Caza Mayor
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Manual de estilo para sobrevivir al apellido Botín
No empezó haciendo buenas migas precisamente. Ora porque se trataba de críticas espurias, ora por su evolución profesional al frente del banco, ya nadie se acuerda de los ataques
Huye irremediablemente el tiempo, que diría Virgilio. Ya ha pasado una década del fallecimiento de Emilio Botín, el hombre que lo fue todo en nuestro país, y del inmediato nombramiento de Ana Botín (63 años) como presidenta ejecutiva de Banco Santander. Desde entonces, los grandes banqueros como don Emilio están en vías de extinción y el mundo y las finanzas han cambiado. También Ana Patricia Botín lo ha hecho. Se sacudió a los críticos —la mayoría al inicio de su singladura—, ganó en confianza y determinación, y se quitó el 'Patricia' del nombre para quedarse simplemente en Ana Botín.
El pasado mes de julio, Banco Santander celebró el aniversario de los 20 años de la Ciudad Financiera con un reportaje gráfico que pasó inadvertido para el gran público. En la instantánea, la presidenta posaba junto a su círculo íntimo. Nadie de la etapa de su padre, salvo Juan Manuel Cendoya y Jaime Pérez Renovales. Quizá pocos lo recuerden, pero sus primeros días conllevaron un choque de placas tectónicas que supuso la práctica desaparición del anterior equipo: sustitución de Javier Marín por José Antonio Álvarez como CEO, disolución del Consejo Asesor Internacional donde se encontraba Rodrigo Rato y salida de los consejeros más políticos como Isabel Tocino o Matías Rodríguez Inciarte.
No empezó haciendo buenas migas precisamente. Fallaron las formas. La limpia en la cúpula (y de buena parte de coches oficiales y conductores) y los ataques intencionados que la señalaban como una descastada que prefería la City a la Castellana, tampoco ayudaron a dulcificar su imagen. Ora porque se trataba de críticas espurias, ora por su evolución profesional al frente del banco, ya nadie se acuerda de los ataques. Hasta el caso Orcel, un error que amenazó con emborronar su imagen internacional, se ha ido diluyendo con el tiempo. Ahora es presidenta del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF) y del International Business Council (IBC) de Davos, y tiene una magnífica relación personal con Lagarde. Un currículo allende las fronteras que aligera la pesada mochila del apellido Botín.
En una entrevista reciente distribuida en vídeo por el banco, la presidenta de Santander sorprendía al hablar de su padre. Jamás antes lo había hecho. Destacaba los puntos en común que mantenía con él, pero también dejaba caer sus no pocas diferencias.
"Lo que estamos haciendo, lo podemos hacer porque construimos sobre los hombros de gigantes, porque construimos sobre unos cimientos muy sólidos".
"En la época de mi padre, la expansión fue incluso más rápida. Nos convertimos en el primer banco de la Eurozona, en el primer banco de España, hicimos muchísimas compras. Yo destacaría en esa época, la disrupción y ruptura del statu quo con la Supercuenta".
"A mí me ha tocado consolidar primero y luego también reinventarnos, transformar el banco. Eso es un poco lo que yo destacaría de estos 10 años".
Muchos piensan que Ana Botín, cual Sísifo, acabará sepultada bajo la figura de su padre, igual que otros muchos piensan que Felipe Morenés, hijo de Ana Botín y uno de los inversores de menos de 40 años más exitosos de nuestro país (Stoneshield Capital), lo tendrá difícil para escapar de la sombra de su madre.
Las prevenciones resultan lógicas. Dos motivos. Uno, que un banco multinacional como el Santander se encuentre tan ligado a una familia no suena bien a los oídos del BCE. Dos, los libros de empresariales están plagados de success cases, donde el abuelo invierte tiempo, dinero y salud en un proyecto; el hijo lo expande y el nieto lo dilapida.
En el caso de Santander, como Ana Botín recalca con motivo de la efeméride, el banco ha multiplicado por tres su beneficio en estos diez últimos años, hasta el récord histórico de 11.000 millones; ha ampliado la base de clientes en 60 millones; ha multiplicado por seis el importe total de la remuneración a los accionistas y ha elevado el capital de máxima calidad del 8,3% al 12%. Donde flojea es en la evolución bursátil —si lo comparamos con su gran rival, BBVA—, lo que no es óbice para que se encuentre a solo dos mil millones de alcanzar el liderazgo por capitalización bursátil en la Eurozona que ostenta BNP Paribas.
Es cierto que algunos tachan la nueva cultura empresarial de Ana Botín de vaporosa por anteponer lo digital, la sostenibilidad, la diversidad y el feminismo al arte de la política que con tanta maña manejaba su padre, pero otros hechos muestran una realidad bien distinta.
En el caso de Popular, Ana Botín dio su nihil obstat a la operación después de la llamada de Guindos y de las principales autoridades europeas advirtiendo del riesgo sistémico en caso de que la entidad no abriera sus puertas el lunes siguiente. También se remangó para echar una mano al Gobierno con los ERTE. Atendió la llamada de Yolanda Díaz después de que el sistema colapsara y movilizó a todo el sistema financiero. Ha criticado el impuesto extraordinario a la banca y la pérdida de competitividad de España.
En un libro salido del horno, On Leadership: Lessons for the 21st Century, Tony Blair disecciona lo que debe ser un líder en los tiempos modernos: alguien que prime la consecución de resultados y se valga de las nuevas tecnologías para ello. "Blair no cree en el primero entre iguales ni en el trato suave", dice la reseña del Financial Times. Eso es una fantasía de los académicos. Define el liderazgo como "avanzar y no solo ser; acción y no mero análisis; resolver el problema y no simplemente articularlo".
Porque esa es la guerra a la que se enfrentan los banqueros de este siglo XXI como Ana Botín. Determinación, menos política y más pensar en grande. Por muy relevante que sea el BOE, les debe preocupar más Google y su capitalismo de vigilancia que Sánchez y sus ministros.
Huye irremediablemente el tiempo, que diría Virgilio. Ya ha pasado una década del fallecimiento de Emilio Botín, el hombre que lo fue todo en nuestro país, y del inmediato nombramiento de Ana Botín (63 años) como presidenta ejecutiva de Banco Santander. Desde entonces, los grandes banqueros como don Emilio están en vías de extinción y el mundo y las finanzas han cambiado. También Ana Patricia Botín lo ha hecho. Se sacudió a los críticos —la mayoría al inicio de su singladura—, ganó en confianza y determinación, y se quitó el 'Patricia' del nombre para quedarse simplemente en Ana Botín.