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UPyD, balada triste de trompeta
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Nacho Cardero

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UPyD, balada triste de trompeta

“Nuestra gente dice que es injusto lo que nos ha pasado, pero no lo es. Nos volvimos intransigentes. Creímos que adaptarnos al entorno era traicionar nuestros principios, y nos equivocamos”

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(P.L.L.)

Herzog gana. UPyD pierde. Ganara Herzog o Lozano, UPyD perdía. Luego de tantos amores no correspondidos, de tanta frustración, de tanto navajeo tuitero, de tanto congreso bufo, resultaba imposible que de allí saliera un general triunfante. Venciera quien venciera. Daba igual. Para justificar el ERE del 75% de la formación magenta, la cúpula arguyó los previsibles malos resultados en las próximas elecciones generales. ¿Cuántos diputados prevén obtener? Uno o ninguno. Pues eso.

¿Y cuándo se jodió el Perú? ¿Cuándo aquel proyecto ilusionante que parecía poner contra las cuerdas a chupópteros y ganapanes y que abría una falla en la monolítica política española empezó a hacer agua? Hay quien asegura que el punto de inflexión se produjo el día después de las elecciones europeas. Si en ese momento, Rosa Díez hubiera dejado el cargo, como le pidieron por carta doscientos Estudiantes (o nuevas generaciones del partido), y se hubieran iniciado negociaciones con Ciudadanos, tal vez hoy estaríamos hablando de otra cosa. Pero no es cierto. No lo es. La verdad es que el ocaso de UPyD comenzó a gestarse mucho antes.

Concretamente, cuando a Rosa Díez se le empezó a quedar cara de Rajoy y Rubalcaba, a adoptar sus mismos tics, cuando se sacó el carnet del apparatchik, cuando creyó que esto se solucionaba con unas cuantas querellas, ora Bankia, ora el 9-N, sin tener que bajar al barro de las televisiones a pelearse con esos chavales desaseados de Podemos y esos indocumentados de Ciudadanos. Acaso el mismo error en el que ha incurrido el gobierno de la nación: creer que esto lo solucionaba una legión de abogados del Estado y un remendado cuadro macro. Y no. Esto es otra cosa. Política.

“Ni el diagnóstico certero, ni las acciones en las instituciones, que casi todo el mundo reconoce como muy buenas, ni la ausencia de corrupción, han evitado el fracaso electoral. Algún error habremos cometido, más allá del éxito indudable en el discurso político”, se lamenta Ramón Marcos, quien fuera candidato de UPyD a la Asamblea de Madrid. ¿Y cuál fue ese error? ¿Qué ha llevado a la evaporación de una formación que ahora aspira a un diputado... como máximo?

El ocaso de UPyD comenzó a gestarse cuando a Rosa Díez se le empezó a quedar cara de Rajoy y Rubalcaba, cuando creyó que esto se solucionaba con querellas

“Nuestra gente dice que es injusto lo que nos ha pasado, pero no. Es justo. Al final, nos volvimos intransigentes y a la gente intransigente hay que dejarla fuera. Están de más. No hemos sabido adaptarnos al entorno, a las nuevas necesidades de la sociedad. Creíamos que adaptarnos al entorno era sinónimo de traicionar nuestros principios y nos equivocamos”, se autoflagela un alto dirigente de la formación. “Lo triste de todo esto es ver en lo que nos hemos convertido: acosos entre unos y otros, indirectas, 'tuits', muros de Facebook, puñaladas entre aquéllos que fuimos amigos y compartimos alegrías y tristezas. Lo de los partidos es una mierda. Hay que inventarse otra cosa”, añade resignado. “UPyD ha cometido un error: no ha sabido ser diferente”.

A partir de ahora, tocará restañar heridas. Fernando Savater, que ha tenido a bien no posicionarse del lado de ninguno de los bandos en contienda haciendo gala de una exquisita neutralidad y que sigue entregando el óbolo de su amistad a la formación a la que dio vida, explica que ya, desde el minuto uno, habría que proceder a la integración de las listas. Abrirla a los perdedores. Es lo que dicta el sentido común. Tratar de evitar que, como temen los militantes, la desbandada sea generalizada.

Sin embargo, si la línea estratégica del bando vencedor peca de continuista, si el nuevo objetivo pasa por convertirse en una fundación, en una especie de Manos Limpias refinada, el desencanto de los afiliados será mayúsculo y la sociedad mirará para otro lado como ha hecho en las últimas elecciones. Los partidos están para hacer política. No únicamente para servir de bufete de abogados. Más aún, ese papel de látigo contra la corrupción que exhibía UPyD se lo está arrogando Albert Rivera, que impulsa comisiones de investigación allí donde puede arañar votos al PP (Madrid), pero que mira para otro lado cuando la corrupción tiene pedigrí socialista (Andalucía).

Andrés Herzog tiene mucho de James Stewart en Caballero sin espada, de buen abogado, de sastrecillo valiente, pero está lejos de un Albert Rivera o una Rosa Díez. Su candidatura no es sino un trasunto de lo que representaba la antigua lideresa. Los llaman Tres apellidos vascos (Herzog, Maneiro y Pagazaurtundua) y ponen como aval su biografía de lucha en los años de plomo, que no es poca cosa.

La historia de UPyD acaba como aquella última escena de Balada triste de trompeta, la película de Álex de la Iglesia en la que dos payasos, el triste y el tonto, luchan a muerte por el favor de una mujer y esta acaba precipitándose al vacío en el Valle de los Caídos. Cuando se los lleva arrestados la policía, rompen a llorar, pero lo que parece un llanto deviene carcajada por las cicatrices que la pelea ha dejado en sus labios.

Herzog gana. UPyD pierde. Ganara Herzog o Lozano, UPyD perdía. Luego de tantos amores no correspondidos, de tanta frustración, de tanto navajeo tuitero, de tanto congreso bufo, resultaba imposible que de allí saliera un general triunfante. Venciera quien venciera. Daba igual. Para justificar el ERE del 75% de la formación magenta, la cúpula arguyó los previsibles malos resultados en las próximas elecciones generales. ¿Cuántos diputados prevén obtener? Uno o ninguno. Pues eso.

UPyD Rosa Díez Fernando Savater Irene Lozano