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Los constructores quieren introducir el “rectificado” en el sector eléctrico
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Jesús Cacho

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Los constructores quieren introducir el “rectificado” en el sector eléctrico

“La riqueza ni se crea ni se destruye, solamente cambia de bolsillo”, decía en torno a 1917 el viejo Juan March, el hombre que durante más

“La riqueza ni se crea ni se destruye, solamente cambia de bolsillo”, decía en torno a 1917 el viejo Juan March, el hombre que durante más de una década tuvo a su servicio a ministros y presidentes del Consejo, poniendo y quitando Gobiernos a su antojo. Desde entonces ha pasado mucha agua bajo los puentes, el país es infinitamente más rico que aquella pobre España que se comía los mocos por los arrabales del mundo desarrollado, pero el modus operandi de nuestros millonarios con el poder político no ha cambiado gran cosa, que esto, con Borbones en palacio, ahora como entonces, sigue sin ser una democracia digna de tal nombre.

Esta semana, mientras el ministro Clos trataba afanosamente de localizar su despacho por los pasillos de Industria, el sector eléctrico ha vivido una verdadera fiebre del oro que, con la ayuda del inmobiliario a partir del miércoles, ha llevado a la bolsa española a cotas nunca alcanzadas. La parodia del presidente Zapatero, copa de vino del Rhin en la mano, brindando con la señora Merkel por el éxito de la OPA alemana sobre Endesa –primero contra E.On, después a favor de E.On- ha causado tal estupor entre el capitalismo hispano, ha dañado tan gravemente su imagen, le ha desacreditado tanto, que los ricos del lugar han terminado por perderle el poco respeto que le tenían. Sueltos son los toros y ancha es Castilla. Tal vez ya no sea preciso pasarse por Moncloa a pedir permiso. Suene la música y rueden los dados.

“Aquí se están repartiendo las cartas del poder económico para los próximos 30 años”, me decía esta semana un empresario a la vieja usanza, de esos que piensan que crear riqueza consiste en levantarse todos los días a las 6 de la mañana para abrir la fábrica en Coslada, en lugar de dedicarse a especular en Bolsa con ayuda de bancos de negocio, bufetes de abogados y carros, yuntas de mansos bueyes cargadas hasta la telera con información privilegiada, mientras la CNMV sigue ensimismada con el movimiento de la luna en cuarto creciente, que ya decía Einstein que este mundo es peligroso no tanto por los malos como por los “buenos” que ven, impasibles, cómo ocurren las cosas malas. En esa partida por el poder futuro, las primeras cartas, las de la prima de control, valen mucho dinero, pero más de un despistado se va a quedar colgado de la brocha de unas valoraciones imposibles, que no resisten el mínimo análisis atendiendo a los fundamentales de las empresas. No importa. Marica el último.

Asistimos a un cambio cualitativo de gran importancia en la composición y sustancia del capitalismo español. Tradicionalmente el dinero ha estado siempre en la banca. Los banqueros hacían y deshacían en el parque industrial del país, comprando, vendiendo y sobre todo sosteniendo empresas que el feble capitalismo patrio nunca hubiera podido mantener. Hoy ha desaparecido la figura del banquero industrial. El mejor representante de la especie, Emilio Botín, se ha convertido en el Juan March de nuestro tiempo, rodeado de merecida fama de especulador sin escrúpulos. El gran dinero está ahora en la construcción y en el ladrillo. Tras casi 12 años de crecimiento económico, con ingentes sumas de fondos públicos –procedentes de la UE- invertidas en infraestructuras, a las constructoras les sale el dinero por las orejas. ¿Qué hacer con tan generosos excedentes?

El primer paso, en años recientes, consistió en invadir territorios conexos como el de la construcción residencial y el de las concesiones. Todas las grandes constructoras hispanas tienen hoy su gran inmobiliaria y su concesionaria de autopistas. Con la connivencia cómplice de una clase política –financiación ilegal de los partidos y corrupción a mansalva, Marbellas por doquier poblando el cielo estremecido de una España donde el salario medio sigue rondando los 1.500 euros al mes- incapaz de legislar sobre el suelo como forma de acabar con la corrupción urbanística, el boom inmobiliario ha hecho de oro a estos grandes conglomerados de la construcción, a cuya sombra ha surgido como las setas una pléyade de nuevos multimillonarios del ladrillo, gentes como Fernando Martín, Luis Portillo, Nicolás Osuna, Luis del Rivero, Román Sanahuja, Manolo Jove y muchos más, tipos con fortunas capaces de haber comprado, cualquiera de ellas, el 100% Banco Español de Crédito de hace apenas 20 años.

