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Lo que Moncloa no ve: da más miedo Sánchez que un Gobierno PP-Vox
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Nacho Cardero

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Lo que Moncloa no ve: da más miedo Sánchez que un Gobierno PP-Vox

Pedro Sánchez está atravesando por un momento crítico: mal en las encuestas, mal en los tribunales, mal en el Parlamento. Eso es incontestable

Foto: Pedro Sánchez en el acto institucional del 8M. (Europa Press)
Pedro Sánchez en el acto institucional del 8M. (Europa Press)
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Existe una sensación generalizada de que el Partido Popular todavía no se ha recuperado del fiasco del 23-J y arrastra un sentimiento de culpa que, por mucha penitencia que haga procesionando cual cofrade por el tout Madrid, no logra sacudirse. Escuchaba recientemente a un dirigente lamentarse por lo sucedido en vísperas de aquellas generales: "Si hubiera acudido Feijóo al último debate, al de TVE, y hubiera dicho que no tenía pensado ir, pero que lo hacía únicamente para dejar claro que no gobernaría con Vox, entonces otro gallo nos hubiera cantado".

Dibujar situaciones contrafactuales que ya no pueden ser supone una pérdida de tiempo y también de energías, pero parece evidente que Sánchez logró sumar (“somos más”) en aquellos comicios porque consiguió inocular el miedo a Vox en el electorado.

A ello contribuyó Santiago Abascal con declaraciones extemporáneas (habrá una "intervención sostenida y duradera" en Cataluña que irá más lejos que el artículo 155 "si gobernamos") en el rally final de campaña, declaraciones que abonan la idea de que los de Vox, en muchas ocasiones, parecen remar a favor de Sánchez y en contra del PP. "Abascal no quiere que Feijóo sea presidente. Ve cómo está Europa, se codea con Trump, y está jugando a largo. No nos va a regalar nada", añadía el mencionado dirigente popular.

Si Moncloa tiene claro que las comunidades donde tiene que hacerse valer para doblegar las encuestas son Cataluña, Comunidad Valenciana y Andalucía, desde el punto de vista ideológico, son conscientes de que Vox es el punto débil de los populares y van a tratar de repetir la misma jugada que en el 23-J.

Foto: María Jesús Montero y Diana Morant en un acto. (Europa Press) Opinión

La ronda de contactos anunciada por el presidente del Gobierno para abordar el contexto geopolítico tras el órdago de Trump a Ucrania supone un claro ejemplo de ello. Las reuniones tendrán una duración de "entre 20 y 30 minutos" para cada uno de los grupos, incluyendo al primer partido de la oposición. El mismo tiempo para el PP que para Bildu.

Sánchez ha invitado a todos menos a Vox por ser de extrema derecha y amigo de Orbán y Trump. Los amigos de Putin, en cambio, sí pueden acudir a la Moncloa. El propio Feijóo, sabedor de lo que Sánchez pretende, esto es, victimizar a Abascal en beneficio de Vox y en perjuicio del PP, ha denunciado la celada. "Se llama a todas las fuerzas políticas, salvo a la tercera. Me sorprende este apartheid que quiere hacer el presidente".

Foto: Pedro Sánchez, en el Congreso del PSOE de Madrid. (EP) Opinión

Con todo y con eso, la estrategia de Sánchez ha perdido eficacia de tanto manosearla. Aunque tan solo ha transcurrido año y medio desde las últimas generales, el mundo de marzo de 2025 no se parece en nada al de julio de 2023, y los argumentos que sirvieron entonces para aventar el fantasma de Vox han devenido obsoletos. Por varias razones:

El antisanchismo prende entre la izquierda moderada

El mero hecho de imaginarse a Abascal de vicepresidente primero del Gobierno provocó que muchos socialistas desencantados con Sánchez hicieran de tripas corazón y se inclinaran finalmente por la papeleta del PSOE. Lo mismo que otros ciudadanos que, en otras circunstancias, podrían haberse abstenido o votado por otras opciones (como Sumar o partidos nacionalistas), y que decidieron respaldar a los de Ferraz como mal menor. Esto permitió que Sánchez obtuviera una base parlamentaria suficiente para negociar su investidura.

