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Españoles, Artur Mas ha muerto
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Juan Soto Ivars

Un murciano en la corte del rey Artur

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Españoles, Artur Mas ha muerto

Es el único momento de esta sesión interminable en que conectamos con su verdadero sentimiento. Mas está políticamente muerto. Y está triste, claro, dónde ha visto usted un muerto contento

Foto: El presidente de la Generalitat en funciones, Artur Mas. (Reuters)
El presidente de la Generalitat en funciones, Artur Mas. (Reuters)

Acto Primero

Los elementos tétricos del retablo de investidura de Artur Mas han seguido el orden previsto y todo ha concluido con el resultado que conocíamos anteayer. Aquí el demonio, aquí el ogro, aquí la doncella, aquí el vampiro. Veinticuatro horas con pausa para dormir en los ataúdes respectivos. Toneladas de disquisiciones que no conducían a parte alguna, que diría Rajoy. Sesión doble, aburrida y larga, y estéril como el 'procés'.

Todos aquellos que nos acercamos al hemiciclo catalán recibimos el castigo de Ícaro. En un momento dado, vi derretirse la cara de Lluis Rabell como si fuera de cera. Tantas vueltas le dieron al concepto de la secesión, que la palabra perdió su sentido. Pruebe a decir muchas veces seguidas la palabra cuchara y ya no sabrá con qué tomar la sopa. Al final estábamos así: los más constitucionalistas soñaban con la independencia.

Con la independencia, para irse a casa.

Hubo suerte. A las ocho de la tarde del martes, los grupos políticos lograron votar. Entre todos negociaron nuestra liberación. Periodistas y diputados salimos del Parlament, unos a pie y otros a motor. Yo corría más que los coches, bendito sea Dios.

Y ustedes, entretanto, furiosos. Si hubieran venido conmigo al Parlament, no lo estarían. Los periódicos les han contado los dos últimos días de la vida política catalana con sobredosis de épica. Aquí estoy yo para sacarles de su error.

Todo empieza el lunes en el Parlament. El proceso de desconexión de Cataluña con el resto de España es tan coñazo que nadie se lo cree en todo el edificio. Después, por la tarde, Artur Mas da una arenga larga y aparatosa, que él ha titulado 'declaración de investidura' pero se llama 'memorias, volumen I'.

Según Mas, la independencia es un campo absoluto que lo contiene todo: no va de banderas. Ni siquiera de separar. Todos ganamos. La independencia lo es todo

Artur Mas iba a defender su candidatura pero interpreta a Breznev en los congresos del politburó soviético. No pinta las bondades de su república soñada, no se conforma con eso. Se pone de óleo y aguarrás hasta los codos, nos informa de cada uno de los aspectos del milagro: cuánto ganará el pensionista, cuánto correrán los trenes, cuánto pagaremos por encender la lavadora. Si no enumera las toneladas de trigo y acero que transportarían los barcos, los barriles de brea que extraerán de las charcas pestilentes, es porque lleva una semana sin dormir.

Según Mas, la independencia es un campo absoluto que lo contiene todo, como el universo: no va de banderas, dice, y no va de poder, ni de salvar su figura política, ni su persona. No va de ocultar nada. Ni siquiera de separar. Todos ganamos. La independencia lo es todo, dice él, porque no es nada, acabo pensando yo. De la misma forma que el debate de investidura que no lo es, porque no se le va a investir. Del mismo modo que el momento histórico que no lo es, porque para montar la revolución faltan agallas.

Mas termina su discurso el lunes. En una de las salas contiguas al hemiciclo, unos cuantos periodistas aplauden a la pantalla. El resto somos momias. Si el viento sopla, ceniza por el campo.

Acto segundo

Las jornadas históricas son trepidantes a través de la prensa, de los libros: en directo son la muerte. El soldado ruso que colocó la bandera roja sobre el Reischstag se había aburrido meses enteros en la tundra y la trinchera. Lo mismo pasa con el cronista y el diputado: ayer nos mustiamos en los pasillos del Parlament para filtrarles a ustedes la enjundia.

Voy a analizar la composición del Parlament con el único dato crucial. Hay siete diputados que hablan. Son Artur Mas, Inés Arrimadas, Antonio Baños, Lluís Rabell, Xavier García Albiol, Miquel Iceta y Jordi Turull. Hay 127 que se aburren.

