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Nacho Cardero

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Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto (o sí)

Guste o no, Rajoy era un tapón para la renovación del PP. La sucesión no debe encararse como un problema sino como una oportunidad, tal y como reflejan las últimas encuestas

Foto: Rajoy anuncia su marcha: "Es lo mejor para el PP, para mí y para España". (EFE)
Rajoy anuncia su marcha: "Es lo mejor para el PP, para mí y para España". (EFE)

Poco se habla del que fuera presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. En un país que gusta de despedir tan bien a sus muertos políticos, con las loas y ditirambos que les negaron en vida, sorprende que Rajoy haya carecido de entierro. Ni de primera, ni de segunda. Directamente, no ha habido entierro. Los hechos se han sucedido tan rápido que no se ha tenido tiempo para pompas fúnebres ni tampoco para glosar su figura. Del ‘shock’ de la moción y el luto por la derrota, se pasó rápidamente al ‘dream team’ de Sánchez, el ministro astronauta y la reforma de la Constitución. Todo ello sin apenas tiempo para la digestión.

“¿Cómo crees, Pedro, que me juzgarán los libros de Historia?”, preguntaba Rajoy a Pedro Arriola en vísperas de las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015, cuando en las tertulias radiofónicas y charlas de barra de bar no paraban de amortajarle por anticipado, dando por hecho que su estrella languidecía y su figura estaba amortizada. Sorteando los malos augurios, aguantó dos años y medio más al frente del Gobierno. Lo equipararon entonces con los mejores estadistas, el Churchill gallego, una especie de nigromante cuyas artes para el manejo de la política y la realidad nacional escapaban al común de los mortales. Que nadie pecara de soberbia al tratar de desentrañar su psique.

¿Cómo crees que me juzgarán?, preguntaba. Acaso era esa la principal preocupación del presidente: el recuerdo que de él tendrían las generaciones venideras. ¿Qué imagen quedará de Mariano Rajoy después de haber sido expulsado de La Moncloa por el PSOE con el apoyo de independentistas y nacionalistas? ¿Quedará la imagen propagada por los ‘haters’ del Partido Popular, según la cual esta formación no es sino una organización mafiosa y su presidente, el Padrino de la misma? ¿O la de aquellos otros que le alaban el buen gusto por no dejarse seducir en su día por los poderes fácticos y analistas que le pedían que diese su brazo a torcer para que España pudiese ser intervenida por las autoridades europeas, con las nefastas consecuencias que tal decisión habría traído para el país?

Hay claroscuros en la marcha de Rajoy de la presidencia del partido que desmontan la leyenda de gran estadista del hoy expresidente

‘Veritatem dies aperit’ (la verdad se descubre con el tiempo), que decía Séneca. Falta perspectiva para hacer un análisis ponderado de los casi siete años de Rajoy al frente del Gobierno de España. Hay razones para pensar que los libros de Historia harán un balance positivo de su mandato. Por mucho que haya sido sepultado por la corrupción heredada de la Gürtel y por mucho que un partido, Ciudadanos, le haya robado la cartera del centro derecha, nadie puede negar que Rajoy fue el artífice de la recuperación económica.

Tampoco se nos escapa que, pese a las críticas recibidas por la gestión del 1 de octubre, encaró eficaz el mayor desafío moderno al Estado, el de la crisis catalana, ora con guante de seda, ora con puño de hierro. Solo recurrió al 155 cuando no le quedó más remedio, de forma consensuada con PSOE y Cs y por un breve plazo de tiempo, pero se empleó a fondo para que Puigdemont y los consellers hoy acusados de rebelión fueran perseguidos por la Justicia y dejaran su puesto a un Govern legalmente constituido.

placeholder La llegada al Gobierno de Pedro Sánchez modifica el reparto de los escaños en el hemiciclo, con un cambio radical en el banco azul que acoge al presidente y a sus 17 ministros. (EFE/Javier Lizón)
La llegada al Gobierno de Pedro Sánchez modifica el reparto de los escaños en el hemiciclo, con un cambio radical en el banco azul que acoge al presidente y a sus 17 ministros. (EFE/Javier Lizón)

Los libros de Historia bendecirán la gestión de Rajoy. Posiblemente también aplaudirán su improvisada salida de la presidencia del PP de la misma forma que aplaudió la cúpula del partido en Génova cuando anunció su marcha. “El presidente se ha despedido del partido como lo que es: un señor”, señala uno de los compañeros de Rajoy en estos siete años de travesía. “Ahora tenemos una oportunidad de oro para reconciliarnos con nuestros votantes”.

