Caza Mayor
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Los Jordis (2012-2018): la bancarrota moral de una familia independentista
Ocurra lo que ocurra en los comicios del 21 de diciembre, nada volverá ser lo mismo. Ni para Cataluña ni para el independentismo
“Ver que se acerca un tren no significa que no pueda arrollar tu coche”
('Los Mandible', Lionel Shriver)
Lionel Shriver, autora de la desasosegante 'Tenemos que hablar de Kevin', publicó este año 'Los Mandible. Una familia 2029-2047', una inquietante novela en la que prende fuego al sueño americano hasta dejarlo hecho cenizas. Esta distopía futurista nos muestra a través de una saga en decadencia, la de los Mandible, unos Estados Unidos en bancarrota, con alta tasa de paro, salarios míseros y una inflación galopante donde el precio del menú sube antes de que te hayas terminado el segundo plato. Una bancarrota económica, pero también moral, en la que afloran los peores instintos conforme se acerca el final de la trama.
Al igual que los Mandible, la cúpula independentista que comandó el Govern hasta recientes fechas también dispone de biógrafo, José María Jové, exsecretario general de la Generalitat, cuya Moleskine bien pudiera convertirse en best seller de ciencia-ficción, y cuenta con su propio patriarca, Artur Mas, espoleta del 'procés', al que le han embargado la casa igual que Douglas M., el 'gran hombre' del clan en la novela, fue expulsado de su mansión por falta de fondos y porque el césped estaba demasiado alto y no había quien lo segara.
Los pioneros del 'procés' desaparecerán del mapa. El fin de una saga. Una generación perdida. Se buscan nuevos interlocutores para el día después
El cambio de estatus de los Mandible -de familia adinerada a familia paria- se produjo paulatinamente, con sutiles detalles de los que los miembros de la familia no se percataban o no querían percatarse. Se aferraban al pasado aunque los cimientos de sus creencias se hubieran derrumbado como elefantes con patas de barro. Acaso todo ello efecto de la tan de moda disonancia cognitiva, según la cual antes que reconocer un fracaso, uno prefiere levantar otra realidad con mentiras y medias verdades.
Una táctica que el secesionismo usa profusamente en el ámbito económico para explicar "las razones que nos empujan a la independencia", tal y como reza el último informe del Cercle Català de Negocis. Argumentario que después repite machaconamente ese corifeo de expertos que se reparte entre universidades y televisiones, y en el que se acusa al Estado español de inflar los datos negativos y presionar a las empresas para salir de Cataluña.
Sea cuales fueran las cifras, lo más obscuro son las perspectivas económicas en el medio y largo plazo. "Nos encontramos en el peor escenario: el de la incertidumbre", confiesa petit comité un empresario independentista. "No avanzamos ni hacia un lado ni hacia otro". El sector empresarial de Barcelona espera con preocupación los resultados electorales. Hay inversiones y nuevas unidades de negocio paradas a la espera del 21-D.
Tras el 'coitus interruptus' independentista del mes de octubre y una vez demostrado que no había ni república ni estructuras de estado y que el dinero huye del 'procés' como de la peste, el secesionismo se afana en buscar nuevos discursos con los que justificar su fallida hoja de ruta. Lo hace con argumentos tales que la aplicación del artículo 155 y los presos políticos. Cuando se agoten estos, habrá otros.
Ocurra lo que ocurra en los comicios del 21 de diciembre, nada volverá ser lo mismo. Ni para Cataluña, con una fractura social imposible de restañar en años y necesitada de reconciliación, ni para el independentismo, que entiende que, aunque vuelva a sumar la mayoría necesaria para gobernar, deberá abandonar el camino de la unilateralidad, cuyos efectos perniciosos van más allá de la mera especulación. Son legión las jornadas denominadas históricas por el secesionismo que han devenido en bochorno.
Tampoco será lo mismo para los promotores del 'procés', aquellos que activaron la hoja de ruta independentista con la Diada de 2012 y forzaron la activación del 155 a finales de 2017. Todos ellos, sin excepción, desaparecerán del mapa. El fin de una saga. Una generación perdida en la política catalana. Se buscan nuevos interlocutores para el día después.
