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Juan Soto Ivars

Un murciano en la corte del rey Artur

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Hemos ganado todos porque no ha ganado nadie

Existe una mayoría separatista en Cataluña, como aseguraban CDC, ERC y CUP, pero también una mayoría española como juraban todos los demás

Foto: El presidente catalán, Artur Mas. (EFE)
El presidente catalán, Artur Mas. (EFE)

Artur Mas ha sido el político más generoso de los últimos años. Ha dado mucho a los catalanes, a los españoles y a los que vivimos en Cataluña y nunca hemos sido de ninguna parte. ¿Qué ha conseguido él a cambio de todo su esfuerzo? Nada. Ha terminado la cuarta temporada del 'procés' con ojeras, ha salido de las urnas momificado, con la fuerza justa para empuñar el timón de ese buque fantasma en cuyas galeras reman los miembros de Esquerra y CDC. Y este partido-quimera, ¿qué ha logrado? Nada. Es una mayoría inestable a merced de los bucaneros de la CUP, que no quieren a Mas como timonel.

Vienen meses con un Gobierno inestable donde van a empezar a saltar ojos y dientes en cuanto Oriol Junqueras conecte con la realidad. Ahora mismo, el republicano está todavía hechizado por la ilusión y vive ajeno a la dureza de la aritmética. Repite que la independencia ha ganado por votos, reitera que la secesión ya está en marcha y se deja ver ante las cámaras con una expresión de niño que despierta temprano en la mañana de Navidad. Antes de las elecciones supimos que había convergentes por la labor de recuperar el 'seny' y ponerle los cuernos a Junqueras sentándose a negociar con Mariano Rajoy, así que más pronto que tarde las fricciones internas encenderán el fuego dentro de la coalición.

Vamos a ver tantos galanteos que España va a parecer una discoteca a pocos minutos del cierre. Artur Mas intentará besar los bigotes del esquivo Baños, Junqueras hará arrumacos para mantener el candor independentista de los miembros más proclives a la negociación, Pablo Iglesias seguirá besándose a sí mismo mientras Inés Arrimadas baila con Iceta, y algún indepe saldrá a escondidas de casa para pegar notitas de color rosa en las ventanas del Gobierno central.

Pero yo he venido a hablarles de otra cosa. Pese a estas marejadas políticas que se nos vienen encima, hoy hemos aprendido algo que no sabíamos hace dos días, y le debemos la revelación al 'president' dudoso Artur Mas. Su plebiscito falso ha funcionado como una onda de radar y ha devuelto la imagen más precisa hasta la fecha de la superficie del planeta Cataluña. En nuestras pantallas vemos una sociedad compleja donde conviven dos ideas nacionales, la independentista y la española, ambas representadas por una mayoría amplia e irreductible. Todos los partidos se equivocaban y todos los partidos tenían la razón: existe una mayoría separatista en Cataluña, como aseguraban CDC, ERC y CUP, pero también una mayoría española, como juraban todos los demás.

Lo que ha demostrado Mas es que la mitad de los catalanes no quieren irse. La República Catalana se ha vuelto tan quimérica como la España del PP

La sociedad catalana no está fracturada aunque lo parezca: no hay que despreciar el sentido cívico de sus gentes. No veremos una victoria total, así que Cataluña va a ser la chica rara de España, brillante y peleona, siempre presumida, siempre nacional; encantadora cuando quiera conseguir un privilegio, intratable cuando piense que la vuelven a despreciar. Tener una amiga fascinante pasa por soportarle las extravagancias y rebajar la susceptibilidad.

Si es cierto que esta sociedad lleva años ensimismándose, no es menos verdad que el Estado y los medios de comunicación españoles han favorecido el aislamiento. Ayer Jordi Évole le recriminó a Ferreras en la tertulia poselectoral de LaSexta que no hubiera ningún contertulio independentista. Tenía toda la razón, ¿cómo es posible? ¿Cómo nos hemos acostumbrado a que los independentistas hablen en sus medios y a hablar nosotros en los nuestros, separados por un biombo?

En este mar tedioso hay ciegos que describen a los independentistas como si fueran extraterrestres, y tuertos catalanes que hablan de los españoles como si invocasen a Satanás. Pues bien: yo pasé la noche electoral viendo la tele en un bar donde los parroquianos bramaban “independencia” en plan forofo a medida que iban componiéndose las tartas de colores, pero después del escrutinio conversé con votantes de Junts Pel Sí y la CUP que matizaban sus planteamientos con gentileza.

Lo que ha demostrado Artur Mas es que la mitad de los catalanes no quieren irse de España. Con esto, la República catalana se ha vuelto tan quimérica como la España del PP. El reto, el desafío que viene, se llama convivencia, y en cuanto al modelo nacional de España y de Cataluña, la verdad es que yo estoy harto de la machaconería y no tengo nada más que decir.

Si los políticos se aplican el cuento en esta nueva etapa y dejan de perseguir la victoria total, saldremos ganando todos. Como decían los indepes en la Diada, ahora es la hora.

Artur Mas ha sido el político más generoso de los últimos años. Ha dado mucho a los catalanes, a los españoles y a los que vivimos en Cataluña y nunca hemos sido de ninguna parte. ¿Qué ha conseguido él a cambio de todo su esfuerzo? Nada. Ha terminado la cuarta temporada del 'procés' con ojeras, ha salido de las urnas momificado, con la fuerza justa para empuñar el timón de ese buque fantasma en cuyas galeras reman los miembros de Esquerra y CDC. Y este partido-quimera, ¿qué ha logrado? Nada. Es una mayoría inestable a merced de los bucaneros de la CUP, que no quieren a Mas como timonel.

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