Caza Mayor
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El 11-M de Sánchez
Regodearse de la irresponsabilidad ante una tragedia —"si necesita ayuda que la pida"— y salir corriendo cuando el Jefe de Estado está sufriendo las iras que él mismo provoca resulta una indignidad
El destrozo ya no se limita únicamente a la DANA y a la Comunidad Valenciana, sino que se extiende por todo el país y nos golpea de lleno en lo emocional y, sobre todo, en lo moral. Las de Paiporta son unas imágenes que nos sitúan en otro plano. Unas heridas que tardarán en cicatrizar. Una España institucionalmente débil, sin capacidad de respuesta, sin civismo. No se trata de un Estado fallido. Se trata de una sociedad en descomposición, consecuencia de la polarización a la que hemos sido sometidos durante años.
Hay mucho odio en las escenas de este fin de semana. La desinstitucionalización del país resulta evidente. Tiraron barro a los Reyes de España, se les llamó asesinos, un palo dio en la espalda del presidente del Gobierno, escenas que, stricto sensu, podrían incluso calificarse de magnicidio en grado de tentativa. Un fallo de seguridad del Ministerio de Interior y de la Casa del Rey que, para variar, debería tener consecuencias.
Que no fuera el momento más adecuado para que Felipe VI y doña Letizia acompañaran a Sánchez y Mazón en su visita a la Zona Cero, como se empeñan en vocear desde algunos ámbitos a modo de excusatio non petita, no es óbice para ensalzar su comportamiento ejemplar, acercándose a hablar sin escolta con los afectados mientras el presidente del Gobierno ponía tierra de por medio.
Si bien contraponer actitudes de unos y otros no ayuda a la distensión, sí resulta necesaria cuando tales prácticas son ejercidas de forma recurrente por una de las partes. Los titulares del domingo se los llevaron los Reyes, pero debieron ser otros. Los Reyes fueron los únicos que estuvieron a la altura, los únicos que asumieron más riesgos de los que les correspondían. El resto se parapetaron tras su imagen para recibir los menos palos posibles: físicos y de la prensa. Nos referimos a Sánchez. Este es su 11-M.
Especialmente ignominiosa, y posible desencadenante de los acontecimientos violentos de este fin de semana, fue la rueda de prensa bolivariana del sábado, sin preguntas, del presidente del Gobierno, en la que anunció el mayor despliegue de Fuerzas Armadas y Cuerpos de Seguridad de la historia de España en tiempos de paz.
Durante la comparecencia, Sánchez señaló indirectamente a Mazón ("celebro que haya decidido elevar de 500 a 5.000 la petición de efectivos. Si la Comunidad Valenciana requiere más efectivos, solo tiene que pedirlo y se lo suministraremos"), cuando era el Ejecutivo Central quien debía haber declarado la emergencia nacional conforme al artículo 116 de la Constitución.
En declaraciones a El Confidencial, el teniente general retirado Juan Montenegro, uno de los fundadores de la Unidad Militar de Emergencias, negaba que fuera el Gobierno de la Comunidad Valenciana quien debiera reclamar la presencia del Ejército. Hablando de la UME, Felipe VI presidirá este lunes la reunión del comité de crisis de seguimiento de los efectos de la DANA en su cuartel general en Torrejón de Ardoz
La última vez que Sánchez vino con homilías fue durante la pandemia, lavándose las manos como Pilatos y haciendo un llamamiento a la sociedad mientras el ministerio de Transportes se convertía en la cueva de Ali Babá y los cuarenta ladrones, con el comisionista Koldo y el ‘pianista’ Ábalos. El tuit de la vicepresidenta Yolanda Díaz, amenazando con enviar los inspectores de trabajo a las empresas antes incluso de haber rescatado los cadáveres de las ruinas, adolece de toda sensibilidad y exuda aromas de punto y final.
Ante una situación tan dramática como una DANA quiero recordar que se puede solicitar el ERTE de fuerza mayor.
— Yolanda Díaz (@Yolanda_Diaz_) November 1, 2024
Ninguna empresa puede poner en riesgo la vida de las personas trabajadoras. De hacerlo, la Inspección de Trabajo actuará. Os cuento cómo podéis solicitarlo.
