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Que no le confunda el ruido, Carlos Mazón ya es (casi) tan barón como Ayuso y Juanma Moreno
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Víctor Romero

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Que no le confunda el ruido, Carlos Mazón ya es (casi) tan barón como Ayuso y Juanma Moreno

Con el bonus de la Diputación de Valencia, el PP valenciano ha alcanzado un caudal de poder similar al de sus años dorados. El nuevo 'president' debe decidir ahora qué quiere hacer con él

Foto: El presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón. (EFE/KaiFörsterling)
El presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón. (EFE/KaiFörsterling)
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Carlos Mazón tomará posesión este lunes de su cargo de presidente de la Generalitat y el miércoles anunciará su Consell. Será el séptimo mandatario autonómico desde la restauración del autogobierno valenciano en 1982.

Joan Lerma fue el primer constructor de la autonomía. El presidente que puso en pie el edificio institucional sobre el que ahora se ahorma la Administración territorial. Eduardo Zaplana era el audaz; el business man que elevaba la autoestima colectiva a base de terras míticas y quiso hacernos ricos a todos, mientras sus íntimos abrían cuentas en Suiza y Luxemburgo. Le sucedió José Luis Olivas, el breve, el escudero lo suficientemente inteligente como para aceptar el interregno de la escalada zaplanista en Madrid a cambio de la presidencia de la enladrillada Bancaja. El resto ya es historia.

Francisco Camps fue el valencianismo gótico 2.0. Quiso convertir a la Comunidad Valenciana en una Baviera mediterránea; un feudo demócrata-cristiano con identidad propia y capacidad de influencia en su partido, el PP, y en España. Con sus grandes eventos, dio el relevo a los grandes proyectos de Zaplana, su archienemigo orgánico, y cayó por el exceso de euforia y de la tangentópolis que le rodeaba. A Alberto Fabra le tocó recoger los restos de esa fiesta, la basura postbotellón. Limpió la Generalitat de imputados y aplicó los recortes necesarios para poner algo de orden en la quiebra. Hizo de la necesidad virtud y dejó esa impronta de señor aburrido pero serio que hacía lo que había que hacer aunque le costase el poder, como así ocurrió en 2015.

Foto: Carlos Mazón, nuevo presidente de la Generalitat. (EFE/Kai Försterling)

Ximo Puig ha sido el federalista. El barón al que todo el mundo daba la razón en el sempiterno conflicto territorial español pero al que nadie hacía verdaderamente caso. El moderado socialdemócrata, amigo de los empresarios, que vendía estabilidad institucional sentado sobre el volcán del pacto de gobierno con Compromís y Podemos, un volcán que, con la ayuda de Pedro Sánchez, se lo ha llevado por delante.

No sabemos qué quiere ser Carlos Mazón. No ha tenido tiempo todavía de construir el personaje. Si no lo hace él lo harán otros, sus aduladores, que ya empiezan a tomar posiciones, sus críticos o los medios de comunicación. Sí sabemos que a sus 49 años es, por ahora, y pese a la tendencia a la bunquerización de su núcleo duro, más de liderazgos compartidos que de acaparar todo el protagonismo. Hay una percepción de victoria colectiva en las filas del PPCV, de reconquista coral en la que habrá sitio para todos y en la que Mazón parece sentirse cómodo, sin los celos, envidias o codazos de otras épocas: María José Catalá, Toni Pérez, Vicente Mompó, Begoña Carrasco…

También ha quedado en evidencia que su habilidad en la fontanería política es muy superior a la profundidad de su discurso, todavía por pulir al igual que su personaje. Más allá del ruido de los pactos con Vox, su pragmatismo y destreza para propiciar acuerdos de gobierno le ha situado una posición institucional inimaginable para su partido hace algunos meses. Mazón acumula un caudal de poder muy similar al que llegó a disfrutar el Partido Popular en sus años dorados: el Consell de la Generalitat, las tres diputaciones provinciales, las tres capitales de provincia, la Federación Valenciana de Municipios e importantes ciudades medias. La ocupación masiva de espacios es directamente proporcional al destrozo anímico, institucional y orgánico en el que han quedado varados los socialistas valencianos, que no imaginaban una debacle de tal magnitud.

Foto: Jorge Rodríguez, con Natàlia Enguix y miembros del partido comarcalista Ens Uneix.

De Mazón depende qué quiere hacer con todo ese caudal de poder. Si se va a dejar llevar por los cantos de sirena de la polarización y el revanchismo de sus socios de Vox o si propiciará un nuevo marco de convivencia social en la Comunidad Valenciana en el que nadie se sienta desplazado. Si ejercerá de verdadero liberal o de boquilla.

También dependerá de él el rol que la nueva Generalitat quiera jugar en la partida territorial española, ahora casi azul monocolor, con las excepciones de Cataluña, País Vasco, Asturias, Navarra y Castilla-La Mancha. La Comunidad Valenciana, la cuarta autonomía más poblada con sus cinco millones de habitantes, representa más del 10% del PIB del país. Es mucho más que la playa de Madrid que algunos ven desde el Paseo de la Castellana. El nuevo presidente valenciano emerge como una voz del PP a tener en cuenta en el mapa de poder territorial español. No es todavía un Juanma Moreno o una Isabel Díaz Ayuso, desperezados de sus hipotecas con Vox, pero sí un barón regional que va a poner cerca de un millón de votos sobre la mesa en la probable victoria de Alberto Núñez Feijóo del próximo 23 de julio.

En clave valenciana, esa contribución debería servir para algo. Por ejemplo, que la “falta de atención” del Gobierno de Pedro Sánchez que tanto denuncia Mazón en esta atípica campaña se traduzca en caso de cambio en la Moncloa en compromisos tangibles y no en meros eslóganes o recursos electorales. La financiación debería ser la próxima estación. Lo tiene mejor que nunca. Ya no cabrán excusas.

Carlos Mazón tomará posesión este lunes de su cargo de presidente de la Generalitat y el miércoles anunciará su Consell. Será el séptimo mandatario autonómico desde la restauración del autogobierno valenciano en 1982.

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