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De los calzones de Soros a las bragas de Madonna: el oasis catalán cambia de muda
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Nacho Cardero

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De los calzones de Soros a las bragas de Madonna: el oasis catalán cambia de muda

Estuvo a un tris de vender la compañía por 350 millones de euros hace cuatro años. George Soros, 80, ese especulador que sirve de modelo para

Estuvo a un tris de vender la compañía por 350 millones de euros hace cuatro años. George Soros, 80, ese especulador que sirve de modelo para los personajes de viejo gruñón de los dibujos de Pixar y posee un olfato natural para el níquel de las monedas de centavo, adivinó que era el momento de desprenderse de su negocio inmobiliario español. Frisaba el año 2007 y los vientos que venían del oeste anticipaban fin de ciclo. La venta se frustró por diferencias con el parné. Hace pocos meses, Soros anunciaba que dejaba definitivamente el país. Vendía su participación en Medgroup, compañía que gestiona proyectos de turismo residencial, a “un precio simbólico”, esto es, por lo que cuesta un paquete de tabaco en una máquina de bar. Ladrillo nacional a precio de saldo. Nadie lo quiere. De cientos de millones a prácticamente nada.

 

Medgroup  presumía de contar en su accionariado con dos fondos de alto linaje en el mundo de las finanzas: el Soros Real Estate Investors (George Soros) y el Perry Capital Management (de Richard Perry, ex Goldman Sachs). Tal es así que cuando alguien preguntaba por la salud del mercado inmobiliario de Barcelona, los gurús de la cosa declamaban el argumentario a pies juntillas: si Soros había elegido Cataluña para hacer negocio, era porque funcionaba bien de collons. Alardeaban de ello. Era un símbolo para la Ciudad Condal. Pero el tiburón de los mercados no ha aguantado el tirón, ni los números rojos, ni los concursos de acreedores. El ladrillo español, ha debido pensar, no pasaba de ser mero adobe. 

Soros y Perry han vendido sus acciones a Jordi Robinat, presidente de Medgroup, con el que este diario ha intentado sin éxito ponerse en contacto y que se pelea como puede con las cuentas de la compañía. Aunque los activos que gestiona han sido durante largo tiempo sinónimo de glamour, la pátina de éstos se ha vuelto herrumbrosa según ha ido avanzando la crisis. Está el complejo de lujo La Manga Club, del que encargaba la cadena de hoteles Hyatt hasta que el establecimiento se declaró en quiebra; está el Resort Playa Macenas, en Mojácar (Almería), una especie de Algarrobico bis al que han enredado en líos judiciales y tiene a los ecologistas en frente; y está el Resort Bonmont Costa Daurada, en Tarragona, en su día conocido por Les Nits de Bonmont, donde cantaba Serrat eso de “se equivocó la paloma, se equivocaba. Por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era el agua”.

Tal es así que cuando alguien preguntaba por la salud del mercado inmobiliario de Barcelona, los gurús de la cosa declamaban el argumentario a pies juntillas: si Soros había elegido Cataluña para hacer negocio, era porque funcionaba bien de 'collons'

Pero ni Soros tiene intención de pisar de nuevo los predios nacionales ni Serrat ha vuelto a rasgar su guitarra en las intimistas cenas de la tarraconense Mont-roig del Camp. El oasis catalán, ése que estaba inmunizado frente a virus exógenos, que propiciaba el oscurantismo y la ley del silencio (“ustedes tienen un problema que se llama 3%”), que no penalizaba la corrupción sino que la alentaba, y que venía a confirmar algún que otro sambenito tal que ése que dice que los ladrilleros, antes de cerrar un local, lo quemaban para cobrar el seguro, ese oasis catalán, digo, ha dejado de ser tal oasis. Como en el juego de los barquitos, el torpedo de la crisis ha dado de lleno en el portaviones de la burguesía catalana.

Cataluña, el reino de los ‘family offices’

“La crisis inmobiliaria llegó a Cataluña el año pasado, es decir, más tarde que a Madrid. El mercado de oficinas de Barcelona siempre ha sido más estable, tanto en los buenos como en los malos momentos, y menos expuesto a los mercados internacionales. Sin embargo, en 2009 hubo un punto de inflexión y el ratio de disponibilidad se disparó”, señalan en la consultora Aguirre Newman. Esto ha provocado que “el perfil del inversor inmobiliario en Cataluña haya ido cambiando en los últimos cuatro años. Los inversores institucionales han sido sustituidos por los family offices, patrimonios catalanes que han desinvertidos en sus negocios o han recibido herencias y contaban con mucha liquidez en el momento adecuado”.

Ellos tomaron el relevo de los grandes fondos inmobiliarios. Esas fortunas anónimas a las que no les gustan los focos de lo público y se desplazan con sigilo por las catacumbas de la Ciudad Condal, comenzaron a hacer sus pinitos inmobiliarios. Godia (Abertis y Fersa), Costafreda (fundadores de Panrico), Daurella (Cobega), Gallardo (Almirall), Carulla (Agrolimen), se pusieron a comprar edificios con la discreción que caracteriza a estos apellidos. Las operaciones se hacían al contado. No necesitaban financiación. Tenían mucho dinero y lo tenían escondido bajo el colchón.

