Nadie es perfecto
Por
Peter Lim, Catalá y el legado para Valencia detrás de la operación Mestalla
La alcaldesa se juega un sentimiento: lo que la ciudad autorice ahora es lo que los cronistas examinarán en menos de una década
No he sido asiduo a Mestalla. Pisé por primera vez la grada con mi padre cuando todavía se llamaba general de pie y en mi cabeza no cabían más de diez o doce primaveras. Fue una experiencia iniciática paterno-filial que no volvió a repetirse por razones que no vienen al caso. Eran los años en que a jugadores como N’Kono (fue portero del Español) se les gritaba negro como insulto desde la grada y nunca pasaba nada, porque el racismo anidaba (sigue haciéndolo) en los estadios de fútbol con la connivencia de no pocos directivos federativos.
Desde entonces, he visitado el estadio centenario del Valencia CF en un puñado más de ocasiones. Alguna quedada con amigos tras haber conseguido unas entradas baratas para algún partido insustancial en tiempos en que aun dejaban acceder a los Yomus; una eliminatoria suelta de Liga de Campeones con mi hermano cuando el fútbol era once contra once y siempre ganaba algún equipo alemán; una visita para satisfacer la curiosidad en los años dorados de Rafael Benítez… La última vez que estuve fue invitado a un derbi del Valencia CF contra el Levante UD en categoría femenina, que acababa de rescatarse para el deporte profesional.
Me gusta mucho el fútbol. Pero esa inconstancia deriva en gran parte de una aversión nada racional al gregarismo, que me ha cerrado más puertas que me ha abierto, y que me ha alejado de la atracción pasional y selectiva hacia la camiseta o escudo particular de un club. Solo con la Selección Española me sorprende un hooliganismo que a menudo me resulta extraño, por una concepción del patriotismo fuera del estándar.
Y, sin embargo, envidio, entiendo y empatizo con quienes viven las fidelidades del balompié como las describen Carlos Marzal
La grada es el lugar en el que cristalizan esas sensaciones, de ahí el apego a los espacios físicos como Mestalla.
No hago este ejercicio de exhibicionismo, innecesario para el lector, por afán protagonista, sino como prueba de vida de que en todo aquello que concierne a escribir sobre el espinoso asunto de Mestalla no me mueven motivaciones sentimentales. La ciudad de Valencia necesita resolver de una vez el embrollo en el que la metieron los Juan Bautista Soler de turno en los años en que vivíamos peligrosamente, con cargo al pelotazo urbanístico y a una falsa cuenta de crédito infinita. Un barullo del que el Ayuntamiento de Rita Bárbera se hizo cómplice porque nada parecía suficiente para la tercera capital del país. Valencia quería un estadio cinco estrellas y Mestalla no bastaba. Nada bastaba.
La alcaldesa de Valencia es la que más se juega con las comparaciones
El crash del 2008 nos puso en el sitio. Un golpe de realidad. Pero se hable con quien se hable a nivel funcionarial o político, te dice que es imposible deshacer aquella telaraña de permutas, recalificaciones, cambios de usos, cargas urbanísticas o sentencias de derribo parcial por ejecutar. Lo hecho, hecho está. Y lo que queda es completar de una vez el guion trazado. Terminar las obras de un nuevo estadio más moderno y dinamitar los cimientos del viejo; sustituirlo por torres de viviendas, oficinas, espacios comerciales, para solaz de promotores, constructores y fondos de inversión; gentes en muchos casos ajenas a la ciudad, empezando por el propietario Peter Lim, icono de esa evolución que narra Vicent Molins
Alejandro Requeijo (Invasión de Campo, Ediciones B), compañero y apasionado hincha del Atlético de Madrid, me contó que él seguía sintiendo morriña del Vicente Calderón siete años después de la inauguración del Estadio Metropolitano, una operación urbanística gemela a la de Mestalla, y que estaba convencido de que los valencianistas siempre echarán de menos la caldera del viejo campo, cuya verticalidad es la que más le ha intimidado en su fértil periplo como visitante por céspedes ajenos. Otro amigo atlético, sin embargo, acude contento y sin reproches a las citas periódicas de su equipo y su nueva sede, convencido de que se sienta sobre el hormigón de un coliseo a la altura de sus ilusiones.
Interiorizado que el viejo Mestalla está destinado a provocar nostalgias, la duda es saber qué emociones suscitará su sucesor, si serán ambiciosas y excitantes. Lo que la ciudad autorice y bendiga ahora es lo que los cronistas del valencianismo examinarán en menos de una década.
La historia local está llena de villanos que arrancaron como héroes. Los Francisco Roig, los Amadeo Salvo, los Aurelio Martínez. De Peter Lim nada se puede esperar. Su divorcio con el valencianismo es absoluto. Sería muy extraña cualquier vocación de construir herencia para la urbe que alberga la sociedad anónima deportiva de la que es máximo accionista desde la lejana Singapur. No se puede (y no se debe) intentar amar a quien te odia. Su aspiración será optimizar al máximo el negocio y buscar una puerta de salida.
Es la alcaldesa de Valencia, la popular María José Catalá, como cabeza visible del consistorio que se ha decidido, por fin, a desbloquear la situación, la que más se juega con las comparaciones. Lo que los hijos de los abonados de hoy dirán mañana del estadio, del equipo y del club de sus vidas. De ella depende, como vigilante, que se cumplan las condiciones trazadas y que la mudanza haya valido la pena. Con Mundial o sin Mundial. Ese será uno de sus legados cuando la vara de mando esté guardada en la vitrina de su pasado: un sentimiento. Lo único que nos trasciende. No es poca cosa.
No he sido asiduo a Mestalla. Pisé por primera vez la grada con mi padre cuando todavía se llamaba general de pie y en mi cabeza no cabían más de diez o doce primaveras. Fue una experiencia iniciática paterno-filial que no volvió a repetirse por razones que no vienen al caso. Eran los años en que a jugadores como N’Kono (fue portero del Español) se les gritaba negro como insulto desde la grada y nunca pasaba nada, porque el racismo anidaba (sigue haciéndolo) en los estadios de fútbol con la connivencia de no pocos directivos federativos.
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