El presidente de la Generalitat Valenciana tampoco escapa al cupo de responsabilidades. Mazón recuerda al capitán MacWhirr, un personaje salido del magín de Joseph Conrad en su novela Tifón, al que el huracán le trastocó sus ordenadas costumbres y apenas se inmutó con el desplome del barómetro. "Esto sí que es una caída, no hay duda alguna", pensó para sí. "Debe de haber muy mal tiempo por algún lado". Un comentario que igual servía para un huracán que para una DANA, como ocurrió en Valencia.
Mazón equivocó en los tiempos y también con el chaleco rojo a lo Zelenski, indumentaria que debería estar embadurnada de barro y resultar exclusiva de quienes realmente estaban trabajando, metáfora de una situación kafkiana en la que todo el mundo parece encontrarse en el lugar equivocado. En cambio, al igual que hizo MacWhirr, enfrentándose con el huracán cuando ya lo tenía encima, acertó Mazón manteniéndose al lado de los Reyes en los momentos más complicados de Paiporta.
La tragedia de Valencia supone un ejemplo más de modelos desfasados, actitudes antirresilientes y tomas de decisión centralizadas frente a realidades cambiantes por parte de unos actores políticos, véase el Gobierno central y las CCAA, que no saben funcionar en red y que lo único que pretenden es salvar los muebles ante sus respectivos electorados. José Antonio Zarzalejos habla de "la disfuncionalidad del modelo territorial autonómico, que sentencia su fracaso, y del emponzoñamiento de la vida pública". El muro de Sánchez.
La justificación de que se trata de un fenómeno meteorológico extremo sirve para entender las dimensiones de la tragedia pero no para excusar la deficiente gestión de la misma. Hay pandemias como la del covid y DANA más frecuentes de lo que quisiéramos. Resulta bastante simplista referirse a estos fenómenos como cisnes negros (o no predecibles).
Se trata de la nueva normalidad. Una realidad que avanza demasiado rápido y para lo que no sirven unos líderes periclitados, hijos del final de la meritocracia. Una crisis como la de la Comunidad Valenciana requería de centralización de la información y descentralización operativa, y se ha hecho lo contrario: información no reconducida y parálisis centralizada. Todo por los cálculos políticos y por la polarización
Nuestra clase política es la máxima expresión de un tiempo en el que los líderes se han convertido en expertos consumados en elaborar tuits y anunciar subvenciones y subidas de pensiones, pero que carecen del más mínimo sentido de Estado.
¿Y ahora qué? Es la pregunta que queda por hacernos después de los tristes acontecimientos de este fin de semana, sabiendo que el número de fallecidos superará las previsiones y que la vuelta a la normalidad será un proceso lento y costoso.
Por un lado, están las necesidades logísticas. En este sentido, se especula con la posibilidad de declarar el estado de alarma. La Ley Orgánica 4/1981 contempla esta figura en casos de catástrofes naturales, como inundaciones, y habilita al Estado a tomar medidas adicionales, tanto en todo el territorio nacional como solo en una parte del mismo, para garantizar la seguridad de los ciudadanos y la reconstrucción de la zona.
En el otro, están las responsabilidades políticas. Regodearse de la irresponsabilidad ante una tragedia —"si necesita ayuda que la pida"— y salir corriendo cuando el Jefe de Estado está sufriendo las iras que él mismo provoca resulta una indignidad. Asegurar después en rueda de prensa que se trataban de unos elementos marginales, es una patraña indecente.
El destrozo ya no se limita únicamente a la DANA y a la Comunidad Valenciana, sino que se extiende por todo el país y nos golpea de lleno en lo emocional y, sobre todo, en lo moral. Las de Paiporta son unas imágenes que nos sitúan en otro plano. Unas heridas que tardarán en cicatrizar. Una España institucionalmente débil, sin capacidad de respuesta, sin civismo. No se trata de un Estado fallido. Se trata de una sociedad en descomposición, consecuencia de la polarización a la que hemos sido sometidos durante años.
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