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Cuando la música hace caja: el impacto económico de los festivales

Son eventos que crecen cada año y aportan un importante beneficio económico a las ciudades que los albergan. Sin embargo, el futuro de los macrofestivales no está asegurado

Foto: El FIB, festival más famoso de la Comunidad Valenciana. (Efe)
El FIB, festival más famoso de la Comunidad Valenciana. (Efe)

Se acerca el verano y, con la llegada del calor, se desata una oleada de festivales musicales que transforma las playas, los recintos feriales e incluso pueblos y ciudades enteras en escenarios al aire libre. La mayoría de los ciudadanos asociamos estos eventos con la fiesta, el ocio, la cultura o la juventud. Para otros, son sinónimo de ruido, congestión e inseguridad. Pero más allá de estas percepciones, todas ellas legítimas y complementarias, existe una realidad incontestable que considero que todavía no ha calado suficientemente en el debate público: los festivales musicales son también una industria importante, generadora de empleo y una herramienta de desarrollo económico para los territorios que los acogen. Quizás sea porque paradójicamente su actividad no haga tanto "ruido" como la industria del cine, a la cual es equiparable en términos de empleos.

En 2024, la música empleó en España a cerca de 78.000 personas, una cifra próxima a la de la industria del cine, que genera alrededor de 85.000 empleos. Asimismo, generó, solo en venta de entradas para conciertos y festivales, 725 millones de euros. Esa cifra representa un aumento del 25 % respecto al año anterior, según los datos del Anuario de la Música en Vivo de la Asociación de Promotores Musicales. No pensemos que el auge de los festivales musicales en vivo es un fenómeno nacional asociado a lo benigno del clima de España, a nivel mundial, los ingresos del sector del directo crecieron un 46 % en 2023, superando los 8.400 millones de euros. Pero estas cifras, por impactantes que sean, solo representan la superficie visible del fenómeno. Lo que se recauda en taquilla es apenas la punta del iceberg.

Un impacto que va mucho más allá de la taquilla

La mayoría de los estudios de los festivales, mal llamados de "impacto económico" se quedan ahí: en los ingresos que obtiene la organización por la venta de entradas. No es poca cosa, pero dejan fuera la parte más importante del impacto económico: lo que gastan los asistentes en transporte, alojamiento, restauración, comercio, ocio y servicios complementarios durante los días del evento. También omiten el gasto que realizan las propias empresas organizadoras, que muchas veces contratan proveedores locales, técnicos de sonido, personal de seguridad, limpieza o comunicación. Y lo más relevante: no cuantifican cómo ese gasto inicial adicional inicia un efecto multiplicador generando los conocidos efectos directos, indirectos e inducidos sobre las ventas, la renta y el empleo.

Frente a esa visión parcial, la Valencian Music Office, entidad dedicada a apoyar y coordinar el sector musical valenciano, ha empleado un enfoque más integral y para ello encargó al Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie) un estudio que, por primera vez en España y Europa, analiza el impacto de todo el ecosistema de festivales en toda comunidad autónoma. El estudio, pionero por metodología y por alcance territorial, no se centra en un solo evento, sino que recoge todos los festivales y conciertos celebrados en la región a lo largo de un año.

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Los resultados son contundentes. En 2023, el gasto total asociado a los festivales musicales en vivo en la Comunitat Valenciana realizado por los organizadores y por los asistentes se tradujo en un impacto económico total de 1.418 millones de euros en ventas adicionales de las empresas y más de 12.500 empleos a tiempo completo en la Comunitat Valenciana. Una parte sustancial de ese empleo se generó en la hostelería y el comercio local, dos sectores especialmente sensibles al consumo turístico y cultural.

El crecimiento de los festivales es sostenido y no es una moda pasajera. En España, el número de asistentes a eventos musicales en directo alcanzó en 2023 los 25 millones, el máximo histórico. Y aunque Madrid y Barcelona siguen liderando el ranking por volumen, regiones como la Comunitat Valenciana, Andalucía o Galicia se están consolidando como nuevos polos de atracción. El auge de festivales de gran formato ha tenido un efecto tractor sobre el turismo, especialmente en zonas costeras o de interior con buena conectividad, que ven cómo se multiplican las reservas hoteleras, las comidas en restaurantes y la ocupación de plazas de camping.