Con todo y con eso, hay claroscuros en la tocata y fuga de Mariano Rajoy de la presidencia del partido. El primero y más clamoroso fue el que señalaba José Antonio Zarzalejos en este mismo diario, según el cual no se entiende la decisión del entonces presidente de encastillarse en el Arahy y no dimitir. De haberlo hecho, la moción habría decaído y el Rey habría tenido que iniciar una ronda de consultas para proponer a otro candidato para una nueva investidura, propiciando un margen razonable al PP para mantenerse en el poder.

El problema del Partido Popular es que el candidato señalado por el aparato no siempre es el preferido por las bases. Que se lo digan a Pedro Sánchez…

Las explicaciones de la guardia de corps de Rajoy, con la secretaria de Estado de Comunicación al frente, que aseguraban que “la dimisión no evitaba un gobierno de Sánchez, más aún, lo facilitaba porque no necesitaría mayoría absoluta”, resultaban falaces. Había una diferencia abismal entre una moción de censura de todos contra Rajoy y una ronda de investidura en la que los partidos tenían que negociar unos con otros, sabiendo que el PNV, en este caso sí, se mostraba dispuesto a apoyar al candidato de los populares.

Poco importan estas especulaciones ya, si no es para desmontar la leyenda de Rajoy, esos comentarios que lo señalaban como un político sobrehumano que gestionaba los tiempos como nadie, que no necesitaba acabar con sus enemigos, que ellos solo se suicidaban, cuya hoja de ruta para el partido parecía tenerla escrita en un pergamino cuyos jeroglíficos solo él podía descifrar. Nada de eso hay. Los acontecimientos han venido a confirmar que Rajoy también está hecho de carne y hueso, que lo que le apetece ahora es estar tranquilo, vivir la vida y caminar rápido por la Casa de Campo, que aquellos planes divinos para resucitar al PP no son reales sino estelas en la mar y que, sin querer, ha dejado el partido a su suerte.

placeholder El presidente del Gobierno Mariano Rajoy, junto al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. (EFE)
El presidente del Gobierno Mariano Rajoy, junto al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo. (EFE)

Este lunes tendrá lugar la junta directiva nacional que convocará el congreso y servirá de espoleta para la presentación de candidaturas en esta nueva era del Partido Popular. La sucesión de Rajoy no debe encararse como un problema sino como una oportunidad, tal y como reflejan las encuestas de este fin de semana, donde el PSOE y PP se muestran como las fuerzas preponderantes frente a Ciudadanos y Podemos.

Guste o no, Rajoy era un tapón que impedía la renovación. El expresidente nunca llegó a entender del todo por dónde transitaban los nuevos tiempos. La política de hoy en día es la de Iván Redondo, el consultor áulico que ha llevado a Pedro Sánchez a La Moncloa. Hace falta talento joven y sin mochilas. Hace falta que, como dice Graciano Palomo, el Partido Popular encuentre su propio ser ideológico. Dicen que los barones populares lo tienen decidido, que no hay más candidato que otro gallego, Feijóo. Seguramente sea así. El problema es que, como ha quedado demostrado en estos últimos años en otros países y partidos, el candidato señalado por el aparato no siempre es el preferido por las bases. Que se lo digan a Pedro Sánchez…

Poco se habla del que fuera presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. En un país que gusta de despedir tan bien a sus muertos políticos, con las loas y ditirambos que les negaron en vida, sorprende que Rajoy haya carecido de entierro. Ni de primera, ni de segunda. Directamente, no ha habido entierro. Los hechos se han sucedido tan rápido que no se ha tenido tiempo para pompas fúnebres ni tampoco para glosar su figura. Del ‘shock’ de la moción y el luto por la derrota, se pasó rápidamente al ‘dream team’ de Sánchez, el ministro astronauta y la reforma de la Constitución. Todo ello sin apenas tiempo para la digestión.

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