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El drama moral de Euskadi y el camino de España hacia la confederación
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Nacho Cardero

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El drama moral de Euskadi y el camino de España hacia la confederación

La falta de definición del PNV, ora conservador, ora socialdemócrata; ora de Sánchez, ora de Feijóo; ora independentista, ora autonomista, no le ha servido precisamente para mantener los espacios. La curva declinante del PNV es nítida

Foto: La plana mayor del PNV comparece tras los resultados electorales. (EFE)
La plana mayor del PNV comparece tras los resultados electorales. (EFE)
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Dicen que, en estas elecciones vascas, todo ha cambiado para que todo siga igual, con el Partido Nacionalista Vasco en la lehendakaritza otros cuatro años más. Pero no es cierto. No todo sigue igual. Es como en Rocky I. Hay empate técnico entre los dos púgiles y, aunque uno se va a alzar con el poder, al otro es al que se le ha quedado cara de victoria.

Lo mismo ocurre con el avance del nacionalismo. Que la preferencia de los vascos sea la continuidad de Euskadi dentro de España, como manifiesta un 56% de los encuestados por Metroscopia, no impide que, a partir de este lunes, el Parlamento autonómico sea el más nacionalista / independentista de su historia. Tres de cada cuatro diputados lo son. Cada día que pasa, estamos más cerca de la confederación. En Moncloa deberían tomar nota.

El PNV ha perdido su papel hegemónico en la política vasca y lo tiene que compartir con Bildu. A los resultados históricos de los abertzales ha contribuido de forma decisiva el proceso de blanqueamiento llevado a cabo por el Gobierno de Madrid.

Bildu es lo nuevo. La formación que comanda Ortuzar, lo viejo. Lo que antes suponía un activo —el jaungoikoa eta lege zaharra, Dios y la ley vieja, de los hermanos Sabino y Luis Arana— ahora se muestra como un lastre. Un partido viejo para una comunidad vieja, que ha ido perdiendo relevancia política, social y económica en el conjunto del país.

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La falta de definición del PNV, ora conservador, ora socialdemócrata; ora de Sánchez, ora de Feijóo; ora independentista, ora autonomista, no le ha servido precisamente para mantener los espacios. La curva declinante del PNV resulta nítida. Empezó a entreverse el año pasado, primero en las elecciones municipales del 28-M, donde los abertzales les comieron gran parte del terreno a los jeltzales, y luego en las generales del 23-J, donde Bildu sacó un diputado más que el PNV. Lo de este domingo ha supuesto el coup de grâce.

Y todo ello porque existe la sensación de que Bildu ya no muerde. Al menos, no en el País Vasco. La normalización social y su reconocimiento como fuerza democrática (tres de cada cuatro vascos lo perciben así) es un hecho, a pesar de que la formación sigue sin aclararse en torno a ETA, tal y como le ocurrió en campaña al candidato Pello Otxandiano.

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Una subida histórica de los abertzales cimentada en la transversalidad: en campo y ciudad, en todos los tramos de edad, en todos los niveles de ingresos. Su creciente influencia en el Gobierno Sánchez ha contribuido a ello. El partido que más se parece hoy día a Euskadi ya no es el PNV, sino Bildu. Circunstancia que no puede dejar de verse como un drama moral en buena parte de España.

En PSE y PP se ha percibido cierta falta de ambición. El PSE salva los muebles tras subir dos escaños. Se queda, además, con el regusto dulce de haber solventado la papeleta de la gobernabilidad gracias a una cultura política orientada hacia el pragmatismo. En estas elecciones vascas han conseguido sacudirse la presión de los abertzales. Veremos qué ocurre en las siguientes.

Resultado digno para el Partido Popular. Sin más. Sube un escaño y se vislumbra como alternativa para los votantes del PNV desencantados con el encamamiento de su partido con Pedro Sánchez en Madrid. Se especuló con que Javier de Andrés pudiera quedar cerca de Eneko Andueza, pero la realidad dista mucho de haber sido así. Todavía les queda camino por recorrer a los de Feijóo en Euskadi.

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Yolanda Díaz apenas ha conseguido un diputado, mientras que su némesis, Pablo Iglesias, no ha logrado representación. Es la canibalización de la izquierda. Saturno devorando a sus hijos. Un espacio que se encamina al colapso. Un problema para Sánchez si quiere mantenerse en el poder. En el otro extremo, Vox repite el resultado de 2020 al hacerse con un escaño. Pobre consuelo para un Abascal cada vez más cuestionado incluso dentro de sus propias filas.

Durante su mandato, Urkullu siempre quiso dejar claro que su mayor preocupación era precisamente combatir el envejecimiento de Euskadi (es la quinta comunidad con más población mayor de 64 años), trayendo inmigración y restableciendo el pulso industrial. Pero Urkullu ya no está en la lehendakaritza y no tendrá que preocuparse de ello.

Le sustituirá Imanol Pradales, un presidente que cuenta con más apellidos castellanos que vascos y que se encontrará con los mismos problemas que su antecesor, empezando por el más importante de todos ellos: su propio partido. No se trata ni de Urkullu ni de Pradales. Se trata del proceso de decadencia imparable del PNV. Se trata del auge de Bildu. La tradición ya no sirve de excusa. Llega una nueva era. Sic transit.

Dicen que, en estas elecciones vascas, todo ha cambiado para que todo siga igual, con el Partido Nacionalista Vasco en la lehendakaritza otros cuatro años más. Pero no es cierto. No todo sigue igual. Es como en Rocky I. Hay empate técnico entre los dos púgiles y, aunque uno se va a alzar con el poder, al otro es al que se le ha quedado cara de victoria.

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