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Las empresas tienen pendiente generar conocimiento para competir mejor

El lento avance de la productividad de España y la Comunidad Valenciana indica que no sobresalimos por nuestra capacidad de aprovechar el conocimiento para generar ingresos

Foto: Las economías más dinámicas son las que más invierten en capital humano y tecnológico. (Unplash/Rodeo Project Management Software)
Las economías más dinámicas son las que más invierten en capital humano y tecnológico. (Unplash/Rodeo Project Management Software)

Casi se ha convertido en un lugar común que el aprovechamiento del conocimiento es el pilar sobre el que se apoyan, cada vez más, buena parte de los avances sociales y económicos actuales. Existe abundante evidencia de que es así si observamos que las economías más dinámicas son las que más invierten en capital humano y tecnológico. Entre estos últimos activos, destacan en el siglo XXI los relacionados con la digitalización, tanto la cualificación de las personas en este ámbito como el uso intensivo del 'hardware', el 'software' o los cambios organizativos basados en las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías para innovar en productos y procesos. Al mejorar con ellas el atractivo de los productos en los mercados o reducir costes, innovar aumenta los márgenes empresariales, la productividad y la competitividad de las empresas; los salarios de los trabajadores, el empleo y los ingresos de la población.

Foto: Valencia Monitor: visiones de la innovación

La intensidad con que las economías y sus distintas unidades productivas logran aprovechar esas posibilidades es muy variable, siendo esa distinta capacidad clave para su ritmo de progreso. Dos son los elementos de los que depende el mayor o menor éxito en la tarea. El primero, la amplitud con que cada sociedad participa en la generación de conocimientos en las universidades, los centros de investigación y los departamentos de I+D+i de las empresas. El segundo, la fluidez con que el conocimiento generado llega a sus potenciales usuarios, es decir, el caudal y la velocidad de la transmisión del conocimiento, no solo científico y tecnológico, sino también organizativo y de gestión.

El lento avance de la productividad de España y la Comunidad Valenciana indica que no sobresalimos por nuestra capacidad de aprovechar el conocimiento y generar ingresos para los que trabajan e invierten en nuestro territorio. Nuestras economías sustentan el crecimiento más en el uso creciente de capital y trabajo que en las mejoras de productividad de esos factores. Emplean cada vez más bienes de capital intensivos en conocimiento desde que, a mediados del siglo XX, se puso fin a la apuesta autárquica de la dictadura —que nos mantenía en gran medida aislados de los flujos de ideas y de capitales del exterior— y se dio paso a una creciente apertura comercial y financiera. Esta nos ha permitido participar de una especialización internacional que ofrece las ventajas de importar tecnologías que no somos capaces de producir. Pero si los activos que incorporan conocimiento son comprados a otras economías, generan valor sobre todo allí donde se producen. También nuestro empleo crece en las expansiones, pero más en actividades que usan menos capital humano que en otros lugares en los que se concentran las ocupaciones más cualificadas, y por ello nuestras remuneraciones son menores.

Si compramos el conocimiento producido por otros, la consecuencia es una menor capacidad de competir y un menor nivel de renta

Si compramos el conocimiento producido por otros, en lugar de producirlo nosotros, la consecuencia es una menor capacidad de competir y un menor nivel de renta. Por eso es importante saber por qué sucede así y cómo mejorar. La respuesta es que padecemos debilidades en el ámbito de la generación de nuevo conocimiento, sobre todo del conocimiento aplicado, y también en la transmisión del mismo al tejido empresarial para que se convierta en un activo productivo.

A estas dos debilidades contribuyen varias circunstancias que es necesario identificar y combatir para que convertirlas en fortalezas. Por una parte, hay varias condiciones que reducen la capacidad de generar conocimiento científico-técnico y organizacional aprovechable. La primera, los incentivos de los investigadores —los que cuentan para sus carreras profesionales— no apuntan a la investigación aplicada y eso reduce la dedicación a la misma. Una segunda es que los recursos para investigación son menores que en otros lugares, sobre todo los que dedican las empresas (en España, el 0,79% del PIB, frente al 1,54% de la UE-27; en la Comunidad Valenciana, el 0,55%). Son las empresas las que deberían reforzar la investigación aplicada para orientarla a sus intereses, pero en general gastan poco en I+D+i. No la desarrollan en sus propios departamentos porque carecen de dimensión, pero tampoco financian proyectos aplicados en universidades y centros de investigación que realizan investigación, que son fundamentalmente públicos.

El segundo grupo de debilidades tiene que ver con la transmisión del conocimiento desde los centros donde este se genera a las organizaciones públicas y privadas que podrían utilizarlo para mejorar sus decisiones y sus actividades. El conocimiento fluye en la actualidad por muchos más canales, siendo los dos más importantes la contratación de recursos humanos cualificados y la colaboración en actividades de I+D+i. Por ambas vías, la conexión solo está operativa si existe tanto capacidad de emisión como de recepción. Para que, dada su importancia en la actualidad, el riego del conocimiento al tejido productivo y social se produzca por inundación y llegue a todos los campos, es necesario abrir más las compuertas de la penetración del capital humano en las empresas, en particular en los puestos en los que se toman decisiones, porque decidir con una u otra visión sobre el papel del conocimiento es muy relevante para su aprovechamiento.

