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Feijóo gana, Sánchez aguanta (son los votos de cemento)
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Nacho Cardero

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Feijóo gana, Sánchez aguanta (son los votos de cemento)

"Si sobrevive este domingo, tendremos garantizados tres años más de Gobierno", decían en Génova. Pues que se vayan preparando

Foto: Feijóo celebra los resultados en Génova. (EFE/Juanjo Martín)
Feijóo celebra los resultados en Génova. (EFE/Juanjo Martín)
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De los dos factores clave para la valoración de unas elecciones, esto es, campaña electoral y juego de expectativas, hay que reconocer que el Partido Popular sigue errando en el primero de ellos, pero mejorando sustancialmente en el segundo.

El hecho de que los sondeos y buena parte de los expertos estuvieran especulando toda la noche del domingo sobre la posibilidad de un empate técnico entre populares y socialistas, o incluso un vuelco a favor de Ferraz, hace que la victoria de los de Feijóo por cuatro puntos porcentuales y 700.000 votos pueda considerarse un éxito.

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Ahora bien, si analizamos las elecciones en clave nacional, es decir, acorde al plebiscito en el que Sánchez ha convertido estos comicios —Begoña y yo frente a la máquina del fango y la ultraderecha—, hay que concluir que la cosa se queda en tablas.

El PP de Feijóo gana las elecciones, pero sin la contundencia que pudiera legitimar un cambio urgente en la presidencia del Gobierno, y el PSOE de Pedro Sánchez está lejos del hundimiento al quedarse a tan solo dos escaños de los populares, a pesar de todo lo llovido, que es mucho. Ni la amnistía ni las informaciones sobre su mujer parecen hacer mella entre sus fieles. Lo llaman votos de cemento.

En consonancia con el resto de Europa, el centroderecha sale reforzado en estos comicios a pesar de la fragmentación: el PP supera el porcentaje de voto de las generales (34,18% y 22 escaños), Vox mantiene el tipo y saca mejor resultado que en las anteriores europeas a pesar del zarpazo de Alvise (9,62%, seis escaños) y el exótico partido de este último, Se acabó la fiesta, da la campanada (4,58%, tres escaños).

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Los de Feijóo arrasan en Madrid, Murcia y Castilla y León, entre otras comunidades. El PSOE se impone, por razones obvias, en Cataluña.

La izquierda, por su lado, pierde terreno. Los socialistas son los únicos que aguantan el tipo (30,19%, 20 escaños), pero a costa de canibalizar al resto de formaciones de su espectro ideológico. En Ferraz han activado el DEFCON 2 para los próximos comicios. El Gobierno de coalición hace agua. También el bloque progresista. Ya no suman.

En estas europeas, España ha repartido 61 escaños, dos más que en 2019, que se lleva la derecha. Sensación de que Sánchez se ha pasado de frenada apretando a sus aliados.

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Yolanda Díaz sigue cosechando resultados más que mediocres con Sumar (4,65%, tres escaños). Su formación se ha diluido entre cuitas internas y celadas del PSOE. Ha conseguido los mismos votos que Alvise. Podemos se queda a solo un diputado de su formación siamesa (3,27%, dos escaños), lo que pone negro sobre blanco la espiral de autodestrucción en la que se encuentra sumido este espacio ideológico.

Sintomático lo de la participación. Ha podido el hartazgo a la polarización, lo que es mucho decir, a sabiendas de que la temperatura de la política española está como la parrilla de San Lorenzo. Hartazgo hacia una clase política en creciente escalada verbal, que piensa más en el interés particular que en el general y que abusa de la sociedad por considerarla, no sin algo de razón, pastueña y carente de pensamiento crítico.

Todo ello explica que la jornada de este domingo haya sido de brazos caídos. Solo cuatro de cada diez (si descontamos el CERA) cumplieron con sus obligaciones constitucionales. Se prefirió la terracita a las urnas. En el magín del ciudadano, resuenan los mensajes de las elecciones precedentes.

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Se nos dijo que las importantes eran las vascas, por la dependencia del PSOE de Bildu; luego, las catalanas, por el papel de Puigdemont y las condiciones que este pueda poner a la gobernabilidad de España; ahora, que las importantes de verdad eran las europeas, que podían suponer un punto de inflexión en la legislatura.

Lo cierto, sin embargo, es que el 9-J ha quedado atrás y aquí, en España, en honor a Lampedusa, todo sigue igual que siempre. Se nos vuelve a decir que lo relevante será la mesa del Parlament, que si los Presupuestos, que si Begoña… Da igual. "Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos", aseveró en su día Donald Trump. No se equivocaba. Tampoco Sánchez cuando insiste en blindarse en Moncloa.

Mientras en España hablamos galgos y podencos, de si Feijóo gana por más o menos ventaja y del fenómeno Alvise, lo relevante ocurre en los países vecinos. El futuro de Europa está en riesgo tras dar un giro hacia la extrema derecha, aupado por los resultados de Alternativa para Alemania y Agrupación Nacional en Francia. Todo ello supone un auténtico volantazo ideológico, con ramificaciones en los temas que importan: soberanía estratégica, seguridad y ecologismo. Más proteccionismo en el Viejo Continente.

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El tradicional statu quo del Parlamento Europeo, por el que populares y socialdemócratas pactan y se reparten en el poder, está en el aire. Los estratosféricos resultados de Le Pen obligan a Emmanuel Macron a lanzarse al vacío y convocar nuevas elecciones legislativas. Scholz tiene un serio problema de liderazgo y credibilidad.

Solo Sánchez aguanta como faro de la socialdemocracia (o lo que sea el PSOE ahora) en Europa. "Si sobrevive este domingo, tendremos garantizados tres años más de Gobierno", decían en Génova. Pues que se vayan preparando.

De los dos factores clave para la valoración de unas elecciones, esto es, campaña electoral y juego de expectativas, hay que reconocer que el Partido Popular sigue errando en el primero de ellos, pero mejorando sustancialmente en el segundo.

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