hechos que sucedieron hace un siglo o incluso más, no consigo encontrar motivos actuales que me convenzan al sí. Odio los nacionalismos de cualquier tipo y me dan miedo los movimientos ovejiles ante discursos baratos. Si esto no se hubiera iniciado con la campaña de Mas quizá estaría más cerca del sí que del no”.

Con una postura tan sutil, ha tropezado por igual con los dientes de la catalanofobia y de la hispanofobia. Me dice que tiene muchas ganas de que termine la guerra mediática, y “que a nivel autonómico y nacional pase lo mismo que en las municipales de Barcelona, que cambien las caras y los partidos”.

José Antonio González es abogado laboralista, y tiene la sensación de que todo esto es un inmenso teatro. “Un lado dice algo, el otro lado hace como que se ofende y dice otra cosa, que a su vez permite que el lado contrario se haga el ofendido, y así eternamente. Y todos los periódicos amplificando hasta la náusea las supuestas ofensas para que todos los españolitos y los catalanets reclamemos a gritos que sigan con la función. Mientras tanto el paro, la precariedad, la corrupción desbocadas; la sanidad, la educación y otros servicios se caen a pedazos; y cada uno dice que no puede hacer nada porque la culpa es de los otros. Estoy muy muy cansado de todo este teatro. Nos están tomando el pelo”.

Él no es nacionalista, pero reconoce “que el sentimiento nacional es muy potente en Cataluña. No creo que exista posibilidad real, bajo el régimen del 78, de alcanzar la independencia por vías legales, pacíficas y democráticas. La única solución que se me ocurre es una III República española en cuya constitución se reconociese la posibilidad de autodeterminación por vía democrática. Para ello, la izquierda española y la catalana (como mínimo) deberían aliarse con este objetivo”.

Ahora les presento a Elena Andrés, documentalista en una consultoría. Menciona uno de los asuntos claves en el descontento de muchísimos ciudadanos anónimos: “Me molesta que en ningún medio (ni estatal ni autonómico) se lleve a cabo un debate serio sobre los pros y contras de la posible independencia”. Ella no cree que las elecciones sean un plebiscito ni que Cataluña viva un momento histórico: “Yo me puedo declarar independiente, pero si los demás, la comunidad internacional no lo reconoce, no sirve para nada. ¿Momento histórico? Qué va, por favor. Aunque algunos amigos se me han enfadado por decir esto, creo que el sentimiento social independentista proviene de la situación de crisis que vive España. Es circunstancial. En cuanto cambien las circunstancias, este sentimiento se apaciguará”.

Cuando le pregunto qué le gustaría que cambiase en la relación entre el estado y Cataluña, lo tiene claro: “Que en Cataluña hubiera más sentido crítico, y que algunos sectores de la sociedad española no fueran tan subnormales: los catalanes no estamos quemando niños en hogueras para que nos tengan tanta manía”. Por otra parte, le hacen gracia “algunos catalanes que creen que por ser catalán se es más decente, mejor persona, más ético, más alto y más guapo. Somos chovinistas hasta la náusea. Pero la catalanofobia también es repugnante: he vivido fuera de Cataluña años en distintos puntos de España, y sé de lo que hablo. Podría dar mil ejemplos, pero para muestra, un botón: “Eres muy maja para ser catalana”. ¿Eso qué es? ¿Un insulto? ¿Un halago?”

Aún más cáustico es Sergio Lifante, crítico de videojuegos, traductor y profesor de inglés que abre fuego diciendo que siente “ambivalencia la mayoría del tiempo, y bastante manía a ambos lados. Entre el españolismo rancio y el catalanismo que quiere levantar más fronteras... ¿en serio tengo que elegir? Puaj”.

Dice que votará a Podemos o CUP. “Los primeros me resultan débiles a nivel de posicionarse y su candidato no es que me encante, pero parece la única opción de izquierda ahora mismo. CUP en cambio me produce más simpatía, las camisetas de David Fernández y su forma de sacarle la sandalia a Rato... Les voté en las anteriores y no me arrepiento, me encanta ese cruce entre monjes franciscanos y monitores de esplai. Su único defecto es que son independentistas utópicos, pero como sé que no van a gobernar, les puedo dar el voto de simpatía.”

Posiblemente, el lector crea que un votante de la CUP es el independentista más irredento que se puede encontrar, y está más o menos claro que los dirigentes de la CUP piensan lo mismo. Ambos se equivocan. Sergio prefiere “quedarme en España, pero a ser posible una más madura a nivel democrático. No me gusta nada el “ens roba”, pero con el mismo cargo, si mi madre trabajase en Madrid pagaría un 4% menos de impuestos. No veo intención de diálogo en ningún bando, pero soy más crítico con Madrid: si nos hubiesen dejado votar en su momento, creo que habría salido el NO. Ahora bien, como nos hinchan tanto las pelotas y nos insultan constantemente, uno llega a plantearse apoyar la independencia aunque sea sólo por hacerles el FUCK YOU”.

Por último, está Eduard Vilageliu i Prats. Es farmacéutico y un hombre tierno y amable, pero el tema político lo vuelve parco, casi cortante, porque siente “hastío e indiferencia salpicados con un poco de hartazgo”. De hecho, no irá a votar el 27-S, aunque piensa que Junts pel sí tendrá un fracaso estrepitoso. Dice que hay más españolofobia que catalanofobia, y que “los que aquí se abrazaban con el gol de Señor contra Malta ahora ríen con el fracaso de la selección en el último Mundial”. Eduard está harto. Es de los que permanecen en silencio mientras levantan el circo y los desfiles pasan por las calles. Le pasa lo que a las personas cabales y sensatas cuando los políticos imponen el juego del enfrentamiento radical. Eduard pasa de jugar.

Los políticos sueñan con ellos pero no les dirigen la palabra, por si acaso. Son El Dorado de las encuestas, más imprevisibles que indecisos, y a veces tienen sólo una cosa clara: “Ni tú, ni tu enemigo; podéis ir ambos a tomar por saco”. Aunque en la prensa de los dos lados parezca imposible encontrar los grises, los catalanes con los que yo he hablado destrozan todos los tópicos de este debate para fanáticos del sí o del no. Son independientes, es decir: ni indepedentistas ni españolistas. La próxima vez que usted diga “los catalanes son...” tenga en cuenta los testimonios que va a leer antes de rellenar la línea de puntos.

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