Dentro de la candidatura del Junts Per Catalunya está un Carles Puigdemont que tiene imposible pisar tierras españolas sin pasar antes por prisión; los 'exconsellers' Jordi Turull y Josep Rull, que difícilmente podrán liderar formación alguna con los procesos judiciales que arrastran y que, como mínimo, les inhabilitarán para el ejercicio de la política, y en último lugar, Marta Pascal, la gran esperanza del catalanismo cuya estrella ha ido menguando opacada por el 'divismo' del 'expresident'.
Produce estupor comprobar cómo los mismos que se aproximaban a la coordinadora general del PDeCAT se dan de codazos ahora por hacerse la foto con Elsa Artadi, ojo derecho de Puigdemont y directora de campaña de JxCAT, que acude a estas elecciones de número diez por Barcelona –a diferencia de Pascal, que prefirió quedarse en retaguardia para recomponer la formación- y se presenta como la única capaz de liderar el grupo parlamentario una vez que el mazo de la Justicia haya caído inexorable sobre la cabeza de sus compañeros de partido.
Los ‘halcones’ de ERC Roger Torrent y Marta Rovira están cogiendo vuelo frente a los más tibios Oriol Junqueras y Carlos Mundó
Artadi se ha impuesto a Pascal y JxCAT al PDeCAT, que ha demostrado ser un proyecto fallido y con los días contados. Primero fue Convergència, luego CiU, más tarde PDeCAT y ahora JxCAT. Los herederos de Artur Mas mudan de siglas como otros de ropa interior, según sople el viento y dependiendo de quién les proporcione más réditos electorales (y también económicos). Como no hay más escrúpulos que los que uno quiere, los exconvergentes tienen intención de convocar un Congreso para liquidar definitivamente el Partido Demócrata Europeo Catalán y concurrir a las próximas municipales bajo el ‘frankenstein’ ideado por Puigdemont.
Los republicanos tampoco escapan al relevo generacional. Los efectos colaterales de los procesos judiciales y del malogrado 'procés' afectan aquí y acullá. Es por ello por lo que los ‘halcones’ Roger Torrent y Marta Rovira están cogiendo vuelo, especialmente el primero, más ducho que la segunda en la batalla dialéctica y a la hora de expresarse en público, frente a las 'palomas' Oriol Junqueras y Carles Mundó, acusados de tibios en sus propias filas, y frente a una Carme Forcadell alejada de la primera fila tras su revelador paso por la Audiencia Nacional.
Tres cuartas partes ocurre con las plataformas civiles independentistas, que sufren de vacío de liderazgo tras el encarcelamiento de 'los Jordis', los de los lazos amarillos, acaso el principal reclamo para la votación de este jueves. Las actuales cabezas visibles de estas organizaciones, Alcoberro y Maurí, de la ANC y Òmnium, respectivamente, están desdibujados y se han dejado canibalizar por la lista del 'president'.
Si le preguntaran al ‘molt honorable’ Jordi Pujol quién de entre todos los nombres sería su candidato para continuar con la saga familiar, para la Cataluña que echa a andar en 2018, si Artadi o Pascal, si Roger o Rovira, lo más seguro que es que Pujol, al menos aquel Pujol hegemónico de final del siglo XX, posibilista y representante de la burguesía catalana, hubiera elegido a Inés Arrimadas, una jerezana que se ha forjado en Cataluña, paradigma de esa cultura de esfuerzo y triunfo que representaba la antigua CDC, que habla el idioma mejor que muchos exconvergentes y casada con un empresario de Vic de los de ocho apellidos.
El problema de Pujol, y de todos los que aún creen que se puede recuperar el 'seny', es que Convergència ha desaparecido, no existe, y que Arrimadas ya está cogida por Ciudadanos.
“Ver que se acerca un tren no significa que no pueda arrollar tu coche”