¿No es 10 de noviembre? ¿No se aprobó el lunes una declaración histórica, una desconexión? Pues bien: resulta insostenible. A ratos, a los de un grupo parlamentario les arrastra una emoción. Luego se mofan del enemigo, como cuando el cuerpo de Mas es poseído por el señor Casamayor y le habla a Arrimadas como si fuera un cebolleta. Más tarde aplauden, las ovaciones dependen del número de escaños. Por fin arman barullo porque algo les ofende. Pero ¿y el resto del tiempo?

Voy a analizar la composición del Parlament con el único dato crucial. Hay siete diputados que hablan. Hay 127 que se aburren

Los diputados se tocan el pelo, mueven la cabeza, se pasan el pulgar entre el labio y los dientes, lo sacan, lo huelen, se lo limpian en la chaqueta. En un momento dado, Lluís Llach contempla al orador con la expresión de un enfermo conectado al gotero de la quimioterapia. Los móviles echan humo. Un diputado de Esquerra explora su propio oído con la patilla de las gafas y luego examina maravillado la flor naranja que ha sacado del yacimiento.

-¿Seré de Ciudadanos, 'collons'?

Y hablan, hablan y hablan. Como si fueran actores griegos. Es una representación, un retablo, una película. Durante horas enteras, una película de Antonioni donde se combina la revolución y el aburrimiento. Como en las de Lynch, te preguntas: ¿cuál es argumento?

Me hago esta y otras preguntas. Me hago todas las preguntas, y me gustaría hablar con el tesorero de Convergencia, porque dicen que en la cárcel se encuentran muchas respuestas. Se desata el cachondeo cuando Iceta se encarama a la tribuna. Artur Mas y él bromean. Aquí se percibe que el enfrentamiento encarnizado se arregla tomando juntos una Coca-Cola, pero nada lleva a ninguna parte. A Andrea Levy se le escapa una risotada cuando Mas compara la intolerancia a la lactosa con la intolerancia a la democracia del Estado español. Se siguen diciendo estupideces.

Sin fin. Los ojos van y vienen sobre los relojes.

A este paso, Cataluña nunca será un Estado independiente. A este paso, todos vamos a morir de aburrimiento.

Acto tercero

Mientras los parlamentarios hablaban, los equipos de los partidos se reunían. Buscan un pacto de última hora como el pueblo judío buscaba la tierra prometida

Estamos esperando el final, lo acariciamos. Antonio Baños cita a un ministro de Luis Felipe que dijo a los franceses: enriqueceos. Su intervención es la penúltima y la única que estábamos esperando. “¿Quiénes son los soberanos, los bancos o nosotros?”. Está muy tétrico y muy elegante, vestido de negro como un cura, como una manola. Tiñe la tribuna de melancolía y condena, no a España, sino al capitalismo entero. “Mas dijo que hubiéramos podido pasar sin recortes en Cataluña de no ser por España”, recuerda. Le responde que no: “Un Estado propio no garantiza una vida digna”. Está a punto de emitir su veredicto. Ya está, ya lo tenemos:

-Votaremos que no a su investidura.

Con un porcentaje minoritario de votos y escaños, Antonio Baños es el Rasputín de Cataluña. Habla como si el pueblo, durante la noche, lo hubiera convertido a él en guardián y traductor de su voluntad soberana. Finalmente, se enternece y le dice a Mas:

-Vuelva usted el jueves.

En su respuesta, el rey destronado se agarra a esas palabras:

-Volveré el jueves.

Justo antes ha admitido su tristeza, y creo que es el único momento de esta sesión interminable en que todos conectamos con su verdadero sentimiento. Artur Mas está políticamente muerto hoy, día 10 de noviembre. Y está triste, claro, dónde ha visto usted un muerto contento.

Sin embargo, el jueves es capaz de resucitar. Mientras los parlamentarios hablaban, los equipos de los partidos estaban reunidos. La 'realpolitik' no sucede en esta Cámara, sino en camarillas. Buscan un pacto de última hora como el pueblo judío buscaba la tierra prometida. No es Cataluña, sino el poder, lo que está mutando estos últimos días.

Acto Primero

Artur Mas Parlamento de Cataluña