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'Financial Times' contra el Cuarto Reich de Angela Merkel
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Nacho Cardero

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'Financial Times' contra el Cuarto Reich de Angela Merkel

“Me preguntaban sobre la crisis europea, pero de esa forma tan inglesa. Cada palabra medida, con doble intención. Estaban interesados en conocer mi opinión de Europa,

“Me preguntaban sobre la crisis europea, pero de esa forma tan inglesa. Cada palabra medida, con doble intención. Estaban interesados en conocer mi opinión de Europa, pero sobre todo en darle un capón a Alemania”, rememora Baldomero Falcones desde sus cuarteles de invierno en Torre Picasso. El presidente y consejero delegado de FCC, un gentleman en los predios de Koplowitz, se zafaba con elegancia de las finas embestidas de los periodistas ingleses. Primero, el miércoles 12 de octubre, minutos antes de la apertura de los mercados, en los estudios de la CNBC; al día siguiente en el debate posterior a la conferencia que pronunció en la London School of Economics con motivo del inicio del curso académico. Entre los asistentes a este último, el corresponsal del Financial Times en España, Víctor Mallet, quien se encargó de moderar la mesa, y representantes de conocidos grupos de comunicación británicos tales que The Economist y Euromoney.

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Acorde al british style, los plumillas evitaban asaetearlo con dardos explícitamente antieuropeos, pero sí dejaban entrever cierta germanofobia, como si en aquel preciso momento la Luftwaffe estuviera bombardeando las victorianas calles de Londres. El parecer de Falcones (“la probabilidad de que se rompa el euro es muy pequeña porque el coste para toda Europa sería excesivo”) fue recogido por el FT en un artículo publicado el 30 de noviembre bajo el título Business and eurozone: looking for the exit (Empresas y eurozona: buscando una salida a la ruptura del euro), en el que, azuzados más por el deseo que por la realidad, se aseguraba que las mayorías de las grandes compañías disponía ya de una estrategia en caso de que la crisis de la deuda soberana acabara enterrando a la moneda única. Pues bien, vistos los derroteros del Consejo Europeo del fin de semana, muchos de ellas han debido de desempolvar su Plan B.

“¿Qué diablos de Plan B? Cuando un avión explota en mitad del cielo no hay escape que valga”, dicen desde una de las entidades denominadas “sistémicas” por la European Banking Authority (EBA). La gran banca española, a la que el supervisor europeo exige 26.170 millones de capital adicional para cumplir con los nuevos requisitos de Bruselas, también ha detectado cierto tufillo antieuropeo en Downing Street y aledaños. La EBA tiene su sede central en Londres. Según ha dictaminado el supervisor, todos los grandes bancos europeos tendrán que salir al mercado a pescar capital. Todos menos los británicos. Las entidades de Reino Unido no requieren de necesidades adicionales, en opinión de la EBA.

La crisis de deuda ha destapado los instintos más bajos de Europa, los complejos y odios atávicos entre países, los mismos que han permanecido encerrados con candado de nueve llaves en los tiempos de bonanza

Todo lo cual recuerda a esa anécdota de Luis Lada con motivo de la presentación de la salida a bolsa de Telefónica Móviles en Londres, allá en el año 2000, cuando Hugo Dixon, entonces ideólogo del Lex Column del FT, levantó la mano para preguntar al otrora directivo de la operadora española por una acotación que aparecía en uno de los márgenes de una de las páginas del voluminoso folleto de la OPV.

-¿Pero se lo ha leído entero? –preguntó un asombrado Luis Lada.

-Por supuesto –respondió lacónico Dixon.

-Y bien, ¿qué le ha parecido?

-Una buena compañía. Pero ha de saber que nunca será top ten para los inversores, ni top ten para los medios. Básicamente porque no se trata de una compañía inglesa.

La crisis de deuda ha destapado los instintos más bajos de Europa, los complejos y odios atávicos, los mismos que han permanecido bajo candado de nueve llaves en los tiempos de bonanza. El aislacionismo británico, el nacionalismo alemán y la suficiencia francesa han quedado al descubierto con motivo del Consejo Europeo. Lo llevan en la sangre, tal y como el escorpión confesó a la rana justo después de clavarle el aguijón. “Los términos del tratado eran inaceptables para el Reino Unido”, adujo el primer ministro británico, David Cameron, con un semblante que parecía confeccionado por un sastre inglés. El mandatario de las islas se negó a rubricar la refundación de Europa, básicamente porque Merkel y Sarkozy no aceptaron las salvaguardas especiales que exigía para su sistema financiero, esto es, para la City londinense, sus bancos, sus aseguradoras y similares.