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Pero en el año 2009 la situación tornó a una complejidad sin precedentes y los family offices cayeron en la cuenta de que la crisis también iba con ellos, de que la tocata y fuga de los fondos extranjeros tenía su razón de ser, de que el ladrillo no era tan seguro y conservador como creían. La burguesía catalana se retiró a sus cuarteles. Ahora no hay ningún operador activo. “Se han ido todos. En el pasado hacían operaciones, pero ya no. Figueras está en ‘busca y captura’; los Sanahuja tienen todo su patrimonio en concurso de acreedores; sólo algún Costafreda se atreve con alguna operación de poca monta. La cosa pinta mal”, explica un gestor de patrimonios. Las familias, al igual que Soros, han dado la espalda al inmobiliario catalán.

En 2008 se cerró la contratación de 350.000 metros cuadrados en el mercado de oficinas en Cataluña. Este año difícilmente se alcanzarán los 250.000. “El ejercicio pasado fue durísimo, el peor que recuerdo, y este año no le está yendo a la zaga”, señala Javier Güell, director de Inversiones de Aguirre Newman en Barcelona. Sólo ha habido una operación reseñable: la venta del complejo Diagonal 640, sede de Caja Madrid, al fondo inmobiliario alemán Deka por 140 millones de euros, una transacción atípica por lo voluminoso del montante y por el comprador: institucional y germano. “Menos mal que no nos lo dieron a nosotros”, suspira una de las familias que pujó por este edificio. “Los alemanes deben estar pegándose de golpes contra la pared. Tal y como está el mercado y con la deuda española a más del 5%, los números no salen”.

Lara, Xercavins… aquí nadie se mueve

Metrópolis, ese fondo híbrido aliado de La Caixa en el que se encuentran Xercavins, Cuatrecasas, Ferrero, Soler, Godia, Bassat y Clos, entre otros, y que esconde en la riñonera cerca de 500 millones de euros, apenas ha salido de compras. Un par de edificios en Madrid, algo por Europa, y nada en Barcelona. No hay oportunidades. No es el momento. El riesgo es máximo. Hemisferio, brazo inversor de la familia Lara, también está parado. Los mercados le han calzado en los pies unos zapatos de cemento armado. La ‘pillada’ que Lara tiene en Banco Sabadell pesa como una losa. Adquirió el 5,15% del capital por unos 553 millones de euros (a unos 8,5 euros por título). Ahora esa participación apenas supera los 200 millones.

Los alemanes deben estar pegándose de golpes contra la pared. Tal y como está el mercado y con la deuda española a más del 5%, los números no salen

En peor situación se encuentran otros dos apellidos con pedigrí en los cenáculos catalanes: Figueras y Sanahuja. Bruno Figueras se enfrenta a una pena de dos años de prisión por un accidente laboral que costó la vida a cinco obreros y tuvo lugar en un edificio de Habitat, inmobiliaria que él preside y que actualmente está en proceso concursal. Por su parte, Sacresa, promotora catalana propiedad de los Sanahuja, se vio abocada a presentar la suspensión de pagos el pasado mes junio. Por volumen, es el tercer mayor concurso de acreedores del país con un pasivo de 1.800 millones de euros, sólo por detrás del de Martinsa Fadesa y la propia Habitat.

Es el final de la escapada. Los Sanahuja tuvieron que desprenderse del centro comercial Las Arenas, en Barcelona, en un vano intento por adelgazar su deuda. Es un edificio simbólico, ubicado en la antigua plaza de toros que lleva el mismo nombre y diseñado por Richard Rogers. Las obras han estado paralizadas durante largo tiempo. No había dinero. Ahora aseguran que lo inaugurarán en marzo. Dentro de este proyecto, quizá para poner una brizna de optimismo al grisáceo mercado inmobiliario barcelonés, han reservado un hueco en sus instalaciones al futuro Museo del Rock, el primero de estas características que se abrirá en Europa. Entre las piezas de exposición se encuentra la ropa interior de la cantante Madonna, adquirida en pública subasta en el Museo Madame Tussaud de Londres. En un intento por dar con un nuevo modelo productivo que nos saque de la crisis, los promotores catalanes han cambiado los calzones de Soros por las bragas de Madonna.   

 

- Entregas anteriores:

- La tarde en que confundieron a Paco ‘El Pocero’ con el presidente de la CEOE (II)

 

- Panamá City, el Shangri-La de los gallegos (y un señor de Murcia) en Iberoamérica (III)

- El aguarrás que todo lo puede de Joaquín Rivero y los topetazos de Anticorrupción (IV)

 

 

Estuvo a un tris de vender la compañía por 350 millones de euros hace cuatro años. George Soros, 80, ese especulador que sirve de modelo para los personajes de viejo gruñón de los dibujos de Pixar y posee un olfato natural para el níquel de las monedas de centavo, adivinó que era el momento de desprenderse de su negocio inmobiliario español. Frisaba el año 2007 y los vientos que venían del oeste anticipaban fin de ciclo. La venta se frustró por diferencias con el parné. Hace pocos meses, Soros anunciaba que dejaba definitivamente el país. Vendía su participación en Medgroup, compañía que gestiona proyectos de turismo residencial, a “un precio simbólico”, esto es, por lo que cuesta un paquete de tabaco en una máquina de bar. Ladrillo nacional a precio de saldo. Nadie lo quiere. De cientos de millones a prácticamente nada.

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