Los paganos de esta orgía desbocada de dinero fácil son los millones de españoles obligados a trabajar toda una vida para poder pagar una hipoteca. En esto España no ha cambiado. Con Alfonso XIII o con Juan Carlos I, con la izquierda o con la derecha, el capitalismo español ha medrado siempre a costa del consumidor, siempre con el visto bueno del Consejo de Ministros de turno. Parodiando a Madame Roland al pie de la guillotina, habría que exclamar aquí aquello de “¡Competencia, competencia! ¡Cuántos crímenes se han cometido en tu nombre!”.

Advertidos de los síntomas de agotamiento que empieza a mostrar el mercado inmobiliario, espoleados por el miedo al estallido de la burbuja inmobiliaria forjada en estos años de paroxismo, nuestros nuevos capitalistas han empezado a mover su dinero en otras direcciones, sabedores de que la posibilidad de seguir creciendo en el ladrillo a las tasas conocidas son escasas. Diversificar lo llaman. Con excepción de Rafael del Pino (Ferrovial), que ha decidido crecer viajando por el ancho mundo, y de Esther Koplowitz (FCC) a quien esta súbita fiebre del oro parece traerle al pairo, los demás (Florentinos, March, Albertos, Entrecanales) se han lanzado en plancha sobre el sector eléctrico, y alguno hubo (Abelló y Del Rivero) que quiso tomar al asalto el segundo gran banco, perfecta metáfora del encofrado que hoy sostiene al gran dinero patrio.

Lo llamativo, lo absolutamente novedoso, es que esa migración se esté realizando hacia un sector tan intervenido como el eléctrico. De oca a oca. De la obra pública a la tarifa eléctrica, siempre a la sombra del Gobierno de turno, un viaje hacia la nada que habla a las claras de la catadura de este moderno capitalismo. Sector regulado donde los haya, única fuente de inspiración de los Gobiernos de turno a la hora de luchar contra la inflación, en el que las decisiones empresariales quedan al arbitrio del poder político. ¿Es que nuestros capitalistas se han vuelto locos? Pues no. Nuestros constructores son “los reyes del rectificado”, ya saben, ese truco que consiste en adjudicarse en subasta, a menudo tirando los precios, la construcción de un puerto, una autopista o un pantano para, transcurridos unos meses, plantearle a la Administración un “rectificado” que supone aumentar el coste del proyecto en un 50%, incremento sin el cual la obra no se puede acabar.

Pues bien, parece que los prohombres de la construcción han decidido introducir el “rectificado” en el sector eléctrico. ¡Fuera los viejos señores del kilowatio! ¡Abajo la condesa de Fenosa, los Oriol, los Martín del Valle, los Galíndez, los López Isla! Vuestro problema ha sido siempre el no saber negociar con el Gobierno. Nosotros os vamos a enseñar. Nosotros vamos a trasladar a las eléctricas nuestro demostrado expertise en la negociación con las Administraciones. Al frente del grupo, Florentino Pérez, el rey del lobby, un hombre que fue capaz de hacer cambiar el PGOU de Madrid para saldar la deuda del Real Madrid con la construcción de cuatro grandes rascacielos en el corazón de la ciudad. Un verdadero campeón a la hora de trabajarse a los políticos de distinto signo. El laburo ya está en marcha: se trata de conseguir que Zapatero levante las restricciones legales que impiden fusionarse a las eléctricas sin dejarse por el camino de Competencia la mitad de los activos.

El segundo gran movimiento orquestal vendrá con la tarifa y aparecerá pronto reflejado en el recibo de la luz. Como dice el Nobel George J. Stigler, “los consumidores, especialmente los modestos, no tienen nada que ganar con la reglamentación de la economía, que destruye la eficiencia. La mayor parte de las regulaciones han sido introducidas a solicitud de los grupos de productores, el más importante de los cuales es la comunidad empresarial (...) Empresarios y ejecutivos integran la clase de elite de cualquier sociedad moderna, y su poder es tal que resulta imposible creer que haya podido darse una intervención pública tan amplia en la economía sin su consentimiento y, más aún, sin su complicidad (...) La comunidad empresarial obtiene hoy más favores públicos que los que nunca recibió en el pasado, de modo que los economistas honestos se enfrentan a un problema embarazoso cuando intentan trabajar en pro de una sociedad más libre y más liberal: la comunidad empresarial no desea liberarse de la intervención pública en absoluto”. En ello estamos. En lo de siempre.

“La riqueza ni se crea ni se destruye, solamente cambia de bolsillo”, decía en torno a 1917 el viejo Juan March, el hombre que durante más de una década tuvo a su servicio a ministros y presidentes del Consejo, poniendo y quitando Gobiernos a su antojo. Desde entonces ha pasado mucha agua bajo los puentes, el país es infinitamente más rico que aquella pobre España que se comía los mocos por los arrabales del mundo desarrollado, pero el modus operandi de nuestros millonarios con el poder político no ha cambiado gran cosa, que esto, con Borbones en palacio, ahora como entonces, sigue sin ser una democracia digna de tal nombre.