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El Príncipe de Asturias del Deporte debería concederse el 22 de diciembre, con la Lotería Nacional
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Jesús Cacho

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El Príncipe de Asturias del Deporte debería concederse el 22 de diciembre, con la Lotería Nacional

Dicen las lenguas de doble filo que los Premios Príncipe de Asturias del Deporte deberían concederse el 22 de diciembre de cada año, día en que

Dicen las lenguas de doble filo que los Premios Príncipe de Asturias del Deporte deberían concederse el 22 de diciembre de cada año, día en que tiene lugar esa cosa tan española llamada “Sorteo de la Lotería de Navidad”, porque los citados premios son una especie de gordo, hasta el punto de que cualquier personaje que sea noticia el día en que se reúne el jurado puede resultar agraciado con un viaje a Oviedo con todos los gastos pagados y, naturalmente, un premio como la catedral de la ciudad asturiana de grande. Un chollo.

Viene ello a cuento de la decisión adoptada ayer por el correspondiente jurado (el sempiterno Samaranch; el secretario de Estado para el Deporte, Lissavetzky; el presidente del COE, Alejandro Blanco; la ex tenista Sánchez Vicario y dirigentes deportivos y periodistas varios) de conceder el Príncipe de Asturias del Deporte de este año a la selección española de baloncesto, brillante campeona en el pasado Mundobasket de Japón, que en la ola de furor por el deporte de la canasta que nos invade logró imponerse en el último minuto a los teóricos favoritos, Rafael Nadal y Andre Agassi, retirado del tenis el pasado domingo. Lo dicho: si usted logra hacer algo grande en el juego de la petanca 24 horas antes de que se reúna el jurado de los Príncipes de Asturias, prepárese para viajar a Oviedo gratis total...

Y no es que aquí vayamos a ponerle peros al “importante mérito de la conquista del Campeonato del Mundo en Japón, la página más brillante de la historia del baloncesto español, que ha supuesto un ejemplo de superación ante las dificultades, de espíritu de equipo, de sencillez y compromiso con los valores del deporte”, según el relato de méritos hecho por el Jurado, letra y música del maestro Zapatero, para quien “esta extraordinaria generación de jugadores, liderada por Pau Gasol y bajo la dirección técnica de Pepu Hernández, ha transmitido al mundo, y especialmente a los jóvenes, una renovada ilusión por el fomento y cultivo del deporte", porque también nosotros, como la inmensa mayoría de españoles, hemos vibrado con el triunfo en tierras niponas, pero no es eso, no es eso.

Reconociendo que la crítica lleva aparejada cierto grado de divertimento, puesto que ojalá todos los problemas que tenemos los españoles fueran de este porte, un asuntillo venial, coincidirán conmigo en que quienes auspician estos galardones deberían ser más cuidadosos con el prestigio –o desprestigio- de unos premios cuya aspiración originaria apuntaba a convertirlos en algo así como los Nobel españoles.

Es verdad que en los galardones suecos se han cometido meteduras de pata de dimensión histórica, particularmente en lo que respecta a los de Literatura y de la Paz. A diferencia de los premios que se conceden en campos científicos, donde hay un método, unos criterios, una comunidad científica capaz de establecer criterios de mérito, en Literatura y Política la arbitrariedad ha sido notable, con casos como el de Arafat o el de la premiada en 2003, partidaria de la ablación del clítoris y otras lindezas.

Bien es cierto que hay premios Nobel clase A (los científicos) y clase B (los que tienen que ver con las mal llamadas Ciencias Sociales), distinción que no cabe por desgracia en los Príncipes de Asturias, todos de rabiosa clase B, que, en general, se conceden de forma tan chapucera, tan alienada a los intereses de ese Poder Fáctico Fácilmente Reconocible (que es quien controla el tinglado tras las bambalinas) que dijo el señorín del bigotillo, tan a ras de suelo de la actualidad, que en su corta existencia, salvo honrosas excepciones, han acumulado altas dosis de desprestigio.

En la web de los Príncipes de Asturias puede leerse que “los premios están destinados a premiar la labor científica, técnica, cultural, social y humana, realizada por personas equipos de trabajo o instituciones en el ámbito internacional (...) Las propuestas de candidaturas a cualquiera de estos Premios ha de ser de la máxima ejemplaridad y su obra o aportación de reconocida trascendencia internacional”. En lo que al galardón deportivo se refiere, la cosa ya entró en barrena con el agraciado del año pasado, Fernando Alonso, otro abracadabrante ejemplo de oportunismo, cuya arrogancia resultó premiada antes incluso de que lograra su primer título mundial. Lo dicho: pequeñeces.

Dicen las lenguas de doble filo que los Premios Príncipe de Asturias del Deporte deberían concederse el 22 de diciembre de cada año, día en que tiene lugar esa cosa tan española llamada “Sorteo de la Lotería de Navidad”, porque los citados premios son una especie de gordo, hasta el punto de que cualquier personaje que sea noticia el día en que se reúne el jurado puede resultar agraciado con un viaje a Oviedo con todos los gastos pagados y, naturalmente, un premio como la catedral de la ciudad asturiana de grande. Un chollo.