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El 'pelotazo Cereceda' o de cómo la especulación no hace distingos ideológicos
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Jesús Cacho

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El 'pelotazo Cereceda' o de cómo la especulación no hace distingos ideológicos

En Pozuelo de Alarcón, a tiro de piedra de los estudios de TVE en Somosaguas, se alza la elegante, sofisticada mole de cristal de La Finca,

En Pozuelo de Alarcón, a tiro de piedra de los estudios de TVE en Somosaguas, se alza la elegante, sofisticada mole de cristal de La Finca, seguramente uno de los más impactantes conjuntos de oficinas existentes hoy en Europa. Resulta que La Finca es propiedad de Luis García Cereceda, dueño de la inmobiliaria Lugarce y del elitista restaurante Zalacaín (“un capricho”, dicen sus amigos), íntimo de Felipe González y, por extensión, de la mayor parte de la cúpula felipista, un millonario ‘progresista’, dueño del velero SYL, un solo palo, mucha fibra de carbono y otras tecnologías importadas de los USA, que cada verano es la admiración del elitista universo balear.

Felipe González fue, por ejemplo, la estrella de la boda, hace un par de años, de Susana García Cereceda, hija del que pasa por ser “el promotor inmobiliario del felipismo”, ocasión en la que el ex presidente ahora metido en las fauces del tirano iranio compartió mesa y mantel con algún que otro político importante del PP, caso de Alberto Ruiz-Gallardón. Viene ello a cuento de un principio viejo como el mundo, cuyo recordatorio no por sabido deja de ser de cuando en cuando obligado: que la corrupción urbanística no distingue de ideologías, y que en la orgía de corrupción en que navega, o naufraga, la feble democracia española se corrompen por igual izquierdas y derechas.

El de García Cereceda y la operación Brunete es uno de esos casos que llevan años rondando los mentideros del madrileñeo más cualificado, como ocurría con el ya famoso Pocero antes de que este diario sacara a la luz la denuncia formulada contra él por el Canal de Isabel II, a cuenta del robo nocturno en camiones cisterna del agua necesaria para llenar la alberca gigante de su ciudadela fantasma de Seseña. Ayer, Carlos Sánchez rasgó en El Confidencial el velo de esa hipocresía, tan española, que se refugia en los cenáculos de lujo, que se regodea en los mil trapicheos del vecino de mesa, pero que calla y otorga. Consiente, consciente del valor del hoy por ti mañana por mí.

Estamos ante un pelotazo de características similares y de tamaño comparable, si no mayor, al del Pocero, evidencia de las infinitas Marbellas que hoy pueblan la geografía española, regidas por corporaciones de todos los colores ideológicos. El procedimiento era ayer descrito de forma precisa en alguno de los comentarios recogidos en el foro que acompañaba la noticia de Carlos Sánchez. Primero se tantea a los responsables de urbanismo. Después se compra terreno rustico a perra gorda. Y de la noche a la mañana, qué casualidad, aparece un nuevo PGOU que transforma ese terreno en urbanizable. El corolario es el pelotazo de promotor y las consiguientes y millonarias mordidas a diestro y siniestro, incluido un buen mordisco para la financiación del partido político correspondiente.

El caso es que un mercado intervenido como el del suelo urbanizable se ha convertido en una verdadera factoría de producir multimillonarios cuyo principal mérito, no diré el único, consiste en estar cerca de los redactores de los distintos PGOU y en recoger la información privilegiada correspondiente de los amigos situados en los puestos clave. Todo ello ocurre en un país con provincias enteras deshabitadas, con suelo para dar y tomar, donde el perfil de las ciudades termina de forma tan abrupta como inexplicable (para el extranjero que se acerque por primera vez a España desde el aire) al borde mismo de los bloques de pisos del extrarradio.

Los paganos de este esquema infernal son los millones de españoles obligados a emplear buena parte de su vida laboral en la compra de un piso, españoles uncidos por el ronzal de una corrupción galopante compartida y consentida por la clase política de la democracia. La situación ha alcanzado tal grado de podredumbre, la corrupción es tan evidente, tan obscena, que ha llegado el momento del “fuera máscaras”, ha llegado la hora de apuntar directamente a esa clase política, a los partidos políticos, como principales y quizá únicos responsables del pestilente tsunami que nos desborda. Los partidos y sus responsables a todos los niveles, desde el último concejal de urbanismo hasta el líder máximo, incapaces de modificar la Ley del Suelo en la línea adecuada, de cambiar radicalmente el esquema de financiación municipal y de condenar a galeras a los corruptos que siguen con mando en plaza a todos los niveles.

En Pozuelo de Alarcón, a tiro de piedra de los estudios de TVE en Somosaguas, se alza la elegante, sofisticada mole de cristal de La Finca, seguramente uno de los más impactantes conjuntos de oficinas existentes hoy en Europa. Resulta que La Finca es propiedad de Luis García Cereceda, dueño de la inmobiliaria Lugarce y del elitista restaurante Zalacaín (“un capricho”, dicen sus amigos), íntimo de Felipe González y, por extensión, de la mayor parte de la cúpula felipista, un millonario ‘progresista’, dueño del velero SYL, un solo palo, mucha fibra de carbono y otras tecnologías importadas de los USA, que cada verano es la admiración del elitista universo balear.