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Horarios y libertad: lo que la vicepresidenta Díaz debería aprender de Madrid
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Nacho Cardero

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Horarios y libertad: lo que la vicepresidenta Díaz debería aprender de Madrid

Hoy vemos atacada nuestra libertad en un sinfín de frentes. Han puesto en jaque el marco institucional. La inseguridad jurídica y la fragmentación del mercado, a la orden del día

Foto: Yolanda Díaz, en un acto la semana pasada en Madrid. (EFE/Fernando Villar)
Yolanda Díaz, en un acto la semana pasada en Madrid. (EFE/Fernando Villar)
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Bajo la excusa de la necesidad de intervención del Estado para regular los desequilibrios, el Gobierno ha ido invadiendo parcelas que le son ajenas. Una nueva religión que tiene en Mazzucato a su principal profeta. Los entornos monclovitas, que se refieren a la economista con la misma devoción que los davidianos al líder de la secta, le cogieron el gustillo durante la pandemia y desde entonces no han parado de darle a la manivela.

Ante el silencio de la sociedad civil, el Gobierno decide qué compañías privadas controlar, a qué precio hay que alquilar los pisos, la temperatura a la que deben estar nuestros hogares, cuantos quilos de carne comer a la semana o la hora a la que deben cerrar los restaurantes, según la última genialidad de Yolanda Díaz.

Se ensalzan subrepticiamente las políticas de decrecimiento y se trata de tumbar las de más éxito, caso de Madrid, una comunidad que, al margen de la batalla partidista, destaca por la firme defensa de la libertad en todos los niveles: las rebajas fiscales, la simplificación normativa, la defensa por ley de la unidad de mercado, la eliminación de cargas burocráticas, la reducción del gasto público, la plena libertad comercial y de horarios comerciales, y la libertad para escoger médico o el colegio de tus hijos.

Una serie de medidas que propicia la atracción de talento y la creación de un ecosistema creativo empresarial que compite con los mejores del mundo. Como muestra, un botón: 10 años después de que la Comunidad de Madrid liberalizara por completo los horarios comerciales en 2012, el empleo del sector creció ocho puntos por encima de la media nacional y las ventas un 20%, es decir, tres veces más que en el conjunto de España.

Foto: La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. (EFE/Javier Lizón) Opinión

Frente a esta realidad está la de la vicepresidenta de Sumar, que cuestiona que los establecimientos hosteleros permanezcan abiertos más allá de la una de la madrugada. "A las 22 h en casa, con las luces apagadas y así reducimos las emisiones de gases de efecto invernadero. Del trabajo a casa, y dieta equilibrada. Nada de fritos por la noche, ni postres opíparos", escribía tan irónica como gráficamente Juan Soto Ivars.

A pesar de que Madrid debería ser el espejo en el que se mirase el resto, la mayor parte de las CCAA cuestiona el modelo madrileño y mantiene un régimen desfasado de 10 domingos y festivos de apertura autorizada al año. Se permiten el lujo de cerrar por ley las tiendas durante 52 días al año, dos meses en los que los consumidores pueden seguir comprando online (el ecommerce factura un 80% más que antes del covid) y en los que 80 millones de turistas extranjeros deambulan por las ciudades sin saber muy bien qué hacer.

"Solo Alemania y Austria tienen unas restricciones de horarios mayores que España, 11 países disponen de plena libertad"

La libertad de horarios es un debate superado en la mayor parte de la UE. Solo Alemania y Austria tienen unas restricciones de horarios mayores que España, mientras que 11 países disponen de plena libertad de horarios y otros cinco gozan de una flexibilidad casi completa. Yolanda Díaz debería explicarnos a qué se refiere cuando habla de restringir horarios para parecernos cada vez más a Europa.

Ocurrencias como la de los restaurantes son anecdóticas pero sintomáticas de la deriva ideológica de nuestros gobernantes. Es la batalla entre dos formas de entender la sociedad, una batalla en la que se están imponiendo las políticas más intervencionistas —e incluso aquellas que propugnan el decrecimiento— frente a las liberales.

Son ocurrencias que no tienen en cuenta que la libertad económica de una nación está tan interpolada con su libertad política que separarlas es imposible: recortar o impedir la primera es lesionar la segunda. Son ocurrencias de quienes creen que se puede regular y controlar el comercio y la economía sin que el daño —muchas veces letal— se contagie a los valores intrínsecos de las democracias liberales.

Foto: Pedro Sánchez, en un acto de su partido en Madrid. (EFE/Borja Sánchez-Trillo) Opinión

Nos succionan por la noche cual vampiros, con alevosía, casi sin darnos cuenta. Hoy vemos atacada nuestra libertad en un sinfín de frentes. Han puesto en jaque el marco institucional. La inseguridad jurídica y la fragmentación del mercado están al orden del día. Se ha manoseado políticamente la educación en perjuicio de nuestros jóvenes. Se ataca y cuestiona el rol del empresario y se demonizan los beneficios, que son la inversión y el empleo del mañana. Se introducen rigideces laborales propias de los años ochenta, no de la era digital, y avanzamos hacia un infierno fiscal para empresas, inversores y ciudadanos.

Cuando ciertos responsables políticos critican alegremente los beneficios de Mercadona o los horarios de los hosteleros deberían tener en cuenta que los avances logrados en la libertad y la soberanía de los actores económicos redunda directamente en la evolución, profundización y salud total de nuestros sistemas de libertades públicas. El problema, insisto, es que, de tanto reivindicar a Mazzucato, hemos resucitado a Maquiavelo.

Bajo la excusa de la necesidad de intervención del Estado para regular los desequilibrios, el Gobierno ha ido invadiendo parcelas que le son ajenas. Una nueva religión que tiene en Mazzucato a su principal profeta. Los entornos monclovitas, que se refieren a la economista con la misma devoción que los davidianos al líder de la secta, le cogieron el gustillo durante la pandemia y desde entonces no han parado de darle a la manivela.

Liberalismo Yolanda Díaz
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