Foto: Alexis Valdés, un comediante y actor cubano, durante su presentación en el teatro EDP de Gran Vía. (Cedida)

Un fenómeno que crece... pero no sin desafíos Ahora bien, la brillantez de estos datos no oculta que el sector también enfrenta varios desafíos, algunos muy serios e inmediatos. Uno de los más debatidos es la irrupción de la inteligencia artificial en la producción musical. Aunque la IA puede facilitar procesos, mejorar la eficiencia y abrir nuevas vías creativas, también plantea riesgos serios sobre la propiedad intelectual, la autenticidad artística y la precarización de los empleos musicales. Otro reto es la brecha creciente entre los grandes festivales y el circuito de base. Mientras las giras de artistas internacionales llenan estadios con entradas a precios muy elevados, muchas salas pequeñas y bandas emergentes luchan por sobrevivir y algunas ya han cerrado. Sin ese circuito de base, no solo está en peligro el relevo generacional, sino también la viabilidad de grupos locales emergentes.

Asimismo, es una amenaza preocupante para el sector la entrada de fondos de inversión y grandes conglomerados empresariales en la propiedad de festivales. Una circunstancia que concentra la oferta, pone en riesgo la diversidad y que hace primar la lógica puramente financiera dejando en segundo plano los criterios artísticos o identitarios que dieron origen a muchos de estos eventos. A ello se suman los desafíos medioambientales, desde la movilidad de los asistentes, hasta la gestión de residuos y la transición hacia energías limpias.

Ante todos estos retos y amenazas, la solución pasa por gestionar mejor el éxito y cuidar a un sector que, aun estando en expansión, todavía tiene potencial en un país como España, con un clima e infraestructura turística envidiables. La Administración debe seguir apoyando más decididamente al sector y hacerlo con criterios selectivos que fomenten la emergencia de nuevos grupos musicales, que conserven la diversidad musical y el arraigo territorial, pero los promotores tienen que asumir su parte de responsabilidad social, en este caso, evitando que el éxito y la alta demanda se traduzca en exclusión y gentrificación. La música debe seguir siendo un bien accesible, no un lujo reservado a quienes puedan pagar 200 euros por una entrada.

Este artículo lleva por título "Cuando la música hace caja" no solo porque los festivales facturan cada vez más, sino porque toda la sociedad gana cuando el sector se gestiona con inteligencia. Gana el pequeño hotel que llena sus habitaciones y el bar que sirve el triple de menús, pero también gana la región que proyecta su imagen al exterior y el joven que encuentra su primer trabajo como técnico de sonido. Y sí, también gana la cultura, que se consolida como motor económico sin renunciar a su esencia.

Que no nos engañe el ruido de fondo. En los festivales no solo suenan guitarras y baterías, también suenan las cajas registradoras y los datáfonos. Y, bien armonizados, los beneficios de esa sinfonía pueden llegar mucho más lejos que cualquier estribillo típico de la canción del verano.

* José Manuel Pastor, investigador del Ivie y catedrático Análisis Económico de la Universidad de Valencia.

Se acerca el verano y, con la llegada del calor, se desata una oleada de festivales musicales que transforma las playas, los recintos feriales e incluso pueblos y ciudades enteras en escenarios al aire libre. La mayoría de los ciudadanos asociamos estos eventos con la fiesta, el ocio, la cultura o la juventud. Para otros, son sinónimo de ruido, congestión e inseguridad. Pero más allá de estas percepciones, todas ellas legítimas y complementarias, existe una realidad incontestable que considero que todavía no ha calado suficientemente en el debate público: los festivales musicales son también una industria importante, generadora de empleo y una herramienta de desarrollo económico para los territorios que los acogen. Quizás sea porque paradójicamente su actividad no haga tanto "ruido" como la industria del cine, a la cual es equiparable en términos de empleos.

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