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La decisión de Rajoy: purga o caos
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Nacho Cardero

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La decisión de Rajoy: purga o caos

 La delegación finlandesa que visitó recientemente la Ciudad Condal no salía de su asombro. Cada día desayunaban con un nuevo escándalo. “¿Cómo explicamos esto a nuestros

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La delegación finlandesa que visitó recientemente la Ciudad Condal no salía de su asombro. Cada día desayunaban con un nuevo escándalo. “¿Cómo explicamos esto a nuestros ciudadanos después de votar en el Parlamento a favor de las ayudas españolas?”, preguntaban los diputados finlandeses al cónsul residente en Barcelona. Más que por los escándalos en sí, lo que confundía a los escandinavos era el alto grado de permeabilidad de la corrupción en España y su enraizamiento en lo más hondo de la sociedad ante la impotencia ciudadana y la impunidad de los delincuentes. Este tono de escepticismo no difiere del lenguaje que emplea el embajador alemán Reinhard Silberberg cada vez que reporta mensualmente a la Cancillería sobre lo que está aconteciendo en nuestro país. Estos papeles, y no los de Bárcenas, son los que están terminando de minar la imagen de España.

Los informes del embajador se refieren a un rey que apela “a los principios de la ética personal y social” y después da cobijo en Zarzuela a un yerno, el duque empalmado, que factura por informes fantasmas y sisa el cepillo de las administraciones públicas; luego está el príncipe de la Generalitat –no confundir con el de Beukelaer-, embarcado en un proceso secesionista que pretende financiar pistola en mano con las aportaciones forzosas de las empresas presentes en su territorio; en tercer lugar se encuentran esos empresarios que dicen ufanos que “la corrupción es incómoda y debe sustanciarse en los juzgados”, al tiempo que regularizan cuentas mil millonarias en Suiza y arrancan indultos al Ejecutivo; después está esa Hacienda Pública que ha promovido una amnistía fiscal que apenas ha recaudado 1.200 millones de euros y se ha convertido en un coladero que el extesorero del partido en el Gobierno ha aprovechado para blanquear  diez millones; y por último, habla de los papeles famosos, los de Bárcenas, de los que se desconoce su procedencia y autenticidad, pero que ponen negro sobre blanco que algo huele a podrido en España.

Con rictus serio, tez cetrina y aspecto relamido, como si llevara ya doce años en el poder en vez de los doce meses que acaba de cumplir, Mariano Rajoy compareció este sábado en Génova para desmentir que existieran sobresueldos en negro y cuentas ocultas en el PP. Aunque con días de retraso, el presidente del Gobierno aprovechó la ocasión para mostrarse taxativo: “Es falso. Nunca, repito, nunca he recibido, ni he repartido dinero negro ni en este partido ni en ninguna parte. Nunca. Lo diré otra vez. Es falso (…). Nunca he recibido dinero negro, ni en este partido, ni en ninguna parte. No tengo nada que ocultar. No temo a la verdad. Vosotros sabéis que no he venido a la política ni a ganar dinero ni a engañar a Hacienda”. Los miembros del Comité Ejecutivo Nacional escuchaban expectantes pero sin llegar a encontrar en ningún momento la postura en su asiento, acaso conscientes de que “deberán rodar un par de cabezas”, como reconocen entre bambalinas los dirigentes del partido. "Se ha mostrado seguro de sí mismo pero débil con otros, como con Ana Mato. Lo que gana con lo primero, lo pierde con lo segundo. La sensación que queda al final es que ha insistido en que él es honrado, pero no que lo sea el PP", agregan estos mismos dirigentes. 

Desecar el PP y echar unas cuantas ranas

El Foro de la Sociedad Civil presentó recientemente un manifiesto en favor de la reforma de la Constitución y la Ley Electoral con vistas a encarar un nuevo ciclo político. Un par de frases introducían el manifiesto. Una: “Hay que hacer posible lo necesario”. Dos: “Quien quiera desecar una charca no puede pretender contar con el beneplácito de las ranas”. Pues bien, este sábado había unas cuantas ranas y algún que otro sapo en Génova 13. Ellos lo saben; el presidente también.

De entre todos, dos miembros del PP han quedado visiblemente señalados por las informaciones aparecidas, ya que ostentan cargos de relevancia en la actualidad. Uno es Javier Arenas, secretario general del PP de 1999 a 2002 y ahora vicesecretario general; el otro nombre es el de Ana Mato, ministra de Sanidad y destinataria de bolsos de lujo, viajes y otros regalos suministrados por la trama Gürtel.

El partido en su conjunto coincide en que la tensión interna en el PP resulta asfixiante. Tanto los barones como un sector de Génova han solicitado a Rajoy que actúe rápido y con contundencia para levantar un dique de contención al escándalo de los papeles de Bárcenas. De no hacerlo, la bicha amenaza con infectar a toda la formación, extenderse al conjunto de la clase política y avivar la crispación social que se respira en las calles. Todo ello en un momento en el que España parecía haber recobrado la confianza de los inversores internacionales y el dinero empezaba a fluir. 

La política cotiza a la baja

Un certero informe de Morgan Stanley, con fecha 14 de noviembre de 2012, asegura que la política se ha convertido en el factor más determinante a la hora de canalizar las inversiones. Aunque años atrás apenas determinaba decisiones económicas, “la perspectiva de una mayor inestabilidad política nos lleva a pensar que, a partir de ahora, influirá en la valoración de los activos, que será estructuralmente menor a la de los últimos treinta años”. Lo justifica con dos argumentos: en primer lugar, la situación de quiebra técnica de muchos Estados desarrollados; en segundo lugar, el incremento de las desigualdades sociales por mor de una burbuja económica sin precedentes que ha sido caldo de cultivo para la especulación y la corrupción.

“Las períodos de gran austeridad siempre van acompañados de conflictos sociales y tensión política”, caso de huelgas, manifestaciones e incluso violencia. Esta última, la violencia, es incluida en un epígrafe denominado ilustrativamente “CHAOS”. Y eso -una situación de absoluto caos- es lo que hoy se está viviendo en España.

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La delegación finlandesa que visitó recientemente la Ciudad Condal no salía de su asombro. Cada día desayunaban con un nuevo escándalo. “¿Cómo explicamos esto a nuestros ciudadanos después de votar en el Parlamento a favor de las ayudas españolas?”, preguntaban los diputados finlandeses al cónsul residente en Barcelona. Más que por los escándalos en sí, lo que confundía a los escandinavos era el alto grado de permeabilidad de la corrupción en España y su enraizamiento en lo más hondo de la sociedad ante la impotencia ciudadana y la impunidad de los delincuentes. Este tono de escepticismo no difiere del lenguaje que emplea el embajador alemán Reinhard Silberberg cada vez que reporta mensualmente a la Cancillería sobre lo que está aconteciendo en nuestro país. Estos papeles, y no los de Bárcenas, son los que están terminando de minar la imagen de España.

Mariano Rajoy