Las empresas deberían reforzar la investigación aplicada para orientarla a sus intereses

Ciertamente, la cualificación de los recursos humanos con competencias directivas ha avanzado mucho, y el 41,9% de los empresarios valencianos ya tiene estudios superiores (universitarios o de formación profesional superior), un porcentaje que casi dobla el de final del siglo XX. Pero todavía el conocimiento incorporado al capital humano no inunda todo el terreno, en particular el de las pequeñas empresas y microempresas que son mayoritarias en el empleo y la producción valenciana y española. Sin suficiente cualificación en las empresas, es menos probable que las decisiones de inversión, tecnológicas y organizativas utilicen lo mucho que los distintos campos científicos ponen hoy en día a su disposición a la hora de competir, pero solo aprovechan los competidores bien equipados.

Convertir el conocimiento generado en los centros de investigación y las universidades en innovaciones empresariales, sean de producto o de proceso, exige canales de transmisión adecuados para conocerlo y percibirlo como una fuente de oportunidades. Dado que muchas empresas no tienen tamaño para tener departamentos propios de I+D+i, una posibilidad es desarrollar las innovaciones, apoyándose en las unidades especializadas de las universidades o centros de investigación, o de otras empresas, que transmitan y traduzcan el conocimiento existente a las necesidades de sus usuarios. Pero hacer realidad ese escenario requiere tejer redes y experiencias para que los actores que podrían colaborar se reconozcan, la oferta sea conocida y se ajuste a la demanda, y lo que es factible suceda.

En ese terreno queda mucho por hacer: en las universidades públicas valencianas las actividades de investigación financiadas por empresas apenas representan el 22% de sus ingresos captados competitivamente para investigación —el 78% restante son fuentes públicas—, y solo representan el 3,3% de sus ingresos totales. Esos bajos porcentajes limitan la atención que muchas instituciones prestan al interés de las empresas, pero se trata de un círculo vicioso que hay que romper con las iniciativas de las personas e instituciones más conscientes de la relevancia de convertirlo en virtuoso.

En suma, en todos los ámbitos señalados queda mucho por hacer, pero existen experiencias valiosas que nos deberían estimular. Piénsese, por ejemplo, en los numerosos titulados superiores formados en las últimas décadas que han dado a la economía valenciana una oferta de trabajo cualificado que ahora es clave para retener y atraer inversiones de empresas locales o multinacionales que sí son intensivas en conocimiento. A veces, las apuestas formativas dan sus frutos tras décadas y por eso ahora es necesario reforzar la capacidad de formar los especialistas que vamos a necesitar para afrontar dos transiciones —la digital y la verde— que durarán décadas. También hay que reconocer el valor de iniciativas en marcha que buscan que vayan conectándose más y mejor las capacidades de los grupos de investigación con los intereses y necesidades de las empresas. Están desplegándose en el marco de la Estrategia de desarrollo inteligente RIS3-CV, en los comités estratégicos de Innovación de la AVI (Agència Valenciana de Innovació), por las OTRI de las universidades o en los encuentros de iniciativa privada como la Fundación LAB Mediterráneo. Hace falta que se consoliden y amplíen.

Este observatorio de reflexión desarrollado por el Ivie y El Confidencial, con el apoyo de la AVI, busca, precisamente, contribuir al mejor conocimiento de esta problemática y ser un espacio en el que visibilizar ejemplos y experiencias valiosas. En particular, merecerá la pena difundir las desarrolladas por aquellos actores de la Comunidad Valenciana —unidades del sistema de ciencia, tecnología e innovación, empresas, instituciones públicas o privadas— que muestran el camino a seguir por sus buenas prácticas.

*Francisco Pérez es profesor emérito de la Universitat de València y director de investigación del Ivie.

Casi se ha convertido en un lugar común que el aprovechamiento del conocimiento es el pilar sobre el que se apoyan, cada vez más, buena parte de los avances sociales y económicos actuales. Existe abundante evidencia de que es así si observamos que las economías más dinámicas son las que más invierten en capital humano y tecnológico. Entre estos últimos activos, destacan en el siglo XXI los relacionados con la digitalización, tanto la cualificación de las personas en este ámbito como el uso intensivo del 'hardware', el 'software' o los cambios organizativos basados en las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías para innovar en productos y procesos. Al mejorar con ellas el atractivo de los productos en los mercados o reducir costes, innovar aumenta los márgenes empresariales, la productividad y la competitividad de las empresas; los salarios de los trabajadores, el empleo y los ingresos de la población.

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