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Caza Mayor
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Ni sondeos ni bandera: la estrategia de Sánchez pincha en hueso
El sondeo de IMOP para El Confidencial dista de ser bueno para el PSOE: los socialistas se estancan, Iglesias aguanta mejor de lo esperado y Errejón suma pocos escaños por eso de ser el sexto partido
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Lo de la política española a finales de los años setenta era una sopa de siglas. El quilombo en la izquierda era total. Había de todo y por su orden: estaban el PSOE marxista de González y Guerra, el PSOE Histórico de un Rodolfo Llopis en horas bajas tras la derrota de Suresnes, el PSP de Tierno Galván, el Partido Comunista de Santiago Carrillo y una ristra de formaciones de lo más exóticas y variadas con la hoz y el martillo como señas de identidad. Un puzle de partidos que, por puro darwinismo, quedaría reducido a únicamente dos: socialistas y comunistas.
Lejos de una sopa de siglas, lo que acontece ahora en la izquierda se parece más a una sopa de ganso. “Aquí sobra una persona y esa persona me parece que es usted”, que decían los hermanos Marx en la famosa película.
Algunos expertos, cada vez más, empiezan a cuestionar la estrategia de repetición electoral impulsada desde el Gobierno en funciones
No es solo por la irrupción de Errejón con Más País —que pincha en las encuestas— sino también por esos partidos de carácter localista que aparecen como setas en el campo político y que, sin conseguir escaños, hacen un agujero en los intereses del partido socialista, el más votado y, en teoría, el llamado a ocupar la Moncloa.
Algunos expertos, cada vez más, se empiezan a cuestionar la estrategia de repetición electoral impulsada desde el hoy Gobierno en funciones. ¿Y si Sánchez se pasó de frenada en su pulso con Unidas Podemos? ¿Y si erró en el cálculo de escaños en unos nuevos comicios? El sondeo realizado por IMOP para El Confidencial dista de ser bueno para el PSOE: los socialistas se estancan, Pablo Iglesias aguanta mejor de lo esperado y Errejón suma pocos escaños por eso de que el sexto partido no entra en casi ningún sitio.
Al PSOE no solo le penaliza la división de la izquierda y la previsión de una menor participación en las generales del 10 de noviembre. La notable subida de Pablo Casado y el recorte de distancia con los socialistas también hacen mella. Muchos de los escaños que consiga el PP en las próximas elecciones no van a ser a costa de Ciudadanos o de Vox sino a costa del PSOE por mor de la ley electoral.
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También hay dudas sobre las líneas maestras de la campaña. Ferraz se ha embarcado en una pelea simbólica por la bandera que va a tener difícil ganar, por mucho que se erija en partido institucional y de centro. El ataque de patriotismo que de repente les ha dado a los socialistas, y que hace que algunos ultras parezcan aprendices de ‘blancanieves’, resulta difícil de digerir incluso para una opinión pública que peca de una credulidad extrema.
El mensaje se repite por tierra, mar y aire: España, Cataluña, Sánchez, Casado.
Basta recordar la entrevista en El Confidencial. Aunque la jornada del 1 de octubre, aniversario del referéndum ilegal, transcurrió anodina, por no decir inane, el presidente en funciones se descolgaba con unas declaraciones duras, tajantes, frente al llamamiento del presidente de la Generalitat a la desobediencia institucional: “Contemplamos cualquier tipo de escenario. Tenemos todos los instrumentos encima de la mesa, ya sea el artículo 155 o la Ley de Seguridad Nacional, para poder responder a cualquier desafío”.
Repitan conmigo: España, Cataluña, Sánchez, Casado.
Parece muy complicado desbloquear el pandemónium que va a quedar tras el 10 de noviembre si no es con la participación del PP
En Moncloa meten a Casado en la ecuación porque, a simple vista, parece enormemente complicado desbloquear el pandemónium que va a quedar tras el 10 de noviembre si no es con la participación directa o indirecta de los populares. No suman las izquierdas, no suman las derechas, no suman tampoco PSOE más Ciudadanos (por mucho que Rivera se muestre ahora dispuesto al acuerdo) y no se podrá tirar de los nacionalistas después de los mensajes rojigualdos de estos días y de la sentencia del juicio al 'procés'. Con este escenario, únicamente queda el Partido Popular como solución.
“El Gran Pacto es una posibilidad que ronda en la mente de los electores y en no pocas previsiones de líderes políticos”, escribía José Antonio Zarzalejos. Una afirmación que vendría avalada por el sondeo de Metroscopia, según el cual el 54% de los españoles sería favorable a una coalición PP-PSOE liderada por el partido que de los dos tenga más votos y escaños.
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Es más que probable que la fotografía que resulte del 10-N sea la fotografía del bipartidismo. La vuelta a los orígenes, el ‘back to school’. Por un lado, tendremos a dos formaciones clásicas, PSOE y PP, que con casi toda seguridad sumarán más de 200 diputados y, por el otro, a esas formaciones más nuevas, pero menores, que lucharán por ver quién se lleva la medalla de bronce, la del tercer puesto, y que tratarán de orillar aquellas críticas que las acusan de haber envejecido demasiado pronto.
La tesis del ‘Gran Pacto’ vendría avalada igualmente por la buena relación que mantienen Pedro Sánchez y Pablo Casado, los extremos se tocan, por eso de que ambos creen verse reflejados en el mismo espejo, el que el presidente en funciones describía en su ‘Manual de resistencia’, el de dos políticos que se tuvieron que enfrentar al fuego amigo y a sus propias contradicciones hasta hacerse fuertes en sus respectivos liderazgos.
Ahora nadie los cuestiona. Quizá por eso, y por el hecho de que el umbral de tolerancia de este país no aguanta unas quintas elecciones, el pacto entre ambas formaciones, sustentado en tres bloques —el territorial, con Cataluña de fondo; el europeo, para hacer contención de daños con el Brexit, y el económico, en un entorno de desaceleración y con la necesidad de darle una vuelta a la financiación autonómica—, estaría hoy más cerca que nunca. Ni más ni menos que el plan que los expresidentes González y Rajoy bosquejaron la pasada semana en La Toja.
Lo de la política española a finales de los años setenta era una sopa de siglas. El quilombo en la izquierda era total. Había de todo y por su orden: estaban el PSOE marxista de González y Guerra, el PSOE Histórico de un Rodolfo Llopis en horas bajas tras la derrota de Suresnes, el PSP de Tierno Galván, el Partido Comunista de Santiago Carrillo y una ristra de formaciones de lo más exóticas y variadas con la hoz y el martillo como señas de identidad. Un puzle de partidos que, por puro darwinismo, quedaría reducido a únicamente dos: socialistas y comunistas.