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De Camps a Mónica Oltra, o por qué las rehabilitaciones políticas pasan por Madrid
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Víctor Romero

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De Camps a Mónica Oltra, o por qué las rehabilitaciones políticas pasan por Madrid

Mazón y Catalá endosan a Génova la patata caliente del expresidente de la Generalitat, mientras sectores de Compromís ven en la exvicepresidenta un aglutinante a la izquierda del PSOE en unas generales

Foto: Francisco Camps, con su abogado, Pablo Delgado. (Rober Solsona/Europa Press)
Francisco Camps, con su abogado, Pablo Delgado. (Rober Solsona/Europa Press)
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No hay nada que provoque más urticaria en quienes han acompañado a Mónica Oltra a las duras y a las maduras que la comparación de su evolución político-judicial con la del expresidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps. Pese a las dos absoluciones del exdirigente del PP, en la órbita de Compromís y de los sectores del electorado progresista en la Comunidad Valenciana el barón popular representa y representará una etapa de excesos y saqueo de la caja pública que nada tiene que ver con el claro lawfare que, sostienen, ha sufrido Oltra en el caso de abusos a una menor tutelada que ha llevado a prisión a su exmarido, del que ella ha sido también exonerada. Del mismo modo, los más acérrimos campsistas reprochan tres lustros de persecución judicial que habría tenido como fin su apartamento de la vida pública y que ha desembocado en su exculpación de responsabilidades penales. Ese el relato que alimenta el propio Camps, que ahora reclama a su partido el derecho a volver “a la arena de la primera línea”. Oltra, por su parte, guarda un prudente silencio. Por ahora. Quedan recursos por resolver.

Más allá de las consideraciones internas de cada uno y de lo que ha acontecido en la trayectoria de Oltra y Camps, es cierto que objetivamente hay ciertas similitudes sobre la forma en que son percibidas sus figuras políticas desde la perspectiva de terceros. A los dos se les presume la posibilidad de un regreso a la vida pública tras la superación de sus avatares con la Justicia. Y, por distintas razones, los dos tienen más opciones de terminar encontrando el sitio en la capital de España que en el territorio en el que ya ocuparon cargos de máxima responsabilidad.

Sectores de Compromís ven en el retorno de Mónica Oltra una posible figura aglutinante de cara a unas hipotéticas elecciones generales en la ensalada de sectores, partidos y movimientos situados a la izquierda del PSOE, que en el ámbito valenciano basculan desde Compromís hasta los restos de Esquerra Unida-IU, Podemos y los que tratan de abrir una rendija para dar cabida a la marca de Sumar de Yolanda Díaz en la Comunidad Valenciana, algo bastante inviable visto el overbooking existente. Y decimos aquí que ven, porque no podemos escribir que proponen o plantean. Más allá de las manifestaciones públicas (“Mónica estará donde ella quiera”) y del sondeo que se produjo con visita incluida a su casa de cara a las europeas, que ella consideró no conveniente en ese momento, tras el archivo provisional de la causa judicial nadie con cierto peso en Compromís se ha dirigido a la propia Oltra para preguntarle sobre sus planes, sobre sus deseos u objetivos, ya sean personales y políticos, ni sobre su diagnóstico sobre la situación en la que se encuentra la coalición valencianista, una vez desnuda de poder institucional tras el 28 de mayo de 2023.

Como Rickwaert en la fantástica serie francesa Baron Noir, Camps batalla contra su propio partido

Es cierto que el desgaste político y personal en la causa por la que fue investigada, y que la llevó a renunciar al cargo para rebajar la presión, está presente y no puede desligarse de las cábalas y especulaciones que se hagan sobre el futuro de la dirigente de izquierdas. La Mónica de las camisetas contra la corrupción del PP y de la primera legislatura botánica tiene poco que ver con la Mónica que abandonó el cargo institucional, socarrada por sus enemigos, externos, pero también internos dentro del Botànic, sin olvidar que el caso en cuestión reveló no pocos fallos en el sistema de protección de menores tutelados/as, del que era máxima responsable política. Aun con eso, el día que Oltra diga que quiere volver, si es que lo hace, no habrá nadie en Compromís que se atreva a pegarle el portazo. El debate será dónde y cuándo. Y Madrid emerge como destino con más boletos.

