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'Italianizar España': manual de resistencia de los empresarios frente a Sánchez-Iglesias
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Nacho Cardero

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'Italianizar España': manual de resistencia de los empresarios frente a Sánchez-Iglesias

España se convierte en Italia, lo está haciendo con un sistema multipartidista que solo genera inestabilidad y desconfianza y que también comienza a hacer mella en la economía

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firman un principio de acuerdo para formar Gobierno. (EFE)
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firman un principio de acuerdo para formar Gobierno. (EFE)

La frase circula por internet. “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”. Se la atribuyen a Otto von Bismarck, pero no parece que lo sea. Tampoco importa.

La frase se ha convertido en un clásico de las redes sociales y sirve de termómetro para medir el grado de hartazgo, o habría que decir resignación, de la sociedad española ante su clase política. A tenor de la frecuencia con que ha aparecido en las últimas semanas en Facebook, el grado de cabreo se encuentra en máximos. No es para menos.

El hecho de que los inquilinos de Lledoners y otrora miembros del Govern catalán estén marcando el devenir de la política española es una marcianada

Es la maldición bíblica, la España invertebrada de la que hablaba Ortega, el eterno 'déjà vu', la parálisis por el análisis. Comienza la semana (otra más) como desde hace años: con la opinión pública rezongando de la actualidad por los diálogos estériles, rondas de negociación que no llevan a ningún lado, un país bloqueado institucionalmente, Puigdemont como ‘trending topic’ y un Pedro Sánchez tratando de blanquear lo que resulta imblanqueable.

El hecho de que los hoy inquilinos de Lledoners y otrora miembros del Govern insurreccional catalán estén marcando el devenir de la política española y se erijan en presumibles socios del PSOE para la formación del Gobierno, después de haber sido demonizados hasta el extremo por el presidente en funciones, no deja de ser, como bien apuntaba Ignacio Varela en este diario, una auténtica marcianada. La cosa no puede acabar bien. Y no lo hará.

El cansancio es evidente y la desafección de la sociedad civil respecto a la clase política, así como su progresivo desapego, resulta cada vez más patente. De tantas veces repetidas, los ciudadanos empiezan a darse el gusto de ‘pasar olímpicamente’ y hacer oídos sordos a las palabras hueras que escuchan de boca de sus dirigentes.

España se italianiza. Lo está haciendo con un sistema multipartidista que solo genera inestabilidad y desconfianza y que también comienza a hacer mella en la economía. El multipartidismo obliga a practicar una cultura del pacto que en Italia es excesiva y que en España resulta precaria. Como ironizaba Felipe González, “nos hemos ido hacia un Parlamento italiano, pero sin italianos que lo gestionen”.

placeholder El expresidente del Gobierno español Felipe González. (EFE)
El expresidente del Gobierno español Felipe González. (EFE)

Por un lado, la clase política y, por el otro, la sociedad civil y emprendedora. Visto lo visto, cuanto más lejos los primeros de los segundos, mejor. Esa es, al menos, la opinión que se está asentando en el magín de los empresarios.

Como dice otra firma de este periódico, Carlos Sánchez, frente a la demagogia y la desgobernabilidad, los españoles siguen poniendo el despertador a las seis de la mañana, levantan las persianas de sus negocios con los ecos de la desaceleración en sus oídos y hacen que el país funcione. Y lo hacen ajenos a la política. Así de simple. La España que madruga.

El nuestro es un país emprendedor. No hay mejor anécdota para probar tal aseveración que la efeméride de la nao Victoria partiendo de Andalucía hace ahora 500 años, bajo el mando de Juan Sebastián Elcano, para dar la vuelta al mundo. “Se trató de un hito histórico gestado vía iniciativa público-privada, financiación variada y apalancamiento en mejoras de tecnología naval acaecidas en décadas anteriores, un gran número de ellas ligadas a esfuerzos militares”, señalaba recientemente Arcano en un informe sobre emprendimiento.

El nuestro es un país emprendedor. No hay mejor anécdota para probar esto que la efeméride de la nao Victoria partiendo de Andalucía hace 500 años

En dicho informe (‘España, ¿una nación emprendedora?’), se hace una radiografía de la situación del emprendimiento y la innovación en nuestro país, que muestra claroscuros, pero que “no es un paisaje desolador, como muchos clichés insinúan; de hecho, se están creando ecosistemas con enorme potencial (Barcelona y Madrid, sobre todo, o Málaga y Valencia)”. Lo dicho: la España que madruga.

Madrid cuenta en la actualidad con 1.235 'startups', 111.800 programadores y un perfil de emprendedor sin complejos y más abierto que la media nacional a asumir riesgos. Según EY, es la cuarta ciudad europea por potencial tecnológico. Aun así, los inversores suelen decantarse por Barcelona. De los 2.000 millones invertidos en los últimos años, 926 millones han ido a Barcelona frente a los 677 millones de Madrid. El brillo de la 'marca Barcelona' entre profesionales extranjeros del sector tecnológico es todo un imán de atracción de talento.

Con todo y con eso, España arrastra el mismo pecado original que Europa a la hora de emprender. A saber: su incapacidad para crear gigantes tecnológicos y competir globalmente. Apenas hay unicornios —'startups' tecnológicas que ya reciben valoraciones superiores a 1.000 millones de dólares— con el sello de la Unión Europea.

De los 346 que existen actualmente, EEUU tiene 172; China, 91; el Reino Unido, 17; India, 16, y Alemania y Corea, ocho. España solo cuenta con uno, Cabify.

Aunque el dato de nuestro país pueda parecer pobre, que lo es, más triste resulta comprobar cómo desde las distintas administraciones se ha tratado de regular para poner palos en las ruedas de los coches de esta exitosa tecnológica española y acabar con la seguridad jurídica que permitió su despegue. Es la aversión al cambio (y la dependencia del voto cautivo) de nuestra clase política.

Se trata de que nuestros líderes dejen de intervenir torticeramente en nuestro sistema empresarial

Ya no se trata tanto de la matraca de la gobernabilidad de España y del 'procés' catalán como de que nuestros líderes dejen de intervenir torticeramente en nuestro sistema empresarial, que funciona de manera automática sin que nadie le tenga que reconvenir.

La cuestión no es que España se haya italianizado. Eso lo damos por asumido. La cuestión es que la cosa no vaya a peor. Y con un PSOE hilvanando un ‘hiperfrankenstein’ y Podemos en el Gobierno, hay razones más que de sobra para que los empresarios se echen a temblar.

La frase circula por internet. “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”. Se la atribuyen a Otto von Bismarck, pero no parece que lo sea. Tampoco importa.

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