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Ni Zapatero ni ETA pueden romper la tregua: ambas partes se juegan demasiado en ese envite
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Jesús Cacho

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Ni Zapatero ni ETA pueden romper la tregua: ambas partes se juegan demasiado en ese envite

El presidente del Gobierno ha invitado al líder de la oposición a tomar café con churros el próximo viernes en el Palacio de la Moncloa, justo

El presidente del Gobierno ha invitado al líder de la oposición a tomar café con churros el próximo viernes en el Palacio de la Moncloa, justo un día después de que expire el plazo que ETA dio al Ejecutivo para dar por finiquitado el alto el fuego anunciado el pasado marzo. Y antes de que la buena nueva llegara a oídos del afectado, la propia Moncloa cantó la gallina a la prensa amiga, no a todo el mundo, claro está, lo cual es una falta de educación, que se decía antes, de aquí te espero, y todo un síntoma de la falta de disposición del presidente para llegar a algún tipo de acuerdo con el líder del PP, más allá de cubrirse las espaldas con la foto de rigor. Vamos, que de ese desayuno el día de la Lotería no va a salir ningún gordo capaz de premiar la voluntad de consenso que anima a tantos españoles.

Resulta curioso constatar como, camino ya de los tres años desde que se instalara en Moncloa, Zapatero está repitiendo milimétricamente con Rajoy, tal vez incluso multiplicados, los desplantes, desaires y malos gestos que José María Aznar dedicó a Zapatero cuando éste purgaba en el limbo de la oposición, de donde se infiere que algún bichito debe anidar en el palacete de la carretera de La Coruña que vuelve a sus inquilinos enfermos de petulancia y soberbia, aunque lo más probable es que se trate de una prueba más de la falta de urdimbre democrática de nuestros políticos, una muestra más, excelsa, eso sí, de la baja calidad de la democracia española.

Todo lo que el caballerete de la dulce sonrisa llegó prometiendo en justa electoral, ya saben, lo del talante y todo lo demás, se ha revelado una total impostura, un mero ardid electoral. Al contrario que Aznar, ZP no ha necesitado una mayoría absoluta para quitarse la máscara; le ha bastado pisar alfombra roja para mostrarse tal cual es: un político de izquierdas a la antigua usanza, más cercano a las tesis del castrismo y el chavismo que a los modos y maneras de un socialdemócrata europeo. Un decidido partidario, por ende, de la confrontación permanente, de la provocación, de la división social, idea que está en el frontispicio del marxismo, ya saben, la lucha de clases, el desafío permanente a la derecha explotadora, una lucha que hay que provocar y agudizar. Ello, naturalmente, sin perder nunca la sonrisa y el gesto galante, un detalle que se ha convertido en la verdadera aportación de nuestro Presidente a la teoría del pensamiento político.

Frente a la praxis de la confrontación con sonrisas, se yergue la idea radicalmente contraria de la concertación, de la colaboración, del consenso social, valores firmemente asentados desde hace tiempo en las sociedades avanzadas. Sólo un Gobierno que en el fondo desprecia los valores de la democracia liberal es capaz de utilizar los resortes del aparato del Estado en beneficio propio, en provecho del partido que lo sostiene. Sólo desde esta perspectiva cabe juzgar la detención ilegal de dos ciudadanos por el simple hecho de haberle gritado en la oreja a un ministro en una manifestación; sólo desde esta perspectiva cabe entender la intervención del teléfono del consejero de Interior del Gobierno balear en estos días. Se están poniendo en cuestión elementos básicos que distinguen el funcionamiento de un Estado de Derecho, el más elemental de los cuales es la existencia de una Ley igual para todos, incluido el presidente del Gobierno, y la renuncia radical a utilizar la policía o el aparato judicial en provecho propio, porque eso no es democracia, eso es otra cosa.

Desde el punto de vista de ese populismo izquierdista que preside su ideario (¡en un gesto deliciosamente naïf, típico ejemplo del Pensamiento Alicia, ZP acaba de prometer a la ONU la entrega gratia et amore de 528 millones de euros “para combatir el hambre en el mundo”, momento para la Historia en el que los discípulos de Kakofi Annan se han puesto a hacer palmas con las orejas, asegurando incrédulos que “no hay precedentes de una generosidad de tal magnitud”...!), todo vale en la tarea de alcanzar el poder y conservarlo, perspectiva fundamental para entender de qué va el juego de la negociación entre el Gobierno y ETA.

Y es que, en mi modesta opinión, ni ETA ni Zapatero se pueden permitir el lujo de fracasar en la senda emprendida. Por el lado de la banda, porque ETA no encontrará mejor ocasión en mucho tiempo para salir del hoyo de la marginalidad desesperanzada en que se encuentra, y se puede permitir cualquier cosa menos facilitar la vuelta del PP al poder. Por el lado de Zapatero, porque la paz con ETA se ha convertido en el gran issue de la legislatura, y en el único pasaporte con que cuenta para seguir gobernando, de modo que habrá que ceder lo que sea menester, firmar las letras a plazo fijo que sea necesario, todo antes que regresar de forma abrupta a la oposición. Estamos en un camino sin retorno para ambas partes, escoltado, eso sí, por escenificaciones más o menos puntuales y violentas de ruptura. Nuestro sonriente Príncipe de la Paz no puede permitirse perder esta guerra. Veremos lo que nos cuesta esta victoria.

El presidente del Gobierno ha invitado al líder de la oposición a tomar café con churros el próximo viernes en el Palacio de la Moncloa, justo un día después de que expire el plazo que ETA dio al Ejecutivo para dar por finiquitado el alto el fuego anunciado el pasado marzo. Y antes de que la buena nueva llegara a oídos del afectado, la propia Moncloa cantó la gallina a la prensa amiga, no a todo el mundo, claro está, lo cual es una falta de educación, que se decía antes, de aquí te espero, y todo un síntoma de la falta de disposición del presidente para llegar a algún tipo de acuerdo con el líder del PP, más allá de cubrirse las espaldas con la foto de rigor. Vamos, que de ese desayuno el día de la Lotería no va a salir ningún gordo capaz de premiar la voluntad de consenso que anima a tantos españoles.