En estos últimos meses, en cambio, los tics autocráticos del presidente han ido a más, y su falta de respeto al Estado de derecho y a la Constitución, sus continuas cesiones a las formaciones independentistas y su cruzada contra jueces, empresas y medios, hacen que el grueso de los ciudadanos, incluida la izquierda moderada, vean con mayor temor lo que resta de legislatura que un futuro Gobierno PP-Vox. Máxime, cuando el conjunto de Europa ha virado de forma tan nítida hacia la derecha.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Davos. (Reuters/Yves Herman) Opinión

Ni tan feminista ni tan LGTBIQ

Vox es el partido de la testosterona, una formación crítica con el feminismo institucional y las leyes de igualdad de género. Todo ello, elevado hasta el paroxismo en redes sociales y medios afines al PSOE en vísperas de los comicios, provocó un fuerte rechazo entre el electorado femenino y progresista. Temían que un gobierno con los de Abascal dentro del Ejecutivo implicara la eliminación de leyes contra la violencia de género y el recorte de derechos LGTBIQ+.

Ahora, el miedo ha cambiado de bando. Quien está borrando las siglas LGTBIQ+ de su programa de Gobierno es el PSOE, y los denunciados por supuesta violencia sexual no son los de la calle Bambú, sino Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero. Sin olvidar tampoco la hipótesis de la prostitución que sobrevuela el caso Koldo y el exministro Ábalos.

El discurso mediático gripa

Los medios de comunicación afectos a la causa oficial se encargaron de propalar por tierra, mar y aire los riesgos de que Vox tuviera poder en el Gobierno de España y la necesidad de un cordón sanitario, como existe en otros países de la Unión Europea. Un cordón sanitario que solo Pedro Sánchez podía liderar.

Foto: María Jesús Montero provoca las risas de Sánchez y Díaz en el Congreso. (EFE) Opinión

Lo que sucede es que dicho frente mediático se está desmoronando a cuenta de la división que existe entre las izquierdas y a la guerra accionarial abierta en el capital del Grupo Prisa, el cañón Bertha de Moncloa para generar conversación. Como decía cáustica y acertadamente Pablo Pombo en uno de sus artículos: "Creo que Sánchez le ha dedicado esta semana más tiempo a la guerra de Prisa que a la guerra de Ucrania".

No escapa a nadie que Sánchez es un especialista en aprovecharse de las situaciones extremas, bien en el ámbito nacional, bien allende nuestras fronteras, para sacar réditos personales y mantenerse en el poder. Lo hace apoyado en un pensamiento relativista, populista y carente de escrúpulos, muy parecido al del actual inquilino de la Casa Blanca, como señaló Cayetana Álvarez de Toledo en el Congreso de los Diputados.

Foto: Pedro Sánchez es ovacionado en el Congreso. (EFE/Mariscal) Opinión

La política es poder y el poder es el resultado de una voluntad que se impone a otras. El contexto —en este caso, un nuevo orden mundial— condiciona la acción de Gobierno, pero, para los intereses de Sánchez, resulta meramente instrumental. La voluntad de poder importa más que el contexto y la voluntad de poder de Sánchez es infinita. Sus siete años como presidente del Gobierno solo se explican desde esta premisa.

Esta estrategia de hacedor de golpes de efecto le ha funcionado, en buena medida, por incomparecencia, cuando no ayuda, de los contrarios. Le ha salido bien y le saldrá bien hasta que los demás empiezan a jugar y entonces deje de salirle. Y el hecho objetivo es que Pedro Sánchez está atravesando por un momento crítico: mal en las encuestas, mal en los tribunales, mal en el Parlamento. Eso es incontestable. Nadie puede controlarlo todo ni a todos durante todo el tiempo.

Existe una sensación generalizada de que el Partido Popular todavía no se ha recuperado del fiasco del 23-J y arrastra un sentimiento de culpa que, por mucha penitencia que haga procesionando cual cofrade por el tout Madrid, no logra sacudirse. Escuchaba recientemente a un dirigente lamentarse por lo sucedido en vísperas de aquellas generales: "Si hubiera acudido Feijóo al último debate, al de TVE, y hubiera dicho que no tenía pensado ir, pero que lo hacía únicamente para dejar claro que no gobernaría con Vox, entonces otro gallo nos hubiera cantado".

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