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España tiene un problema (y gordo) con el Sahel tras la caída de Wagner
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Nacho Cardero

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España tiene un problema (y gordo) con el Sahel tras la caída de Wagner

Se trata de acabar con el modelo europeo 'low cost' imperante hasta ahora, que consistía en subcontratar la energía a Rusia, el comercio a China y la defensa a EEUU. Lo ocurrido este fin de semana certifica la necesidad de una hoja de ruta propia

Foto: Soldados de Naciones Unidas en Mali. (EFE)
Soldados de Naciones Unidas en Mali. (EFE)
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Este fin de semana ocurrió, de nuevo, lo imposible: Putin tuvo su momento Capitoliosky.

Los acontecimientos en Rusia nos han recordado de alguna forma lo ocurrido aquel 6 de enero de 2021 en Washington, cuando una marea de personas partidarias de Trump trató de asaltar el Capitolio, en un episodio inédito hasta entonces en el gigante norteamericano. Con una salvedad: en esta ocasión, no era un señor desnudo con cuernos de bisonte el que protagonizaba la asonada, sino Yevgeny Prigozhin, otro señor de extrema derecha que estuvo en la cárcel por delitos menores, se reconvirtió en empresario de hostelería vendiendo perritos y organizando caterings para los palacios de San Petersburgo, y acabó creando la organización paramilitar Wagner.

De la política exterior, mejor que se encarguen otros, que aquí estamos más preocupados con las entrevistas 'fake' de Sánchez a sus ministros

Resulta complicado adivinar lo que realmente ha pasado en Rusia (la mejor forma de hacerlo es leyendo los análisis de Daniel Iriarte en este diario), pues la narrativa que nos viene de aquel país, ora del Kremlin, ora de la cuenta de Telegram de Prigozhin, está plagada de medias mentiras y mentiras enteras. Como decía Orwell, la verdad es la primera víctima de cualquier guerra, y aquí estamos inmersos en tres guerras: una que es doméstica, la de Wagner; otra, exterior, la de Ucrania, y una tercera, comercial, que está reconfigurando un nuevo orden mundial.

Sea como fuere, los sucesos avientan la idea de un mundo incierto, que va demasiado rápido, donde se cuestionan las democracias liberales y las revoluciones se van atropellando unas a otras sin saber dónde acabaremos.

Aunque desconozcamos lo que va a ocurrir en aquella parte del planeta, sí sabemos que nos afectará —a los europeos, en general, y a los españoles, en particular— y que hoy, como ayer, nos pilla con el pie cambiado. De la política exterior, mejor que se encarguen los otros, Alemania y Francia, Macron y Scholz, que aquí estamos más preocupados, rayanos en la obsesión, con las entrevistas fake de Sánchez a sus ministros, las negociaciones extremeñas para repartirse el poder y las refriegas intestinas de Díaz con Montero.

Foto: Los combatientes de Wagner salen de Rostov. (Reuters/Stringer)

Dice Carlos Sánchez que Putin es un quebradero de cabeza para Occidente y que lo mejor para nuestros intereses sería su salida del poder, lo que, a su vez, traería consigo un problema añadido. A saber: la llegada de un sucesor igual o más autocrático que el anterior. "No parece que Prigozhin pudiera tener un comportamiento más civilizado en caso de que hubiera triunfado la intentona", escribe Sánchez, dando a entender que más vale lo malo conocido, Putin, que lo malo por conocer, Prigozhin.

Ahora bien, si el presidente ruso ha salvado su primer match ball y la paz firmada en Bielorrusia supone el principio del fin del grupo paramilitar, ¿quién va a poner orden, entonces, en ese puñado de países africanos tan importantes para nosotros, donde Wagner había tomado el relevo de las tropas lideradas por Francia? ¿Será el ejército ruso el encargado de vigilar el patio trasero de Europa a partir de ahora?

El negocio de Wagner es inviable sin el respaldo del Estado ruso, y, si Prigozhin se retira a Bielorrusia, como ha anunciado el portavoz del Kremlin, ni Wagner ni él sobrevivirán. Por dos razones: una, porque es inimaginable dirigir esta organización paramilitar por control remoto, alejado de su base de operaciones; y, dos, por la propensión de los enemigos de Putin a caer desde un octavo piso, morir a tiros o ponerse misteriosamente enfermos tras tomar el té.

Prigozhin ha mostrado al mundo que el ejército ruso no es tan fiero como lo pintan

Con su conato de rebelión, Prigozhin ha hecho más para la causa ucraniana que las sanciones económicas europeas. Ha mostrado al mundo que el ejército ruso no es tan fiero como lo pintan y ha dejado a Putin débil y humillado, circunstancia que el presidente ruso, a buen seguro, no dejará pasar por alto en las próximas semanas.

Y, si Wagner cae en desgracia y se retira del Sahel, los países de la zona se quedarán sin respaldo ante el avance yihadista. En menos de dos años, nos toparemos con otro Afganistán. En esta ocasión, a las puertas de España. Los paramilitares no eran la panacea, pues su objetivo, más que luchar contra los radicales, consistía en extraer recursos naturales para especular con ellos, pero al menos servían de dique de contención frente a los terroristas. Sin Wagner, Europa estará obligada a reaccionar y ofrecer una propuesta atractiva a los países del Sahel.

Este nuevo escenario debe servir de revulsivo para que la UE, por una vez, tome la iniciativa antes de que los hechos consumados pasen como un rodillo por encima de sus intereses. Esto implicará unificar las diferentes visiones que existen dentro de la Unión sobre cuál debe ser la relación con Rusia, cómo debe ser el final de la guerra y qué defensa levantar frente a las amenazas exteriores a las que, caso del Sahel, nos enfrentaremos en los próximos años.

"Es una elección sencilla: ¿democracia o dictadura? De nosotros depende"

En definitiva, se trata de acabar con el modelo europeo low cost imperante hasta ahora, que consistía en subcontratar la energía a Rusia, el comercio a China y la defensa a EEUU. Lo ocurrido este fin de semana certifica la necesidad de una hoja de ruta propia.

Como escribe Darryl Cunningham al final de su novela gráfica La Rusia de Putin. El ascenso de un dictador, "si no hacemos nada, Putin reforzará su control sobre nuestro mundo. Si actuamos, alentaremos el resurgimiento de la democracia en Rusia y evitaremos que su régimen extienda la corrupción a otros países, incluido el nuestro. Es una elección sencilla: ¿democracia o dictadura? De nosotros depende".

Este fin de semana ocurrió, de nuevo, lo imposible: Putin tuvo su momento Capitoliosky.

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