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La soledad de Rajoy y la ‘traición’ de los empresarios
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Nacho Cardero

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La soledad de Rajoy y la ‘traición’ de los empresarios

Mariano Rajoy lleva una semana desayunando con periodistas afines en La Moncloa. Con un partido diezmado, las baronías populares revueltas, sus aliados parlamentarios a la fuga

El Consejo de Política Fiscal y Financiera del pasado 12 de julio puso negro sobre blanco la soledad del presidente. Montoro desconvocó a última hora una reunión que iba a mantener con los representantes de las comunidades gobernadas por el Partido Popular y éstos tuvieron que acudir al Consejo a pecho descubierto. El vodevil fue de aúpa. “Oye, tres de nuestras comunidades se niegan a apoyar el objetivo de déficit”. El ministro se cruzaba mensajes de texto con Moncloa, los consejeros con sus respectivos presidentes, y éstos a su vez con el jefe del Ejecutivo. Montoro echaba pestes. El titular de Hacienda, altivo y fuera de sí, se atrevía incluso con el consejero catalán, Andreu Mas-Colell, un señor que bien podría ser Premio Nobel y al que ponía de cara a la pared como si fuera estudiante de bachillerato.

Esta situación, de marcado tono esperpéntico, ha resultado dañina para la imagen exterior de España, no por el hecho de que dos de las comunidades controladas por el PP, Extremadura y Castilla y León, se abstuvieran finalmente en la votación, sino por la falta de autoridad que este gesto implicaba para con su jefe de filas. 

Cosa distinta es lo del molt honorable Artur Mas, otro que busca bote salvavidas ante los presagios de hundimiento. Al presidente de la Generalitat se le veía venir desde el mismo momento en el que se convirtió en socio del Gobierno. El líder convergente, que fue testigo de los últimos días de Zapatero, olfatea ahora los sudores fríos de Rajoy y no quiere que el rodillo de la crisis le pase por encima. El argumentario de la ruptura con el Ejecutivo recoge las líneas básicas del nacionalismo: la culpa de los ajustes en Cataluña es de Madrid, que nos niega el pacto fiscal.

Más llamativo, en cambio, está resultando el desmarque del mundo empresarial. Los primeros espadas han perdido la fe en Rajoy y comienzan a distanciarse. Entienden que aquel documento que hicieron en el marco del Foro de la Competitividad en favor de las medidas del Gobierno no solo ha sido desaprovechado sino que apenas ha servido para calzar la mesa del Consejo de Ministros donde se va a aprobar el ‘tasazo’ a las eléctricas. Tampoco les agrada la subida del IRPF, ni del IVA, ni de las plusvalías, ni la solución que se ha dado al affaire Bankia. Mucho tributo, poco recorte y mala gestión en las cuestiones esenciales.

Los empresarios hablan sin medias tintas de intervención y crisis de Gobierno para el otoño. Suenan varios nombres de los que Rajoy podría tirar en tal caso. Uno es el de Josep Piqué, presidente del Círculo de Economía y persona intelectualmente bien valorada por las elites; otro es Manuel Pizarro, al mando del bufete Baker & McKenzie, que se muestra reticente a retornar a la política activa, pero con esa imagen de hombre de Estado que le convierte en eterno candidato para todo puesto clave en la Administración.

Se necesita un tecnócrata para evitar que encalle el barco. El país está en proceso de desmantelamiento. El FMI ha advertido de que España jamás será capaz de pagar su deuda, que está creciendo a un ritmo superior al 11%, el mayor de la Eurozona, y que se situará en el 96,5% del PIB el próximo 2013. No hay dinero. Los acreedores internacionales empiezan a ejecutar a fortunas que antes parecían intocables y los fondos buitres asoman las garras en busca de gangas. Un proceso de liquidación lento pero progresivo en el que hasta las joyas de la corona están en venta.  

El Consejo de Política Fiscal y Financiera del pasado 12 de julio puso negro sobre blanco la soledad del presidente. Montoro desconvocó a última hora una reunión que iba a mantener con los representantes de las comunidades gobernadas por el Partido Popular y éstos tuvieron que acudir al Consejo a pecho descubierto. El vodevil fue de aúpa. “Oye, tres de nuestras comunidades se niegan a apoyar el objetivo de déficit”. El ministro se cruzaba mensajes de texto con Moncloa, los consejeros con sus respectivos presidentes, y éstos a su vez con el jefe del Ejecutivo. Montoro echaba pestes. El titular de Hacienda, altivo y fuera de sí, se atrevía incluso con el consejero catalán, Andreu Mas-Colell, un señor que bien podría ser Premio Nobel y al que ponía de cara a la pared como si fuera estudiante de bachillerato.

Mariano Rajoy