El primer ministro británico se mostró “feliz” ante los periodistas de no pertenecer al euro. A lo que Merkel respondió con una virulencia infrecuente en la canciller: “No me sorprende. Desde el primer momento estuvieron fuera del euro. Su ausencia no impedirá que Europa avance en otras materias importantes”. Hasta los medios británicos, conocidos en los ambientes por ser el machete afilado del que se ha valido el primer ministro para apuñalar en no pocas ocasiones a la maltrecha economía europea, se mostraban escépticos. Algunos incluso mordazmente críticos: “Reino Unido queda peligrosamente aislado mientras la eurozona acuerda un nuevo tratado”. Daba la impresión de que Cameron se había pasado de frenada.

Los máuser dejan paso al Banco Central Europeo

El tablero en el que se juega la partida no está dibujado con casillas en blanco y negro, sino con libras y euros. La renacida R.A.F. de Cameron contra el Cuarto Reich de Angela Merkel

A nadie escapaba que, de librarse una nueva batalla en Europa, no sería armamentística sino comercial y financiera. Los máuser, pánzer y bazookas han dado paso al Banco Central Europeo, los eurobonos y ese fondo de rescate tan temido en la UE por ser capaz de engullir países enteros. Porque es de eso de lo que se trata: de ceder más competencias, de ceder soberanía. Muchos países se resisten por ese chauvinismo innato a su carácter, pero no hay vuelta atrás. La crisis de deuda ha colocado a Europa en una delicada encrucijada: o se da un paso al frente o el invento estalla por los aires, tal y como visualizó Sarkozy en su discurso. El tablero en el que se juega la partida no está dibujado con casillas en blanco y negro, sino con libras y euros. La renacida R.A.F. de Cameron contra el Cuarto Reich de Angela Merkel.

Y en este alambicado puzzle emerge el presidente electo de España, Mariano Rajoy, no se sabe si como salvador o mártir. Los dos sherpas que le acompañan en sus viajes, Jorge Moragas como diplomático, y Álvaro Nadal en el ámbito económico, le han puesto al corriente de lo que pasa en Europa tras patearse medio Viejo Continente y reunirse con unos y otros. “Mariano, tenemos dos noticias: una buena y una mala”.

La buena es que Rajoy, a diferencia de otros líderes europeos como Papademos o Monti, que han sido encumbrados por el método del “tú sí, tú no” y sin pasar por las urnas, está legitimado para acometer un plan de ajustes severo y sin demora, como reconoció ante los líderes de los partidos conservadores. Su mayoría absoluta lo avala y sus homólogos europeos son conscientes del poder que tal circunstancia encierra. Es el caso de Sarkozy, que ha tratado de ganárselo para hacer frente común contra Reino Unido y Alemania (sí, también contra Merkel).

La noticia mala es que Rajoy se encuentra atado de pies y manos, con un país prácticamente intervenido desde el pasado mes de agosto, cuando Grecia estuvo a un paso de la bancarrota, la prima se desbocó hasta extremos nunca vistos, Trichet envió una misiva a Zapatero en tono amenazante y España tuvo que reformar su Carta Magna manu militari. Nada es igual desde aquellos convulsos días de verano. Es la guerra y la infantería española se encuentra diezmada antes incluso de comenzar la batalla.

“Me preguntaban sobre la crisis europea, pero de esa forma tan inglesa. Cada palabra medida, con doble intención. Estaban interesados en conocer mi opinión de Europa, pero sobre todo en darle un capón a Alemania”, rememora Baldomero Falcones desde sus cuarteles de invierno en Torre Picasso. El presidente y consejero delegado de FCC, un gentleman en los predios de Koplowitz, se zafaba con elegancia de las finas embestidas de los periodistas ingleses. Primero, el miércoles 12 de octubre, minutos antes de la apertura de los mercados, en los estudios de la CNBC; al día siguiente en el debate posterior a la conferencia que pronunció en la London School of Economics con motivo del inicio del curso académico. Entre los asistentes a este último, el corresponsal del Financial Times en España, Víctor Mallet, quien se encargó de moderar la mesa, y representantes de conocidos grupos de comunicación británicos tales que The Economist y Euromoney.

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