Foto: Francisco Camps, en su comparecencia ante los medios. (EFE/Ana Escobar)

Más resistencias se detectan en las filas del PP sobre las opciones rehabilitadoras de Camps. Son muchos los que han salido a felicitarle y se comunicaron con él tras conocer el fallo exculpatorio de la Audiencia Nacional. Pero no ha habido ningún cuadro con capacidad de decisión real que haya abierto la puerta a su reincorporación inmediata a las instituciones. Lo más que ha llegado a aventurar el actual presidente de la Generalitat, Carlos Mazón, es la devolución del carnet de militante cuando la sentencia sea firme. Y eso que Mazón, pese a las pasadas guerras púnicas del PP valenciano (campsistas contra zaplanistas), se lleva y comunica mucho más ahora con Camps de lo que lo hace, por ejemplo, la alcaldesa de Valencia, María José Catalá, cuyo distanciamiento con el expresidente valenciano es abiertamente conocido en el seno del PP.

Mazón y Catalá han dejado en manos de Génova la patata caliente de decidir qué hacer con Camps. De Alberto Núñez Feijóo depende encontrar o no la vía para satisfacer la reclamación de quien en su momento llegó a tener mucha influencia en las filas de la formación conservadora, hasta el punto de servir de dique de contención frente a Esperanza Aguirre en el congreso de 2008 que dio a Mariano Rajoy el mando del partido y le permitió emanciparse de la sombra de José María Aznar. ¿Se imaginan un duelo al sol como candidatos al Congreso de los Diputados por Valencia entre Oltra y Camps? ¿Sería viable ese déjà vu en la edad madura?

Camps ha salido indemne y limpio de responsabilidad penal. Es cierto. Ha superado una carrera de obstáculos judicial. Aunque las absoluciones no son tantas como él pregona. Dos, para ser exactos, la de los trajes y la de los contratos menores con la Gürtel. En el resto, o se vio salpicado en algún momento como investigado o, sencillamente, su sombra sobrevolaba la instrucción al tratarse de hechos fiscalizados durante su mandato. Camps ha pagado, además, el precio de la responsabilidad política. Dimitió como presidente de la Generalitat en 2011 y no ha vuelto a ocupar cargo público desde entonces, al margen del periodo en el que se sentó en el Consejo Jurídico Consultivo (CJC), como prevé el estatuto de los expresidentes, y recibió una nómina por ello. Son trece años viendo los toros desde la barrera.

Pero en términos de memoria histórica, su etapa no pasó por ser de las más saneadas o ausente de escándalos. Caído el telón del oropel de los días de vino y rosas, subordinados y personas que dependían muy directamente de él, tanto en lo institucional como en lo orgánico, han resultado condenados por los tribunales, con largas temporadas a la sombra del penal en algunos casos. Ricardo Costa, David Serra, Milagrosa Martínez, Rafael Blasco, Pedro García; financiación ilícita del PP autonómico que presidía el propio exbarón popular, Gürtel, amaños de Fitur, desfalcos probados con motivo de la visita del Papa de 2006… ¿Qué sabía de todo aquello, más allá de lo que se haya podido probar o no judicialmente? Esa pregunta le persigue todavía. La lista es larga y, quiera o no, forma parte de una pesada mochila a la espalda ahora que aspira a resucitar como Philippe Rickwaert en la fantástica serie francesa Baron Noir. Camps batalla su regreso a la política contra su propio partido y un legado con demasiados claroscuros.

No hay nada que provoque más urticaria en quienes han acompañado a Mónica Oltra a las duras y a las maduras que la comparación de su evolución político-judicial con la del expresidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps. Pese a las dos absoluciones del exdirigente del PP, en la órbita de Compromís y de los sectores del electorado progresista en la Comunidad Valenciana el barón popular representa y representará una etapa de excesos y saqueo de la caja pública que nada tiene que ver con el claro lawfare que, sostienen, ha sufrido Oltra en el caso de abusos a una menor tutelada que ha llevado a prisión a su exmarido, del que ella ha sido también exonerada. Del mismo modo, los más acérrimos campsistas reprochan tres lustros de persecución judicial que habría tenido como fin su apartamento de la vida pública y que ha desembocado en su exculpación de responsabilidades penales. Ese el relato que alimenta el propio Camps, que ahora reclama a su partido el derecho a volver “a la arena de la primera línea”. Oltra, por su parte, guarda un prudente silencio. Por ahora. Quedan recursos por resolver.

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