Lo que la ruptura con el PP nos ha enseñado de Vox
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Víctor Romero

Nadie es perfecto

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Lo que la ruptura con el PP nos ha enseñado de Vox

Un partido que desprecia el poder territorial es un partido que desprecia a España, aunque se llene la boca de ella

Foto: Carlos Flores, Santiago Abascal y Vicente Barrera. (EFE/Manuel Bruque) (
Carlos Flores, Santiago Abascal y Vicente Barrera. (EFE/Manuel Bruque) (
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Todo está en la carta que la exconsellera valenciana de Justicia, Elisa Núñez, remitió al líder de Vox, Santiago Abascal, convenientemente difundida a través de los medios de comunicación. Núñez es la consejera que vinculaba inmigración y delincuencia, que trasladaba a la izquierda política la responsabilidad de que un matón con pasaporte marroquí (como podía haber sido español, británico, polaco o dominicano, por decir algo) asesinase a golpes y en plena calle a un joven en Gata (Alicante), que demonizaba el multiculturalismo o que trató de eliminar los cursos sobre violencia de género para policías locales que impartía la Generalitat.

No puede decirse, por tanto, que el proceder que la persona que Vox eligió para cubrir una de las tres carteras del Consell pactado con el popular Carlos Mazón, estuviera muy alejado del menú de obsesiones habituales de la formación ultraconservadora. Si Núñez compartía o no al 100% esos postulados o simplemente aplicaba las instrucciones que le venían dadas, no lo sabremos. Su carta de renuncia a la militancia de Vox solamente llegó cuando el partido la obligó a renunciar al cargo, una decisión “de la que me enteré por los medios de comunicación” y su cese ya había sido firmado por el barón del PP. La baja de afiliación la justificó Núñez por “la deriva radical” que el Comité Ejecutivo Nacional de VOX había introducido “tras el 9 de junio” en las políticas “contra la inmigración irregular y en materia de violencia contra la mujer” o en la integración del grupo Patriotas por Europa de Viktor Orbán. ¿Más deriva? ¿Más radical?

Quizás esa denuncia de radicalidad no haya sido más que una forma de quemar la colina, de romper el cordón umbilical con una sigla que ahora mismo seguro que cierra más puertas que las abre en su reinserción en la vida civil o de cumplir un guion prefijado para terminar reubicándose en semanas o meses en algún puesto de representación política bajo la órbita del PP. Los que somos mayores y vivimos el modus operandi de la OPA hostil de Eduardo Zaplana sobre Unión Valenciana sabemos de lo que hablamos.

Foto: Feijóo y Carlos Mazón, en un mitin en Valencia el pasado mes de junio. (Jorge Gil/Europa Press) Opinión

Descartado, por tanto, el factor ideológico como elemento nuclear de la carta remitida por Núñez a Abascal, lo interesante es analizar algunos detalles que nos enseñan muchas cosas que, no por intuidas sobre el funcionamiento verticalizado y centralizado al extremo de Vox, quedan magníficamente desnudas en el escrito de renuncia.

Dice la exconsejera que, cuando aceptó el ofrecimiento que en julio de 2023 le hizo Abascal de formar parte del gobierno autonómico, se le “exigió la afiliación” al partido, con la obligación de acatar las directrices de sus representantes en la Comunidad Valenciana. Como si de Falange Española y de las JONS se tratase, el recurso a cuadros independientes por parte del partido de Abascal no es producto del deseo de ensanchar el perfil gestor y de ideas de la formación, sino más bien un mero ejercicio de captación en cuyo contrato queda atada y bien atada la obediencia debida. Todos son soldados sometidos a la jerarquía superior.

“Di solución, lo mejor que pude, a los problemas heredados de la anterior administración socialista con el personal que el partido me impuso desde el principio”, añade Núñez, diciendo sin decir que apenas tuvo capacidad de decisión a la hora conformar su equipo en la consejería. Como en todos los nombramientos (desde los consellers al último asesor) no hubo un solo contrato de cargos propuestos por Vox en la Generalitat que no pasase por el casting de Montserrat Lluís, ahora vicesecretaria nacional de Acción de Gobierno de Vox. Uno de ellos, por cierto, fue el subsecretario de Justicia, Luis Manuel Martín Domínguez, que tuvo que ser cesado a los pocos meses por Mazón de forma fulminante al descubrirse que traía en la mochila una condena por violencia de género.

Foto: Elisa Núñez, a la derecha, en el traspaso de su cartera de Justicia a Salomé Pradas. (Eduardo Manzana/Europa Press)

Señala, además, la exconsejera que no había existido por parte del Partido Popular ningún “incumplimiento” del acuerdo de gobierno suscrito con Vox como “para romperlo unilateralmente, cuando su gestión era aceptada socialmente como unidad de acción de la derecha valenciana”. Aquí está la clave de bóveda de lo que para algunos ha sido un suicidio en toda regla del partido con sede en Bambú y para otros, especialmente el núcleo dirigente, un golpe maestro que libera al proyecto de ataduras para abordar futuras elecciones generales (las únicas que parecen interesar a los Abascal y Buxadé), con un discurso alternativo y casi antiestablishment.

Vox ha optado por dinamitar todo poder territorial compartido en Comunidad Valenciana, Extremadura, Castilla y León, Murcia y Extremadura, las únicas cinco autonomías españolas en las que tiene capacidad de influencia sobre la gobernabilidad y, por tanto, de imprimir capilaridad a su programa. Se ha replegado hacia un esencialismo racial e identitario a costa de despreciar su propia estructura territorial, producto muy probablemente de una miopía centralista que cree tener todo bajo control cuando en realidad se maneja desde una percepción incompleta, pobre e insuficiente de la realidad española. El reparto de menores inmigrantes, un asunto emocionalmente sensible, pero sin apenas afección sobre la vida diaria en el conjunto de la población, ha pesado más que la acción de gestión en políticas de agricultura, justicia, cultura, etc. Y ha abocado al desconcierto (cuando no directamente al paro) a los cuadros que se habían ido armando al calor de los espacios institucionales ganados por los pactos con el PP.

Guardando las distancias ideológicas, que no tanto en algunas cuestiones relativas al modelo de Estado, es el mismo pecado que asoló a Ciudadanos cuando su líder mesiánico, Albert Rivera, pegó la espantada. Cuando la organización despertó, apenas había andamiaje orgánico que sustentase el proyecto. El partido naranja es historia.

Es una lección que las dos grandes organizaciones políticas españolas, el Partido Popular y el PSOE, tienen muy bien interiorizada y que puede explicar en gran medida su resiliencia. Al contrario de lo que ha ocurrido en otros países, socialdemócratas y liberal-conservadores clásicos han sobrevivido a la irrupción de lo que se dio en llamar la nueva política tras el crash sistémico del 2008. Porque un partido que desprecia el poder territorial y su capacidad de autonomía para resolver problemas es un partido que desprecia a España, aunque se llene la boca de ella. La política es mucho más que los cenáculos del Madrid DF. Pronto lo veremos.

Todo está en la carta que la exconsellera valenciana de Justicia, Elisa Núñez, remitió al líder de Vox, Santiago Abascal, convenientemente difundida a través de los medios de comunicación. Núñez es la consejera que vinculaba inmigración y delincuencia, que trasladaba a la izquierda política la responsabilidad de que un matón con pasaporte marroquí (como podía haber sido español, británico, polaco o dominicano, por decir algo) asesinase a golpes y en plena calle a un joven en Gata (Alicante), que demonizaba el multiculturalismo o que trató de eliminar los cursos sobre violencia de género para policías locales que impartía la Generalitat.

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