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La relación del Ibex con el Gobierno de Sánchez: el que no bala, calla
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Nacho Cardero

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La relación del Ibex con el Gobierno de Sánchez: el que no bala, calla

Es el silencio acomplejado, cuando no cómplice, de algunos destacados miembros del mundo del dinero. No todos. Hay otros que, directamente, se han dado la vuelta

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Davos. (Reuters/Yves Herman)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Davos. (Reuters/Yves Herman)
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"Cualquiera que afirme que la democracia es una necesidad para el crecimiento económico y las mejoras en el ámbito de la sanidad corre el riesgo de que la realidad le contradiga. Es mejor reivindicar la democracia como un fin en sí misma en lugar de como un medio superior para lograr otros objetivos que nos gustan", escribió el divulgador y experto en datos Hans Rosling (Factfulness, Deusto, 2018) para tratar de desmontar esa falsa creencia de que las democracias liberales se erigen en la mejor fórmula para alcanzar la prosperidad.

De hecho, decía, la mayoría de países que experimentan grandes avances económicos no son democracias. De los diez países con más rápido crecimiento entre los años 2012-2016, nueve de ellos presentaban una baja calificación democrática. El Producto Interior Bruto de una nación no es sinónimo de progreso. Ni la democracia ni el sistema de valores occidental se pueden medir exclusivamente en números.

La economía española va bien. Muy bien. Como un cohete. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se ufanó de ello en Davos, el foro suizo donde se reúnen los gerifaltes del mundo para explicarnos cómo van a arreglar el planeta.

El modelo económico español se ha convertido en el motor de Europa y hace compatible la justicia social, la transición ecológica y las subidas de las pensiones y del Salario Mínimo Interprofesional con un PIB que navega a velocidad de crucero. Crecerá un 3,1% en 2024, un 2,3% en 2025 y un 1,8% en 2026, según previsiones del Fondo Monetario Internacional.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante un encuentro con representantes de empresas españolas. (EFE/Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)

El relato gubernamental que se vale de estos datos para hablar de estabilidad y de una de las etapas más prósperas de nuestra democracia no deja, sin embargo, de ser el típico tocomocho salido del magín de La Moncloa.

Resulta complicado encontrar una etapa tan oscura como la actual, donde se pervierten las leyes para beneficio propio (ley Begoña) y se persigue al disidente, ya sea juez, medio de comunicación o diplomático (véase lo ocurrido al embajador en Croacia Juan González-Barba, al que ha fulminado el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, aka Napoleonchu, por escribir un artículo en El Confidencial).

Foto: El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, en Davos. (DPA/Gabriel Lado)

Un camino hacia la perdición, o hacia la autocracia, que tendrá su estación término en el Congreso de los Diputados y en la forma con la que el bloque de investidura se emplea en el ejercicio de la política. El día en el que la Justicia pida el suplicatorio a determinados miembros del Ejecutivo para que comparezcan ante los tribunales y la Cámara Baja no los conceda, no habrá vuelta atrás. El espíritu de Orban se habrá adueñado de nuestra alma.

Este uso falaz que se hace de la democracia para pervertirla y acabar con ella no es ni mucho menos exclusivo de España, sino que obedece a una tendencia antisistema bastante extendida. Según el informe Top Risks 2025, elaborado por el Eurasia Group, un segundo mandato de un Trump más consolidado y con un equipo alineado con sus objetivos conllevará riesgos significativos para la democracia, el Estado de Derecho y la estabilidad política y económica. Su estilo de liderazgo personalista, dice, amplificará el clientelismo y la volatilidad en las políticas públicas. El hecho de que los asaltantes al Capitolio hayan sido indultados, mientras prominentes miembros del partido demócrata se mudan a Europa por miedo a la persecución, resulta significativo de lo que está ocurriendo.

Pero que la democracia en Estados Unidos esté en peligro no implica que vaya a dejar de ser la gran potencia comercial que es. Más bien al contrario. Eso lo vería Hans Rosling y cualquiera que tuviera a mano la gráfica del Nasdaq-100. Con su estrategia de provocar y sacar músculo, su discurso expansionista, la política arancelaria con la que pretende rearmarse esta legislatura y un dólar más fuerte que nunca, parece claro que Estados Unidos está dispuesto a pasar la apisonadora por la economía mundial.

Foto: Donald Trump. (EFE/EPA/Jim Lo Scalzo) Opinión
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Los grandes magnates se han dado cuenta por dónde sopla el viento y se han cambiado de chaqueta en un pestañear, dejando entrever muchos algoritmos, pero muy pocos escrúpulos y una notable falta de empatía. De ahí que la primera fila de la investidura de Trump estuviera copada por Elon Musk (Red Social X, SpaceX), Jeff Bezos (Amazon), Mark Zuckerberg (Meta), Sundar Pichai (Google) y Shou Zi Chew (TikTok), todos ellos esperando entre sonrisas a repartirse el mundo en pedazos.

Una imagen que no se puede comparar con la fotografía de Sánchez y los ejecutivos del Ibex en el Foro de Davos —allí abundaban los rostros serios y el boato brillaba por su ausencia—, pero que trasluce también cierta sumisión del poder económico a las artes y modos despóticos del Gobierno nacional. En España, quien no bala, calla, y los empresarios han decidido callar porque la economía va bien, tienen que defender el interés de sus accionistas y mejor hacer panda con el poder a que se nos quede cara de Pallete.

Una sociedad indolente, incapaz de activar su sistema inmunológico frente a las amenazas externas. Es el silencio acomplejado, cuando no cómplice, de algunos destacados miembros del mundo del dinero. No todos. Hay otros que, directamente, se han dado la vuelta. El manual de resistencia aplicado al mundo de la economía.

No se trata de un tema ideológico sino de modelo de sociedad. La troupe de quienes dicen que la democracia ya no funciona, que es un sistema de gobierno periclitado que desincentiva la innovación, es cada vez más numerosa. Una legión de tecnoligarcas y Goliats del algoritmo que pretende acabar con todo aquello que dábamos por bueno, aquello de lo que presumíamos hasta fechas recientes. Con todo y con eso, el problema no es tener que enfrentarse a Goliat. El problema es que en Occidente no hay ningún David.

"Cualquiera que afirme que la democracia es una necesidad para el crecimiento económico y las mejoras en el ámbito de la sanidad corre el riesgo de que la realidad le contradiga. Es mejor reivindicar la democracia como un fin en sí misma en lugar de como un medio superior para lograr otros objetivos que nos gustan", escribió el divulgador y experto en datos Hans Rosling (Factfulness, Deusto, 2018) para tratar de desmontar esa falsa creencia de que las democracias liberales se erigen en la mejor fórmula para alcanzar la prosperidad.

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