Caza Mayor
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Algo más que un relato: la guerra por controlar el nuevo orden mundial
De lo que se trata es de echar más leña al fuego de Occidente, insinuar que Ucrania está implicada en el atentado y acusar a sus aliados de ser corresponsables de la matanza
Cuando Christian Stracke se paseó por España a principios de año se mostraba moderadamente optimista. El presidente de Pimco, la mayor gestora de renta fija del mundo, sostenía con cierto retintín que "el mercado dice que las cosas van a ir bien", en referencia a las expectativas de 2024, pero siempre y cuando las cosas no vayan mal. Valga la perogrullada para explicar que el mundo está sostenido con alfileres y basta con que uno de ellos caiga, véase el atentado en el Crocus City Hall de Moscú, para que el castillo mundial se tensione otra vez y amenace con derrumbarse de nuevo.
La geopolítica ha desplazado a la economía y se ha convertido en la principal fuente de riesgos del planeta. Tiene su epicentro en los conflictos de Ucrania y Gaza, pero se extiende más allá, tales como las amenazas de China sobre Taiwán, la posibilidad de que la ultraderecha se convierta en un actor clave en las próximas elecciones europeas o la hipotética vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca tras animar a Rusia a atacar a sus socios de la OTAN que no cumplan los gastos.
Pero, ¿en qué ha cambiado el panorama actual tras el atentado? Si ya sabíamos que las tensiones continuarían y que no había ningún escenario en los próximos quince años en el que la frontera de Rusia con Ucrania pudiera estar pacificada, ¿por qué creemos que la situación hoy es peor que hace una semana?
Básicamente, porque, como era de esperar, Putin se está encargando de manipular los hechos para afianzar más aún su régimen autoritario, dar un punto más de intensidad a la invasión de Ucrania y acelerar la guerra que Rusia mantiene con las democracias liberales. Un clásico de la realpolitik.
El precedente lo tenemos en los atentados de Moscú de 1999, que ya sirvieron de excusa al presidente ruso para atacar Chechenia y arrinconar a sus rivales políticos. “Los autócratas electos a menudo necesitan crisis, puesto que las amenazas externas les brindan la posibilidad de zafarse de sus cadenas de manera rápida y, muy a menudo, legal”, señalan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en Cómo mueren las democracias. Acuérdense de las declaraciones de Sergey Karaganov, uno de los politólogos rusos más influyentes, en las que pedía una escalada nuclear para "quebrantar la voluntad de Occidente".
No se trata de que el Estado Islámico se haya atribuido la autoría del atentado, ni tampoco del progresivo protagonismo de este grupo terrorista, el ISIS-K, del que poco sabíamos y que, sin embargo, se ha convertido en una de las principales amenazas mundiales tras la masacre del aeropuerto de Kabul y la bomba en Kerman (Irán), que causó la muerte de más de 100 personas. No es eso.
De lo que se trata es de echar más leña al fuego de Occidente, insinuar que Ucrania está implicada en el atentado y acusar a sus aliados de ser corresponsables de la matanza. "Estados Unidos debería haber entregado inmediatamente los datos sobre el ataque terrorista a la parte rusa si los tenía", dijo el Gobierno ruso. El atentado está "directamente relacionado con las derrotas del neonazismo" en Donbás, añadió Bachar al Asad. Es algo más que la guerra por el relato. Es la guerra por controlar el nuevo orden mundial.
Una batalla entre el Occidente democrático y la China y Rusia autoritarias, más el Sur Global, que empezó a tomar velocidad de crucero con la crisis del liberalismo. Una crisis que muchos fechamos en la Gran Recesión de 2008, pero que el Kremlin, según Mira Milosevich (El imperio zombi, Galaxia Gutenberg, 2024), sitúa en 1999, cuando la OTAN bombardeó Serbia, e incluso más atrás, en 1991, coincidiendo con la desintegración de la URSS y la falta de mano tendida por parte de las democracias occidentales.
Desde entonces, todo ha ido a peor. La democracia sufre un desgaste progresivo y los autócratas blanquean su imagen con la pintura que les proporciona el populismo y la polarización. "Los jóvenes no rechazan abiertamente la democracia, pero han dejado de otorgarle la importancia que le dieron sus mayores. Se sienten cada vez más alejados, indiferentes y, en última medida, enrabietados", escribía Ángel Villarino.
Actualmente, entre los 1.200 millones de personas que viven en democracias liberales del mundo, un 75% tiene una opinión negativa de China y el 87%, de Rusia. Sin embargo, para los 6.300 millones de personas que viven en el resto del mundo, sucede justo lo contrario: el 70% tiene una opinión positiva de China y un 66%, de Rusia. Así están las cosas.
Estos números absolutos no tendrían por qué ser sintomáticos de nada si no fuera porque vienen acompañados de una crisis existencial de Occidente. Como muestra, varios botones: Estados Unidos está al borde de un estallido social al calor de las elecciones presidenciales; Israel se encuentra cada vez más aislado y sin soluciones aparentes al drama de Gaza, y la Europa de los 27 se muestra como un engrudo sin ideas.
Hablaba este fin de semana la exministra Ana Palacio en El Mundo sobre la disparidad de criterios entre París y Berlín: frente a la tan cacareada autonomía estratégica demandada por Macron, el canciller Scholz apuesta cada vez más por la imprescindibilidad de la OTAN en la seguridad europea. Que si galgos, que si podencos. Mientras tanto, Putin sigue ampliando su área de influencia en el globo terráqueo.
Son muchos los que aventuran que vamos de cabeza hacia una nueva Guerra Fría (si no lo estamos ya), pero lo cierto es que el contexto mundial y la escalada en las declaraciones y acciones, indican que esta guerra tiene poco de fría y sí mucho de caliente, y que, como advertía el presidente de Pimco, todas las previsiones optimistas de los expertos para este 2024 pueden saltar por los aires en menos que canta un gallo.
Cuando Christian Stracke se paseó por España a principios de año se mostraba moderadamente optimista. El presidente de Pimco, la mayor gestora de renta fija del mundo, sostenía con cierto retintín que "el mercado dice que las cosas van a ir bien", en referencia a las expectativas de 2024, pero siempre y cuando las cosas no vayan mal. Valga la perogrullada para explicar que el mundo está sostenido con alfileres y basta con que uno de ellos caiga, véase el atentado en el Crocus City Hall de Moscú, para que el castillo mundial se tensione otra vez y amenace con derrumbarse de nuevo.
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