Caza Mayor
Por
Albares, el otro hombre del presidente
El ministro ha hecho en 50 días más que Laya en año y medio. También laminarse al equipo de la exministra para colocar el suyo. Ha tenido 20 años para pensárselo
Cuentan en el edificio de Semillas, el ala oeste de la Moncloa en los tiempos de Iván Redondo, que hasta allí llegaban los gritos del presidente tras su fallido encuentro con Biden con motivo de la cumbre de la OTAN. Volaban objetos no identificados de un despacho a otro, dicen con sorna, buscando la cabeza del responsable de tamaño fiasco. El hecho cierto es que, a las pocas semanas, el que fuera gurú de Pedro Sánchez abandonaba el Gobierno por la puerta de atrás.
El presidente del Ejecutivo, con el asesoramiento del propio Redondo, se había marcado las relaciones exteriores como palanca para relanzar su imagen en la segunda parte de la legislatura y el desplante del norteamericano no facilitaba las cosas.
Tampoco ayudaba el agujero de Mohamed VI abriendo las puertas para facilitar la entrada irregular en Ceuta de cerca de 9.000 personas. Se señaló al ministro Marlaska como responsable del desaguisado, cuando en realidad se trataba de una venganza después de que España acogiera, en el Hospital San Pedro de Logroño, al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, de 72 años, enemigo público número uno del Reino de Marruecos.
Su objetivo es ganar el peso exterior perdido y lo quiere hacer postulándose como un paladín de la transformación económica
Ni la ministra Arancha González Laya ni el director del Gabinete de esta, Camilo Villarino, que dio la orden de que Ghali y su comitiva no tuvieran que pasar por control de aduana cuando aterrizaron en Pamplona, se encuentran hoy en sus puestos.
Esta forma de proceder pone negro sobre blanco el carácter del presidente del Gobierno, al que sus ministros temen tanto como quieren, como le gusta a Maquiavelo. También explica la relevancia que Sánchez quiere dar a las relaciones internacionales. Su objetivo es ganar el peso exterior perdido y lo quiere hacer postulándose como un actor clave de los nuevos tiempos y paladín de la transformación económica que la UE está propugnando.
A esta estrategia obedecen los cambios que se han producido recientemente en el Ejecutivo y, más concretamente, en el Ministerio de Asuntos Exteriores, así como el modo en que se han encarado las crisis internacionales de agosto, en las que se ha hecho de la necesidad virtud, extrayendo oro negro de donde otros solo han conseguido enfangarse hasta el cuello.
De ahí las recientes palabras de Mohamed VI, en las que se declaraba dispuesto a dejar atrás la crisis con nuestro país. Es la primera vez que un rey de Marruecos habla de España de forma positiva y no para ponerla a caldo. Lo mismo que la policía marroquí, que desde que se produjo el cambio en Exteriores se está empleando a fondo en la valla.
“Se ha especulado sobre la posibilidad de un viaje a Marruecos para recomponer relaciones. Se hará, pero cuando corresponda. Antes de cerrar la crisis en falso, lo que hay que hacer es avanzar hacia un nuevo modelo de relación”, señalan en Moncloa. “Han pasado 40 años desde los encuentros organizados por Felipe González con el rey Hassan II y don Juan Carlos. Ya no hay ninguno de los tres actores. Habrá que repensar el modelo”.
Este giro de timón se debe al nuevo ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares (1972), diplomático de carrera, diplomado del Curso de Defensa Nacional del Ceseden y fundador del Círculo de Reflexión Internacional, entre otros puntos de los muchos que figuran en su currículo.
Más allá de estos méritos, entre las razones principales que han conducido a Albares hasta el Palacio de Santa Cruz se encuentra el hecho de haber sido el principal asesor de Sánchez en materia internacional desde tiempos remotos y, sobre todo, su forma de entender la diplomacia. A diferencia de sus predecesores, para el ministro todo es política. También la diplomacia, en tanto en cuanto instrumento para ejercer el poder. Como a Sánchez le gusta.
Albares ha hecho en 50 días más que González Laya en año y medio. También laminarse al equipo de la exministra para colocar el suyo propio. Ha tenido 20 años para pensárselo. Los conoce a todos y sabe lo que necesita el ministerio. Es uno de ellos. Por eso va rápido.
Las repatriaciones de Afganistán, de las que se viene ufanando Sánchez en sus últimas intervenciones, sacando pecho por el reconocimiento de la Unión Europea y la complicidad de Von der Leyen, se muestran como otro gambito del Ejecutivo. Lo que es una tragedia para la comunidad internacional ha servido para colocar España en el mapa. Cosas veredes.
Afganistán es la prueba del nueve de que Europa debe contar con medios. Lo que ha ocurrido en Afganistán puede ocurrir en MalÍ
España recibió 2.206 personas en el ‘hub’ de Torrejón de Ardoz hasta que este fue desmantelado, detalló Albares en su comparecencia extraordinaria en el Congreso. Nuestro país envió un contingente de 62 personas para apoyar sobre el terreno, incluyendo 57 militares y cinco aviones para asegurar un puente aéreo continuado. No hubo bajas.
Luego está la necesidad de un Ejército común europeo o, como ha dicho Borrell, una fuerza de intervención rápida formada por 5.000 soldados de diferentes Estados miembros capaz de desplegarse en crisis internacionales. Afganistán es la prueba del nueve de que Europa debe contar con medios. Lo que ha ocurrido en Afganistán puede ocurrir en MalÍ, que sigue estando ahí y nos afecta profundamente.
España quiere aprovecharse de este nuevo escenario gracias a su rol en el futuro Sistema Aéreo de Combate o FCAS, el ambicioso programa de Alemania, Francia y la propia España para crear el caza de nueva generación, un plan desarrollado por Airbus, Thales Group, Indra Sistemas y Dassault Aviación, que ahora tiene más sentido que nunca. Tampoco hay que olvidar que es en Sevilla donde Airbus fabrica los A400M que tan bien han funcionado en la evacuación de Kabul y que están siendo objeto de nuevos pedidos.
Las relaciones internacionales se están convirtiendo en el principal aliado del Gobierno para camuflar problemas domésticos
La última de las carambolas de las que se puede beneficiar el Gobierno de España es la que tiene que ver con las elecciones alemanas del 26 de septiembre y que supondrán el final de la era Merkel, quien se retira con la popularidad por las nubes. Las encuestas, paradójicamente, señalan al candidato socialdemócrata como ganador contra todo pronóstico.
“Conozco mucho al candidato, Olaf Scholz, y he participado en la campaña electoral en el mes de julio con él en Berlín”, dijo Sánchez en su entrevista dominical en ‘El País’. “Si hay ese cambio en Alemania, tanto España como Alemania podemos ser dos motores de una nueva concepción del progresismo que va a sentar muy bien a Europa”.
Las relaciones internacionales se están convirtiendo en el principal aliado del Gobierno para camuflar problemas domésticos como el de la luz. En Europa no es que tengan en alta estima a Sánchez, pero lo respetan. Porque el español entiende por dónde va la arquitectura internacional del siglo XXI. Por eso y porque sabe hablar inglés.
Cuentan en el edificio de Semillas, el ala oeste de la Moncloa en los tiempos de Iván Redondo, que hasta allí llegaban los gritos del presidente tras su fallido encuentro con Biden con motivo de la cumbre de la OTAN. Volaban objetos no identificados de un despacho a otro, dicen con sorna, buscando la cabeza del responsable de tamaño fiasco. El hecho cierto es que, a las pocas semanas, el que fuera gurú de Pedro Sánchez abandonaba el Gobierno por la puerta de atrás.