Caza Mayor
Por
El último vals de Carles Puigdemont (el ‘president’ cambia a Gabriel por Colau)
Descartada la CUP, Junts pel Sí busca nuevo compañero de aventura. Lo lógico sería tender puentes con En Comú Podem, que es como la CUP pero a un cincuenta por ciento.
No es un grupo que aspire a la independencia. La CUP es un grupo que quiere la independencia para destruir la sociedad actual. El fin justifica los medios.
Les regaló los oídos a Junts pel Sí, les prometió ayuda para cruzar el río del soberanismo para luego, a mitad de trayecto, clavarles el aguijón. Reniegan del Estado, de la democracia, de la Monarquía, del sistema de relaciones de producción, de Artur Mas, Puigdemont, Junqueras e incluso de ellos mismos. No se soportan. Desde que tienen consciencia de su existencia, viven en una permanente crisis interna. Llevan inoculado el virus de la autodestrucción. La anarquía por la anarquía. Que primero muera la rana, aunque después se hunda el escorpión.
Esos chicos tan simpaticos que llevan corte de pelo a tazón, visten con camisetas de Kortatu y sandalias, y leen a Gramsci y Heidegger -últimamente más manoseados que los títulos ‘mainstream’ de Ken Follet-, son hijos del Partit Socialista d’Alliberament Nacional (PSAN), el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).
Los cupaires reniegan del Estado, de la democracia, de Artur Mas, Oriol Junqueras e incluso de ellos mismos. La anarquía por la anarquía
Les caracteriza su radicalidad. Para ellos, Artur Mas es un fascista corrupto y Oriol Junqueras, un curilla conservador. Coquetean incluso con la violencia. En este sentido, rememora Toni Bolaño en su último y esclarecedor libro, ‘Extremo Nordeste’, un acto celebrado el 14 de abril de 2009 en Vic en apoyo a Terra Lliure, en el que se leyó un manifiesto a favor de la CUP porque “el engaño del autonomismo explica el acierto del camino emprendido, ahora hace 30 años, por la izquierda independentista, que hoy en día da sus frutos en un movimiento consolidado como alternativa al desbarajuste nacional”.
Al evento de exaltación anarco-independentista, tapizado de senyeras esteladas por doquier, acudieron como invitados el actor Joel Joan, el presentador de los fastos del tricentenario Miquel Calçada, la hermana de uno de los fundadores de Terra Lliure, Blanca Serra, y el periodista Salvador Sostres, entre otros.
[¿Es la CUP la reina de Cataluña? Por Joan Tapia]
No hay lugar a engaños. El gobierno catalán surgido con fórceps este enero de 2016, sustentado en una frágil alianza entre Junts pel Sí y la CUP, estaba llamado al fracaso. El fiasco se ha sustanciado con el rechazo a los Presupuestos y la decisión de Puigdemont de someterse a una cuestión de confianza en septiembre.
En paralelo, la CUP ha saltado por los aires tras presentar su dimisión seis de los 15 miembros de su secretariado, el máximo órgano de dirección. Los disidentes reclamaban que la formación volviera a ser “un proyecto netamente democrático, transparente y asambleario”. ¿Moraleja? No hay que fiarse del escorpión.
[Estos son los 10 anticapitalistas que han reventado Cataluña]
Resulta en este sentido premonitoria la ‘Nota ejecutiva sobre la evolución del escenario en Cataluña’ que elaboraran los asesores de Mas a las pocas horas de que éste tuviera que capitular y desistir de la presidencia por exigencia de la CUP:
“Parece claro que la duración de la nueva legislatura no cumplirá los cuatro años normales y también es dudoso que llegue a cumplir los 18 meses acordados. Dos factores principales marcarán dicha legislatura. Por un lado, el tiempo que requiera la construcción del nuevo partido substitutivo de la actual CDC y su capacidad para ser competitivo en términos electorales. Y por otro lado, la capacidad real de domesticación de la CUP. Sobre el papel parece que este punto se ha garantizado con el mecanismo de estabilidad parlamentaria, pero a la vista de la naturaleza antisistema del partido parece un supuesto muy frágil e inocente”.
Para sobreponerse al bofetón de los cupaires, ese mismo fin de semana, Carles Puigdemont se subió al escenario del Teatro Coliseum de Barcelona para tocar con la conocida banda catalana Sopa de Cabra. Se colgó la guitarra e interpretó la canción 'Camins' durante la celebración de los 4.000 programas del 'Versió Rac 1'. Tal vez el ‘president’ de la Generalitat pensara que, al quedarse sin aliados para sacar adelante los presupuestos de este año y poder gestionar la comunidad con cierta estabilidad, debiera buscar nuevo acompañamiento.
Puigdemont es un presidente rockero, pero sobre todo es un presidente prudente y pragmático, alejado del tono mesiánico de su predecesor. Lo suyo no es tanto una cuestión de confianza como una cuestión de supervivencia. El plan que han bosquejado los suyos gira en torno a tres puntos:
1.- Cerrado por vacaciones: debido al bloqueo de las instituciones y a la incapacidad para sacar adelante las iniciativas, el ‘president’ ha decidido echar la verja a la Generalitat, dar vacaciones a sus señorías y esperar a septiembre a ver cómo evoluciona el panorama político en Cataluña y, especialmente, en Madrid tras las generales. Dependiendo del devenir de estos acontecimientos se decidirá por acelerar o no los comicios autonómicos.
2.- Divorcio múltiple en la CUP: en los tres meses que faltan para la cuestión de confianza, la ‘guardia de corps’ de Puigdemont tratará de azuzar las contradicciones de la CUP y poner negro sobre blanco su escasa fiabilidad, estrategia que ya ha empezado a dar sus frutos.
3.- Búsqueda de nuevo socio: descartada la CUP, Junts pel Sí deberá esmerarse en dar con un nuevo compañero de aventura para continuar con la legislatura. Si se decantara por la centralidad, podría aproximarse al PSC en un giro copernicano que sería muy duro para ambas formaciones. Lo más lógico sería tender puentes con En Comú Podem, que es como la CUP pero a un cincuenta por ciento. Esto supondría cambiar a Anna Gabriel por Ada Colau.
En este cambio de parejas, a Convergència les bastaría con aparcar el proceso de desconexión con España y agarrarse al soberanismo ‘light’ de En Comú Podem
El divorcio con la CUP, que en un principio era percibido como un traspié para los intereses de Puigdemont, se puede convertir de esta forma en una oportunidad para Convergència. No sólo por el hecho de contar con el hipotético apoyo de los de Podemos, posiblemente segundo partido español tras las elecciones del 26-J, sino porque este movimiento permitiría a los de CDC rehacer su ‘política’ sin que nadie les acusara de renunciar al independentismo. Les bastaría con aparcar el proceso de desconexión y agarrarse al ‘soberanismo light’ de En Comú Podem, esto es, al derecho a decidir por el que aboga Colau.
El problema de Convergencia, que ha quedado desfigurado después de tanto querer parecerse a ERC, es que ya nadie sabe ni lo que está votando. Entre el independentismo de uno y otro, los catalanes se han decantado por el original, que son los de Junqueras. La obligación de pactar con En Comú Podem les permitiría dar ese paso atrás tan reclamado por los sectores críticos (amén de la burguesía catalana) y recobrar esa esencia perdida en el agujero negro del pujolismo.
No es un grupo que aspire a la independencia. La CUP es un grupo que quiere la independencia para destruir la sociedad actual. El fin justifica los medios.