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El regreso de Zapatero a la Moncloa o la trampa del optimismo
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Nacho Cardero

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El regreso de Zapatero a la Moncloa o la trampa del optimismo

No se trata de ser pesimista, sino de no caer en el triunfalismo. Volverán las vacas flacas. Siempre vuelven. Son intrínsecas a los ciclos económicos y ya nadie duda de que se aproxima otro muy distinto

Foto: Zapatero, junto a Sánchez, durante la Internacional Socialista. (EFE/Chema Moya)
Zapatero, junto a Sánchez, durante la Internacional Socialista. (EFE/Chema Moya)
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Se ha convertido en deporte del Gobierno cargar contra todos aquellos jinetes del Apocalipsis que auguraban la hecatombe económica para este invierno y se han quedado con las ganas, pues la recesión, como se ve, no llega y la inflación tiende a la baja. A esto hay que añadir la corriente del buenrrollismo instalada en algunos ámbitos intelectuales y sobre todo entre algunos economistas, para los que el optimismo debe convertirse en una obligación cuasi ciudadana, máxime en épocas de incertidumbre, lo cual no deja de tener su gracia, habida cuenta de que muchos de los que dan hoy lecciones de moralidad son los que nos han conducido hasta la delicada situación por la que atravesamos.

Uno de los últimos en pronunciarse ha sido Martin Wolf, el conocido comentarista del Financial Times, que bajo el título Los optimistas llevaban razón y vuelven a llevarla, hace un repaso a los informes sobre Desarrollo Humano 2021-2022 del Programa de Naciones Unidas, por un lado, y sobre la Pobreza y Prosperidad Compartida 2022 del Banco Mundial, por otro, cotejando un sinfín de variables y llegando a la conclusión de que, pese a las guerras y las pandemias, el mundo es un sitio cada vez mejor para vivir.

Foto: Fotografía de la emisión de billetes de 100, 200 y 500 euros. (Reuters/Antonio Bronic)

A sabiendas de la euforia y de su estrategia para este 2023 electoral, que consiste en cabalgar a lomos de los brotes verdes y hacer olvidar la sedición, la malversación y el totum revolutum legislativo patrio, está claro que en la Moncloa leen el FT y comparten el optimismo. Esgrimen como prueba la revisión al alza del PIB del INE, que ha obligado a los analistas a subir sus previsiones por encima del 5%, o el hecho de que el precio de la energía y las materias primas esté descendiendo en los mercados internacionales y vaya a tener su correspondiente proyección —ya se está notando— en el IPC nacional.

El Ejecutivo ha caído en eso que Ramón González Férriz llama la trampa del optimismo, la celada que nos ha traído hasta este convulso inicio de siglo XXI y que se da, entre otros factores, cuando nuestros líderes son incapaces de controlar su propio entusiasmo. En este escenario, los riesgos son evidentes. Porque es igual de peligroso ser un pesimista redomado que un optimista por exceso, y si no que se lo digan a aquel Zapatero derrotado y exhausto, 12 de mayo de 2010, y aquellos 120 segundos en el Congreso en que anunció el mayor recorte social de la historia reciente de España.

"La trampa del optimismo se da, entre otros factores, cuando nuestros líderes son incapaces de controlar su propio entusiasmo"

El expresidente del Gobierno, a la sazón el rey del optimismo, hizo oídos sordos a las recomendaciones de Solbes y confió en su propio juicio, justito en lo económico, lo que llevó a una huida hacia delante que devino letal para el país. "La literatura académica muestra cómo los líderes optimistas tienden a incurrir más a menudo en sobreestimar ingresos futuros y en infraestimar costes futuros, lo que puede llevar a decisiones desastrosas", escribía el economista Ignacio de la Torre en el libro Sobre la felicidad y la desigualdad en España, en clara alusión a lo ocurrido con los gobiernos de Zapatero. Hoy, como ayer, los que critican la euforia de Sánchez son tildados de cenizos.

A la hora de analizar la situación actual, lo más correcto sería situarnos en el término medio, o mesòtes aristotélica, es decir, entre los optimistas alegres y los pesimistas sombríos en que se divide la sociedad, según clasificación de Martin Wolf. En su análisis, el periodista del FT quiere dejar claro que se encuentra en el primero de los bandos, el del buenrrollismo, pero con un aviso a navegantes: "La continuación del progreso depende de cómo se manejen los peligros que creemos nosotros mismos".

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Violeta Santos) Opinión

De ahí que el hecho de que Zapatero se haya convertido en uno de los asesores áulicos de Pedro Sánchez resulte, cuando menos, inquietante. Casi tanto como los socios a los que se ha tenido que arrejuntar para mantenerse en el poder, que lo han arrastrado a la senda del populismo y a medidas que bordean peligrosamente la libertad de mercado.

Por mucho que se haya errado en las expectativas, España se encuentra muy lejos de ser un país idílico en sus fundamentales económicos. De hecho, cada vez se encuentra más alejado de la media europea. De los 40 países incluidos en las previsiones de la OCDE, España y Sudáfrica son los únicos que no alcanzarán los niveles precovid de PIB hasta 2024; Estonia ya ha superado a nuestro país en riqueza per cápita; los precios de los alimentos se han disparado un 19% desde el inicio de la crisis; la tasa de paro se mantiene todavía por encima del 12%; las economías domésticas se empobrecen, y la desigualdad no cede sino que va en aumento.

"Por mucho que se haya errado en las expectativas, España se encuentra lejos de ser idílica en sus fundamentales económicos"

Nadie, por mucho relato que teja y mucho lenguaje que manipule, se puede sentir orgulloso de semejantes cifras. Si a esto sumamos que los programas de compra de activos del BCE y el maná de los fondos europeos tienen fecha de caducidad, y que se recuperarán las reglas fiscales, congeladas de nuevo este 2023, más pronto que tarde, no hay motivos para la euforia y sí para estar preocupados. Resulta sorprendente "que en la agenda pública no exista hoy un debate intenso sobre las consecuencias que tendrá a medio y largo plazo la progresiva desaparición de los estímulos", escribía Carlos Sánchez este fin de semana.

No se trata de ser pesimista, sino de no caer en el triunfalismo, que no es lo mismo. Volverán las vacas flacas. Siempre vuelven. Son intrínsecas a los ciclos económicos y ya nadie duda de que se aproxima otro muy distinto. Le tocará a Sánchez, o a Feijóo, o a quien se encuentre en ese momento en el poder. Da igual. Lo pagarán los de siempre.

Se ha convertido en deporte del Gobierno cargar contra todos aquellos jinetes del Apocalipsis que auguraban la hecatombe económica para este invierno y se han quedado con las ganas, pues la recesión, como se ve, no llega y la inflación tiende a la baja. A esto hay que añadir la corriente del buenrrollismo instalada en algunos ámbitos intelectuales y sobre todo entre algunos economistas, para los que el optimismo debe convertirse en una obligación cuasi ciudadana, máxime en épocas de incertidumbre, lo cual no deja de tener su gracia, habida cuenta de que muchos de los que dan hoy lecciones de moralidad son los que nos han conducido hasta la delicada situación por la que atravesamos.

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