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Conocerse mejor para impulsar la colaboración ciencia-empresa
Es evidente que, si quien financia la I+D es la empresa, el conocimiento irá dirigido a resolver un problema que le interese, en los plazos en los que le pueda resultar de utilidad y protegido del acceso de terceros a los resultados obtenidos
Con motivo de la presentación de los Premios Rei Jaume I en Pamplona como parte de un recorrido por la geografía nacional, revisaba los datos de España en Investigación, Desarrollo Tecnológico e innovación (I+D+i) y constataba que los tres rasgos que han caracterizado el sistema continúan siendo su pequeño tamaño, la baja participación del sector privado y la reducida interrelación entre sus distintos actores: empresas, universidades, centros de investigación y centros tecnológicos. Estos rasgos esconden debilidades que lastran el progreso de la I+D+i, junto con la calidad educativa, uno de sus principales pilares. Por este motivo, desde hace más de quince años, se creó en el ámbito de nuestros premios una nueva categoría denominada Emprendedor, con la que se pretendía resaltar la enorme importancia que tiene la empresa como ecuación de cierre del sistema de I+D+i. Su presencia en la I+D es todavía demasiado reducida, aunque domina por completo el gasto en innovación.
La solución a estas tres debilidades pasa necesariamente por mejorar la colaboración entre el sistema científico y el entorno empresarial. ¿Por qué necesariamente? Pues porque permitiría al conjunto del sistema crecer en dimensión, por el aumento del gasto en I+D; en participación privada y, por último, en integración del sistema. Tres problemas con una misma solución, aunque no fácil. Porque uno se pregunta, si tanto conviene a las partes, por qué no se utiliza más.
En los dos primeros casos es preciso aumentar la inversión en I+D con nuevos recursos, pero aumentar la colaboración no significa necesariamente un incremento significativo de gasto. Lo mismo que se invertía antes podría hacerse, pero ahora en colaboración, mejorando el ajuste entre los productores de ciencia y tecnología (universidades y centros de investigación) y los que la demandan (la sociedad a través de las empresas) y la consumen (los ciudadanos).
La dimensión del sistema es reducida en valores absolutos y relativos. Los últimos datos para España (INE) de 2022 se resumen en un gasto global en I+D de 19.300 millones de euros, 263.000 personas dedicadas a la I+D de las cuales 162.000 son investigadores, 64.000 de ellos mujeres. La cifra de inversión en I+D situaría a España por detrás de un buen número de grandes empresas internacionales como Amazon, Alphabet, Huawei, Volkswagen, etc.
En términos relativos se invierte un 1,44% del PIB -1,17% en la Comunitat Valenciana- (frente al 2,24% de la UE, 3,13% de Alemania o 2,18% de Francia) y el personal global dedicado a la I+D representa en España un 1,3% de los ocupados- 1,1% en la Comunitat Valenciana- mientras que en la UE supone un 1,6 %, y en Alemania y Francia, un 1,9%.
La participación del sector empresarial en el gasto en I+D en 2022 fue en España del 56,8%, muy por debajo del 67,6% de la UE. En la Comunitat Valenciana este porcentaje es del 45,1%, inferior al del conjunto de España como consecuencia de diferentes factores entre los que destacan la especialización sectorial en bienes de consumo de bajo contenido tecnológico, una menor presencia de la gran empresa, y una menor tradición empresarial en las actividades de I+D. Esta baja participación empresarial en el gasto y en la financiación de la I+D es consecuencia de la reducida colaboración con los agentes que producen el conocimiento, como son las universidades y los institutos de investigación.
La falta de integración del sistema de I+D+i se mide a través de las relaciones entre los distintos agentes. Una gran multinacional en un sector de alto contenido tecnológico, que albergara un departamento de investigación básica, otro de desarrollo tecnológico y hasta una universidad dentro de su perímetro, constituiría el caso de máxima integración posible y se encuentra hasta en dos mil grandes corporaciones del mundo (las más conocidas son Google, Apple, McDonald’s o IBM, General Motors y General Electric, en el pasado).
En este caso, no solo la innovación, sino también la investigación básica y aplicada y la formación universitaria se dirigirían hacia la satisfacción de las necesidades de la propia empresa. Sin embargo, lo habitual es que las universidades y centros de investigación produzcan investigación básica y aplicada no orientada, y que otros centros desarrollen tecnologías a partir de dichos conocimientos que den pie a que las empresas innoven a solas o en colaboración con centros tecnológicos, a través de la creación de nuevos productos y servicios o por medio de nuevas formas de producirlos.
Es evidente que, si quien financia la I+D es la empresa, el conocimiento irá dirigido a resolver un problema que le interese, en los plazos en los que le pueda resultar de utilidad y protegido del acceso de terceros a los resultados obtenidos. Por eso es fundamental que el sector empresarial asuma una mayor parte de la ejecución y financiación de la I+D. Su impacto sobre la productividad y el progreso sería mayor, la financiación sería inagotable siempre que se recuperara con una mejora de las cifras de negocio y no generaría déficit público como si, en su lugar, tuviera que seguir siendo financiada por la Administración pública.
Pero ¿cómo mejorar la colaboración? Hay que empezar por conocerse más y mejor desde las dos partes. Ayuda mucho que el empresario cuente con formación universitaria que, aunque no sea un requisito, permite conocer de primera mano las capacidades -altas o bajas- del sistema universitario para cubrir las necesidades de las empresas.
Ayudan mucho también las actividades informativas y los encuentros entre los diferentes colectivos desplegados por las fundaciones o asociaciones empresariales, como la Fundación LAB Mediterráneo, creada desde la Asociación Valenciana de Empresarios AVE, o REDIT, la red de Institutos Tecnológicos de la Comunitat Valenciana. Ayuda también que la cultura universitaria no sea anti-empresarial, como lo era en el pasado, y que cuente en sus diferentes departamentos con miembros que no sean solo investigadores puros, sino que tengan formación y predisposición hacia la transferencia.
Una vez se rompe el hielo y se establece un contacto inicial, se puede pasar a firmar un acuerdo de confidencialidad, un compromiso con plazos que satisfagan a las dos partes y comenzar por probar con proyectos limitados de inicio que den lugar a una colaboración estable, duradera y productiva para las empresas y también para los centros tecnológicos y de investigación. Las capacidades existen. Solo hay que utilizarlas mejor y, sobre todo, convencer a más empresas e instituciones de que este es el camino a seguir, porque los convencidos ya lo hacen.
*Javier Quesada, investigador del Ivie y presidente ejecutivo de los Premios Rei Jaume I
Con motivo de la presentación de los Premios Rei Jaume I en Pamplona como parte de un recorrido por la geografía nacional, revisaba los datos de España en Investigación, Desarrollo Tecnológico e innovación (I+D+i) y constataba que los tres rasgos que han caracterizado el sistema continúan siendo su pequeño tamaño, la baja participación del sector privado y la reducida interrelación entre sus distintos actores: empresas, universidades, centros de investigación y centros tecnológicos. Estos rasgos esconden debilidades que lastran el progreso de la I+D+i, junto con la calidad educativa, uno de sus principales pilares. Por este motivo, desde hace más de quince años, se creó en el ámbito de nuestros premios una nueva categoría denominada Emprendedor, con la que se pretendía resaltar la enorme importancia que tiene la empresa como ecuación de cierre del sistema de I+D+i. Su presencia en la I+D es todavía demasiado reducida, aunque domina por completo el gasto en innovación.
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